Luz de luciérnaga.

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Advertencia: los próximos capítulos tocan temas delicados.

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New York, 1931.

Como cada noche, desde el día que huyo de su propia boda, Olivia despertaba en medio de esta, agitada, y bañada en sudor frio. La voz de Jeremía persiguiéndola por un largo pasillo, repitiendo una y otra vez «Te veo, nunca te podrás esconder». Era una pesadilla que se repetía, y ponía a latir nervioso su corazón.

Tras una semana, donde los gritos a mitad de la noche, y los silencios durante el día era moneda corriente, Zoe tuvo que recurrir a Circe e Hisirdoux para hallar una solución. Amaba a Olivia, pero no podía verla así, y no saber que hacer para que vuelva a ser misma joven alegre que era, no la hacía sentir mejor.

Dos semanas después.

Zoe tomo la mano de Olivia, y esta la vio con sorpresa, casi nunca daba muestras de cariño en público, mucho menos cuando iban en un taxi. Pero ambas sabían, que pese a estar muy mal visto, arriesgarse un poco era necesario para un alma rota.

-Cuando lleguen a España, iré a visitarlos, y tomaremos muchas clases, de todo lo que quieras -dijo la castaña, dándole una leve sonrisa-. Se que se arreglara, y dormirás bien.

Olivia dio un suspiro tembloroso, la idea de estar lejos de ella la angustiaba más de los que estaba.

-¿Por qué no vienes ahora conmigo? No creo que resista tan lejos de ti -pregunto apretando la mano que aun la sostenía.

-Ay Julia -dijo.

No sabía que responderle, pero estaba segura del hecho de que Olivia no quiera dejar su lado en un momento de necesidad sentimental no era una buena señal a la hora de recuperarse de un mal hombre. Zoe no quería fomentar esa dependencia, ni mucho menos dejarla sola.

Le dio un fuerte abrazo para decir algo en su oído.

-No será por mucho tiempo, y luego estaremos juntas sin que nos molesten -susurro.

-Me encanta cuando hablas español -dijo Olivia.

Sus mejillas estaban sonrojadas, y después de mucho tiempo daba una leve sonrisa de felicidad genuina.

-Solo por ti Julia -dijo, y volvió la mirada al frente.

Como era de esperarse, cuando llego a la casa de campo en España, Olivia guardo silencio por mucho tiempo. No tocaba ninguno de los libros que su mamá llevo, ni estaba interesada en salir a pasear con su papá. Menos quería que le cortaran el cabello, que, desde su última pasada por la peluquería, ahora le llegaba a la cintura.

Tanto Circe como Hisirdoux estaban preocupado, pero seguros que con algo de tiempo su pequeña hija volvería a ser la joven alegre que era antes de conocer Jeremía Lourve. Solo que no sabían en qué momento pasaría eso, y no podían evitar sentir culpa por no haber intervenido antes.

-Yo deje que pasara -sollozo Circe.

Trataba de contener las lágrimas, pero la tristeza y la ira solo provocaban más de estas.

-Voy a matarlo, acabare con su vida por marchitar la de mi hija -sentencio, dando un fuerte golpe en la mesa.

Hisirdoux estaba seguro que si se descuidaba, en algún momento de la semana amanecería con la noticia de que llevo a cabo sus palabras.

-Circe detente -la detuvo del brazo, llevándose una mirada de furia como respuesta-. ¿Estás loca? Eso no ayudaría en nada, ni a Olivia ni a nosotros.

Las Memorias de Olivia J.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora