Arabella le había hecho un lugar en su departamento a la hija de Hisirdoux. Se llevaban muy bien, a la más joven le encantaba escuchar las historias de la bruja mayor, y a esta le gustaba oír cómo era su prometido como papá. Siempre lo imagino, pero quería saber más.
Una noche en dónde eran solo ellas dos, en medio de la cena, mientras veían una película, Arabella noto algo raro en Olivia. Una cicatriz, no muy visible, en su mejilla. A simple vista no se notaba, más aún si se llevaba algo de maquillaje, pero la rubia siempre alardeaba que el mejor de sus sentidos era la vista.
-¿Qué te pasó ahí? -preguntó pasando un dedo por la fina marca.
Se pudo ver cómo Olivia se tenso frente a su tacto, era la primera vez en años que alguien le preguntaba por eso. Ni Zoe lo noto, y sabía la historia detrás de eso porque la más joven se lo contó. Trago con pesadez y vio de reojo a la rubia, ante el recuerdo sus mejillas ardieron.
-Esto -dijo nerviosa-. Oh, es, paso hace tanto.
-Uh, eso suena a problemas -dijo la rubia-. Hiciste algo que no debías. Estoy segura que tus padres no lo sabe.
Olivia resopló con pesadez, era como decía Arabella pero le daba vergüenza admitirlo. Por muy ruidosa que era de niña, y bastante emocional durante su adolescencia, siempre destacó por ser cuidadosa o que al menos no notaran cuando se metían en problemas.
-Lo admito tengo un par de platos rotos en mi historial -dijo por lo bajo.
-Un par, no es nada querida -respondió la rubia-. No dramatices tanto, pareces tu padre. Ahora, dime.
-Bien, solo no le cuentes a nadie -dijo Olivia, y se acomodó en su lugar.
«Barbastro, España, 1916
No era como si a la pequeña bruja le faltará libertad. En realidad iba y venía junto con sus padres, y a veces esos la cansaba. Tenía dieciséis años, pocos amigos, y muchas tareas. Además de eso, seguía siendo la niña de la familia. Estudioda, reservada, lectora como muy pocas, y capaz de comprar la confianza de sus padres.
Hisirdoux y Circe lo hacian sin problemas. Hasta el momento no hizo nada para que estos no la dejarán ir a la despensa sola, o quedarse un par de días en la casa, en lo que ellos hacían trámites.
Le dejaron una lista de condiciones. No eran tontos, y sabían que tanta confianza de golpe podría ser un problema en su ausencia. Lo que no debía hacer, no era nada de otro mundo.
No hablar con extraños.
No comer dulces antes de la cena.
Cenar lo que Circe dejo preparado.
Nada de prender la estufa.
No entrae al estudio de Circe e Hisirdoux.
Y la más importante de todas, que iba más allá de lo mundano, no hablar de magia con nadie. No tocar el tema, no hacerla.
Quizás a Olivia era ésto último lo que más se le complicaba, porque después de sus padres, y un par de personas más, no tenía con quién compartir dicho tema. Y ansiaba hacerlo.
Su relación con la magia era hasta el momento algo de mutua compresión. Ya no era como cuando era niña de verdad y tenia visiones que parecían pesadillas y la ponían de mal humor. Podía hacer algu truco simple, de los que cualquiera podia hacer, y nada en relación al futuro la importunaba.
•
Sus padres se fueron el sábado luego del desayuno. Volverían el domingo antes del medio día. Estaban tristes por no almorzar ese día con ella, pero tranquilos de que la pequeña bruja que criaron no haria nada como incendiar la casa, o dejar entrar extraños.
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Las Memorias de Olivia J.
Dragoste120 años para un mortal es mucho. Para un mágico (entre brujas y trolls) podía ser poco. Y para Olivia Julia era uno largo camino repleto de historias. Llena de romance. Con muchos momentos felices, y otros que dejaban marcas mas allá de su piel...