Capítulo 13

91 17 1
                                    


JANNA

—¿Sí o no?

—En serio... no sé qué decir.

¿Y quién sabría qué decir? No digas nada, simplemente lánzate a su cuello.

Desde luego, este mes, no estaba planeado para terminar de esta manera.

Pensaba que el capullo de Clark me felicitaría por mi gran trabajo. No que me robaría, me despediría y acabaría siendo la nueva mano derecha del jefe buenorro y lo que es aún más inaudito, acabaría agasajada de manera sexual por él.

Claro, ¿quién pensaría en tener un mes así?

No pensaba que mi jefe iba a darme todo el mérito del proyecto, invitarme a cenar con sus padres y... meterme mano.

—Janna...

Veo que se muerde el labio mientras yo siento cómo mi sangre empieza a hervir. Los movimientos circulares de sus dedos son... un pecado.

Es tan escandalosamente sensual. Ese roce de su mano entre mis muslos... lo más sexual que he vivido en mi vida.

Todo mi cuerpo reacciona a cada caricia, y mucho más cuando se vuelve más osado. Y yo... Dios, mis caderas se mueven contra su mano.

—Oh, Janna.... Creo que ya tengo mi respuesta.

No sé si abrir más mis piernas o apartarle.

—Vale, gana la niña mala.

—Me encanta tu niña mala.

Casi pongo los ojos en blanco. Esa absurda manía de hablar en voz alta.

¿Has oído? Le encanta tu niña mala.

Y a mí me encanta él. Con su cara de niño bueno, pero con esos ojos de diablo.

Se inclina sobre mí y sé que estoy perdida.

Soy muy consciente de cómo su mano que está entre mis muslos, con sus finos dedos que suben y bajan por la tela de encaje de mis bragas, llega hasta el borde y se cuelan dentro para acariciarme sin barrera alguna.

—¡Oh, señor!

—¿Sí?

Estoy más que húmeda y él lo nota, si no fuera así no pondría esa cara de sublime satisfacción.

—¿Vas a besarme?

—No lo dudes.

De entre mis labios sale un gemido de placer, pero no hago demasiado ruido, pues su boca ha atrapado la mía y estoy perdida.

Totalmente a su merced.

Y me encanta, no deseo que pare.

—James....

Me empuja contra el respaldo del sofá, y antes de que tan siquiera sepa lo que está pasando, me separa las piernas.

Una de sus fuertes manos presiona mis muslos para que los abra.

Poco a poco se deja caer entre ellas, abriéndolas con el peso de su bien esculpido cuerpo. Las rodillas masculinas tocan la alfombra frente al sofá y yo me echo hacia atrás para tomar aire. Noto cómo llena mis pulmones, y ahí está de nuevo, ese ruidito. Ese jadeo que hace que empuje sus caderas contra mí.

Su boca ahora está en mi pecho, mientras, sus dedos me despojan de los tirantes del vestido que él mismo escogió para mí.

—¿Algo no va bien?

¿Qué va a ir mal? Sigue besándome y cállate.

Mis pechos no quedan expuestos ante él. Los mira fijamente, algo enfurruñado por no poder tocarlos y besarlos.

La proposición del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora