Capítulo 3

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—¿Y bien? —Sus ojos azules me nublan el entendimiento—. ¿Subes?

—¿Yo? —Sí, tú ¡Idiota! Sube con el jefe buenorro me ordena mi voz interior—. Sí, sí, ya voy.

Doy un paso hacia delante.

Aún faltan un par de horas para que la avalancha de gente salga de la oficina para almorzar, quizás es por eso por lo que estemos solos en el ascensor.

Uno bastante grande, aunque su tamaño parece reducirse cuando las puertas metálicas se cierran.

Siento algo de vértigo cuando se pone en marcha.

Estoy a su lado, uno junto al otro. Es inevitable. Lo miro de reojo y él sonríe mirando al frente.

¡Me ha pillado!

—Son los hombros —me explico, porque el tamaño de esa caja metálica parece haberse reducido a la mitad.

—¿Mis hombros? —pregunta él volteando la cabeza hacia mí.

Lo hace sin perder la sonrisa y siento que me tiemblan las piernas.

¡Otra vez hablando cuando no toca! Dios mío, nunca aprenderé.

—Pensaba que el ascensor es grande, pero se ve pequeño...

—¿Por mis hombros?

Por los míos seguro que no es.

—Es posible.

Él se mira el traje caro, menea la cabeza y se mira el hombro izquierdo con detenimiento. El que está más cerca de mí. Luego sus ojazos azules vuelan a mi rostro.

¡Peeeerfecto! Estoy roja como un tomate. ¿Puede ser todo más humillante?

—Jamás me paré a pensar en el tamaño de mis hombros.

Pues fijo que no entras por la puerta de mi apartamento.

—Suele ocurrir —contesto educada.

—No suelen tomarme por un gigante.

A saber lo que tienes gigante.

¡Bastaaaaaa!

—No, no lo es. Es que parece grande.

Intento excusarme, de nuevo he metido la pata. Esas palabras son fácilmente malinterpretables, de hecho seguro que eso ha sonado fatal porque se está riendo.

—Quizás estás demasiado cerca.

¿Estoy demasiado cerca? Pues quizás sí.

Puedo oler su colonia... Dios, huele tan bien, y sus cabellos rubios, tienen unos matices que de lejos no se aprecian, pero de cerca... sí un dios del monte Olimpo seguro que envidiaría ese pelazo. Pero sí. Definitivamente el olor es lo mejor.

Entonces abro los ojos y me veo muy cerca de su traje de chaqueta.

¡Le estás oliendo el hombro! ¿Le estás oliendo el hombro puta loca?

—Estoy... demasiado cerca.

El jefazo del edificio de sesenta plantas tiene razón. Estoy muy cerca.

—Muy cerca.

Trago saliva cuando su sonrisa se vuelve juguetona.

¿Está coqueteando conmigo?

Meneo la cabeza y miro al frente. ¿Qué coño va a estar coqueteando contigo un billonario buenorro?

Carraspeo. Pero el perfume sigue flotando en el ambiente, y juro y perjuro, que no es de ningún otro tío que haya estado antes en el ascensor. Cierro los ojos por un instante y su aroma me afecta. Ese olor masculino hace que se me doblen las rodillas.

La proposición del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora