Capítulo 20

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JAMES

Mi madre está radiante, y adora a Janna, no me cabe la menor duda.

Mi padrastro me mira como si llevara toda la cena esperando algo, pero no consigo adivinar qué es.

—¿Está buena la langosta?

—Está exquisita, pero creo que he comido demasiado.

Mi madre lo mira con preocupación, pero antes de que pueda recriminarle su voraz apetito, él se levanta sin perder la sonrisa.

—Voy al servicio, y quién sabe si a buscar una copa de coñac para el postre. ¿Vienes, James?

Nos miramos como si fuésemos a hacer algo más que ir al servicio o a por una copa de coñac. Casi por instinto, miro a Janna, que me devuelve la mirada con algo de preocupación, que seguramente nadie más puede detectar.

—Enseguida vuelvo, cariño.

Ella asiente apenas perceptiblemente.

—Vamos, hijo. Dejemos solas a las damas, se ve que le gusta hablar de nosotros cuando no estamos presentes.

—Enseguida volvemos.

Nos alejamos, si hay algo extraño en todo esto, pronto lo averiguaré.

Me toco el bolsillo de la chaqueta. Los documentos están aquí, así que no hay motivo para seguir demorando la firma. Quizás le haya gustado Janna y piense que lo de casarme ha sido una exigencia estúpida. Va a firmar. Estoy seguro de ello.

Considero que es mejor sacar los documentos durante la charla distendida del postre, pero si vamos a ir a la barra a por una copa, quizás ese sea el momento, sin mamá delante, ni Janna mirándonos con esos grandes ojos oscuros, sufriendo cada segundo por la inseguridad que le genera George. Suplicando que no se tire atrás con el proyecto de Cadwell.

Avanzamos hacia la barra y mi padrastro pide un coñac. Lejos de quedarse de pie, se relaja en uno de los sillones de cuero.

—¿Sabes que Onassis en su yate tenía unos taburetes en el bar, forrados de prepucio de ballena?

Lo miro con un codo apoyado en la barra.

—Sabes que me encantan tus historias, pero...

—¿Pero? —Me mira con esa superioridad que cree poseer sobre mí.

—Estás tirando demasiado de la cuerda, George.

Él me mira con cara de póker y me da vergüenza admitir que no sé en qué demonios está pensando, después de tantos años, no lo conozco en absoluto.

Por suerte o por desgracia el camarero nos interrumpe sirviéndonos dos tragos en un vaso de cristal tallado.

—Esta marca es excelente.

Alzó una ceja y lo miro directamente a los ojos.

George suspira.

—¿No te ha gustado mi comentario sobre el prepucio de ballena?

Allá vamos...

—Lo que no me gusta es que me den largas.

—¿Y eso es lo que yo estoy haciendo?

Asiento.

—Yo diría que sí, y no desde hace poco.

Ahora el que asiente es él. Toma un largo sorbo de coñac y me mira, sin sonreír, sin expresión. Nuevamente no puedo saber en qué está pensando.

Pero pronto me lo dice.

—No voy a venderte el terreno de Cadwell.

¡No me lo puedo creer!

La proposición del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora