Capítulo 23

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JANNA

Cuando llegamos a la ciudad, James me mira de reojo.

—Hemos sido malos.

No puedo evitar reírme ante sus palabras, porque sí, hemos sido malos, pero creo que después de tanta tensión nos merecíamos una mañana de relax, o dejar de pensar un momento en el proyecto, aunque realmente sea eso lo que más nos ha unido.

—Si el tráfico no mejora llegarás un poco tarde a la reunión de la junta.

—Por tu culpa —dice James, aunque no parece realmente preocupado.

—¿En serio? No puedo creer que digas eso, no después de la ducha de una hora en el hotel donde no has dejado parte de mi cuerpo sin espuma, ni sin frotar.

Gruñe.

—Lo digo muy en serio. —Pero puedo ver la sonrisa que intenta ocultar.

—Eres un descarado, que crees que te lo perdonarán todo por ser guapo y encantador.

Escucho un ronroneo salir de la garganta del señor Harper.

—¿Soy guapo y encantador?

Me mira y me río, hasta me sonrojo.

—Eres un Adonis y lo sabes.

Dios estamos muy enamoradas de este tipo, ¿no?

Carraspeo

No sabes cuanto.

—Vamos —le apremio—. Acelera

No se hace de rogar, aprieta el pedal y le da gas al deportivo.

A lo lejos puedo vislumbrar el edificio de oficinas, en la cúspide está el despacho de James, pero también la sala de juntas, donde ocho hombres y dos mujeres deben estar aguardando a James, y quién sabe si ya convencidos por las palabras del padrastro.

Al llegar para el coche justo delante de la puerta y uno de los empleados se apresura a tomar las llaves y aparcarlo correctamente en el parquin.

A pesar de las prisas no podemos evitar pararnos en la entrada y alzar la mirada hacia lo alto.

A James le ha desaparecido la sonrisa y las ganas de jugar. Noto lo importante que es este momento en su vida. Puede que no nos conozcamos demasiado bien, pero a veces sin saber por qué sabes cómo es una persona, como si la conocieras de toda la vida.

De pronto su mirada azul se clava en la mía.

—No querrá vender los terrenos, ¿verdad?

Mi voz suena apagada mientras toma una de mis manos y la aprieta con suavidad.

No me responde, como si no hiciera falta, porque ambos sabemos la respuesta. Solo cuando entramos en el ascensor, me aprieta la mano con más fuerza y habla al fin.

—No te preocupes por eso. Lo solucionaremos.

Lo miro algo sorprendida, su actitud ha cambiado.

—Te veo muy resuelto.

Él me guiña un ojo y su sonrisa descarada vuelve a mí.

—Vamos a ver qué dicen.

Parpadeo.

—Yo, te esperaré en la cafetería... —Aprieta mi mano con fuerza y me acerca hacia su cuerpo.

—Eso no va a pasar.

Parpadeo nuevamente desconcertada.

—Y dónde quieres...?

No me suelta, tira de mi hacia el interior del ascensor. Después de escuchar la campana del ascensor indicando que realiza una parada, nuestras cabezas se giran para mirarnos el uno al otro. Suben una pareja de abogados de la undécima planta. En cada piso que se para, se sube y baja gente. Así que esta vez no hay sexo, ni atisbo de él, pero lo que veo en sus ojos me hace feliz. Es la determinación de un hombre que pase lo que pase, no va a dejarme.

La proposición del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora