Capítulo 15

90 17 2
                                    


JAMES

Llego a la oficina. El mismo protocolo de siempre: identificación, ascensor, ir a mi despacho...

Cuando llego a mi despacho todo me parece un poco distinto al día anterior.

Me he puesto mi mejor traje, sé que me queda como un guante y también que a ella le gusta cómo los luzco. Lo vi en sus ojos, en su manera de mirarme la corbata y al quedarse embobada mirando mi cinturón abrazando la cintura.

—Bueno, tampoco es que intente impresionarte, Janna.

Pero cuando me hablo a mí mismo al mirar mi reflejo en los cristales que rodean mi despacho, sé que no puedo engañarme.

Quiero impresionarla.

Quiero que me diga que sí.

Que se vuelva loca por mí... tanto como ella me ha dejado loco a mí.

La noche anterior me dejó con ganas de más. De hecho, eso ha quedado patente cuando esta mañana me he despertado con una erección e imaginándomela desnuda bajo mi cuerpo.

Dios, me moría de ganas de que me montara, de sentarme en ese sofá y que me cabalgara hasta la extenuación.

De la cama he pasado a la ducha y he dado rienda suelta a mi imaginación. He cerrado los ojos para imaginármela desnuda, conmigo, mientras el agua se deslizaba por mi piel bajo la regadera.

He agarrado mi miembro palpitante por el deseo insatisfecho de querer estar con Janna y sus deliciosas curvas. El movimiento ha sido aún más placentero cuando me la he imaginado a mis pies. Arrodillada frente a mí. Su boca entreabierta, sus pechos altos y desnudos salpicados por las diminutas gotas de agua de la ducha y después de mi esencia.

He pensado en ella hasta que me he quedado sin aliento, presa de un orgasmo violento que espero no sea nada comparado con el que un día tendré cuando por fin decida ser mía.

—Porque lo será.

No tengo la más mínima duda. Carraspeo, debo parar de imaginármela desnuda a todas horas o alguien notara que bajo mis pantalones está pasando algo.

—¿Qué será?

Una imitación perfecta de la voz de Gilda llega a mis oídos. Cuando me doy la vuelta no hay sorpresa.

—Buenos días, Tina.

Me mira semi apoyada contra el grueso marco de la puerta de cristal.

—Buenos días a ti también, jefazo buenorro.

—¿A qué viene eso? —le pregunto alzando una ceja.

—Es como Janna te llama.

—No a la cara. Me habría dado cuenta.

Tina se ríe por mi ocurrencia.

—Algún día lo hará —me dice Tina.

Ella sabe perfectamente que tarde o temprano entre Janna y yo habrá más que esas leves chispas que claramente saltan, para convertirse en un incendio abrasador

—¿Pasamos a hablar de trabajo?

Tina hace un gesto con la mano.

—Qué aburrido.

—¿Has reservado vuelo y hotel?

Mi secretaria me mira y me guiña un ojo. ¿Qué demonios haría sin ella?

—Por supuesto. —Entonces pone su mejor voz sensual—. Hasta me he asegurado de que haya overbooking en el hotel.

—Ah, ¿sí?

La proposición del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora