Capítulo 17

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JANNA

Me retuerzo contra él.

Tampoco es necesario que te regodees por la confesión.

—¿Cómo no hacerlo? —me pregunta muy contento de sí mismo— Te has resistido mucho más que cualquier mortal.

Resoplo, pero él no se aparta y sus manos me acarician la espalda hasta posarse nuevamente sobre mi trasero.

—Janna.

—¿Qué? —pregunto algo enfurruñada.

—Me deseas y yo a ti. Admitámoslo y disfrutemos de esto.

Me encojo de hombros. ¡Joder, Janna! Admitámoslo y disfrutemos de esto, me grito a mí misma.

—De acuerdo.

Ahora soy yo quien agarra las solapas de su americana y tiro de él para besarle los labios.

Siento sus manos apretar mi trasero con más fuerza, para después, con una pasión renovada, recorrer mi cuerpo. Sortea los pliegues de mi vestido y logra colarse bajo la tela brillante y llegar al punto exacto entre mis piernas.

—Oh, sí...

Mis bragas de encaje negro, no son un obstáculo para que me derrita.

—Dios mío, sí...

Sonríe contra mi boca al notar la humedad entre mis piernas. Empuja sus caderas más fuerte, para que note su erección contra el punto exacto de mi deseo. Logra su objetivo, que es que las abra más y lo desee dentro de mí como no he deseado nada en toda mi vida.

Siento la suavidad de la tela de sus pantalones, y en mi centro su erección que clama lo mucho que me desea.

—¿Lo haremos aquí? —digo algo incrédula.

—¿Te parece mala idea?

Por lo mucho que mi vientre se tensa por el deseo, diría que le permitiría hacérmelo en cualquier parte.

Deja de besarme lo justo para poder hablar, pero no para escuchar mi respuesta, así que esta es un simple jadeo.

—Bien —se autocontesta y vuelve a apoderarse de mi boca.

Una de sus manos sube hasta mi pecho y lo aprieta con fuerza, la otra se cuela en mi ropa interior, buscando el punto exacto para que explote.

Y lo hace.

—No puede ser. —Al menos no tan rápido.

Pero parece que mi jefe es bueno en esto, es bueno en todo. Me retuerzo contra su mano y cierro los ojos con fuerza.

—Déjate llevar, Janna —jadea contra mi cuello y su respiración es tan entrecortada como la mía.

Tiro la cabeza hacia atrás mientras una corriente eléctrica me recorre. Mis caderas se mueven con un frenesí nunca visto. En serio, no puedo más.

Jadeo con fuerza y me agarro a sus anchos hombros.

—¿Quieres que pare?

¡A buenas horas!

—No, no... joder, no pares.

Su mano se mueve más rápido y sus caderas ondulan contra mí. Siento la fuerza devastadora del orgasmo y su risa en mi oído.

—¿Ha sido igual de bueno que el anterior?

Mejor.

—Psee.

Se ríe. No cree mi desgana ni por un instante. Intento recuperar la respiración, pero se me resiste. Soy un manojo de nervios entre jadeos y temblores.

La proposición del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora