🖤Capítulo 1🖤

650 61 6
                                    

Primavera en el reino de Henry I.

       
Norte de Inglaterra
   

    

El eco producido por un cuerno de guerra atravesó el día, anunciando la llegada del próximo señor del castillo de Blackthorne.
   
Como atraído por el sonido, una oscura silueta empezó a condensarse en medio de la niebla… un caballero vestido con cota de malla sobre un enorme semental. El animal y el jinete parecían un solo ser, indivisible, salvaje, en el que la masculinidad, potente, feroz, rugía a través de su sangre como una tormenta.
 
-Dicen que es un salvaje, milord -murmuró el viudo Lhong.

-Lo mismo se dice de todos los normandos -respondió Gulf a su sirviente, con fingida calma-. Pero él no tiene por qué ser así.

Lhong emitió un sonido que podría haber sido una risa ahogada.

-Sí, milord. La prueba está en que vuestro prometido cabalga hacia vosotros con armadura y a lomos de un caballo de batalla. Soplan vientos de guerra.

-No habrá ninguna guerra -afirmó Gulf, tajante-. Ésa es la razón por la que me casaré… Para acabar con el derramamiento de sangre.

-No os engañes. Es más probable que tenga lugar una guerra antes que una boda -vaticinó el sirviente con evidente satisfacción-. ¡Malditos normandos! ¡Ojalá murieran todos!

-Silencio -ordenó Gulf en voz baja-. No quiero oír hablar de ninguna guerra.

Lhong apretó los labios, pero no habló más sobre el tema.
   
De pie ante una ventana alta del castillo, oculto a la vista por un postigo parcialmente cerrado, Gulf buscó a lo lejos la comitiva que debería haber acompañado al guerrero que pronto se convertiría en su esposo.
   
Nada se movió tras el caballo de batalla excepto la plateada neblina que serpenteaba por encima de los campos, a pesar de que el sonido del cuerno se dejó oír de nuevo en el bosque que se extendía más allá de las tierras cultivadas de la fortaleza.
   
Sin mostrar ningún temor, el corcel y el caballero se hacían cada vez más visibles al aproximarse hacia el castillo. No había rezagados que se apresuraran tras el amenazador guerrero, ni apareció ningún escudero que guiara caballos de batalla o animales de carga con armas y artefactos de guerra.
   
En contra de lo habitual en aquellos casos, Mew Suppasit se aproximaba al castillo sajón acompañado únicamente por el agudo sonido del cuerno de guerra.
   
-Es el diablo hecho hombre… -murmuró Lhong, santiguándose-. Si estuviera en vuestro lugar no me casaría con él.
   
-Pero no estás en mi lugar.
   
-¡Que Dios os proteja! -insistió el sirviente-. Tengo miedo, milord. ¡Y vos debería tenerlo también!
   
-Soy el último descendiente de una antigua y orgullosa estirpe celta -declaró Gulf con voz ronca-. ¿Cómo podría un bastardo normando atemorizar a un glendruid?
   
A pesar de sus orgullosas palabras, el joven sintió que un escalofrío recorría su espina dorsal. Cuanto más se aproximaba Mew Suppasit, más temía que su sirviente estuviera en lo cierto.
   
-¡Espero que Dios esté a vuestro lado cuando lo necesitéis, mi Lord, porque vuestro prometido es el mismo diablo! -exclamó Lhong mientras se santiguaba de nuevo.
   
Con aparente serenidad, Gulf siguió observando la inclemente marcha del fiero caballero. Aquél era el hombre que gracias a sus hazañas en Tierra Santa, lo reclamaría como esposo y haría suyos los vastos dominios del señorío de Blackthorne que el joven heredaría tras la inminente muerte de su padre.
   
Al estar situadas al norte de Inglaterra, las propiedades de Lord Kanawut de Cumbriland siempre habían sido un reclamo para los señores escoceses, quienes habían solicitado una y otra vez la mano de su hijo.
   
Pero tanto William II, como su sucesor, Henry I, se habían negado a aprobar un matrimonio para Lord Gulf Kanawut de Blackthorne.
   
Hasta ahora.
   
El oscuro guerrero se aproximó aún más sobre su semental de guerra, desvelándole a Gulf que su futuro esposo era un hombre poco común. Y no sólo por el hecho de cabalgar solo.
   
Desconcertado, observó al guerrero que se había convertido en uno de los grandes barones ingleses. No cabalgaba bajo ningún estandarte ni lucía ningún emblema sobre su escudo con forma de lágrima, a pesar de que, cuando Lord Kanawut muriese, controlaría más tierras que ningún otro barón a excepción de los más allegados al Rey.
   
Su yelmo estaba forjado en un extraño metal ennegrecido, del mismo color que el caballo de batalla que montaba. Y el largo manto que cubría su cuerpo y el de su corcel, era oscuro, suntuoso y se movía pesadamente, en armonía con los ágiles movimientos del semental.
   
Ambos tan orgullosos como Lucifer. E igualmente poderosos, pensó Gulf, obligándose a sí mismo a no mostrar ningún miedo.
   
-Es el hombre más fuerte que he visto -comentó Lhong.
   
Gulf se limitó a permanecer en silencio.
   
-¿No os parece aterrador, mi Lord? -preguntó el sirviente.
   
El feroz caballero realmente parecía imponente, pero no había razón para que todos los sirvientes del castillo se enteraran del miedo que sintió su señor al ver por primera vez a su futuro esposo.
   
-No, no me parece aterrador -aseguró Gulf-. Es sólo un hombre vestido con armadura cabalgando sobre un caballo. Una imagen bastante común, ¿no crees?
   
-Y pensar… -reflexionó Lhong con voz amarga-…que ese bastardo es ahora uno de los caballeros favoritos del Rey… Aunque Mew Suppasit todavía no posee ninguna tierra, todos hablan de él como si se tratara de un gran señor.
   
-No olvides que se le ha concedido el título de barón -adujo su señor-. Sea como fuese, salvó la vida del hijo de uno de los nobles más poderosos de Inglaterra en Tierra Santa. Incluso se dice que sin él la Cruzada del hermano del monarca no habría tenido éxito. Era obligación del Rey recompensarlo.
   
-Con tierra sajón -replicó el sirviente.
   
-El Rey tiene derecho a hacerlo.
   
-Actuáis como si no os importara.
   
-Sólo me importa que acaben las matanzas.
   
«¿Descubriste lo que es la compasión en Tierra Santa, Mew Suppasit? ¿Habrá paz al fin para estas tierras bajo tu gobierno? ¿O sólo te interesa la ambición y la guerra?»
   
Lhong estudió de soslayo los delicados rasgos de su señor; pero ningún signo delataba sus pensamientos, cualesquiera que fueran. Frunciendo el ceño, el sirviente fijó la vista de nuevo en el caballero normando que había tomado el castillo con una promesa de matrimonio en lugar de con una batalla.
   
-Dicen que luchó en las Cruzadas con la frialdad del hielo y la ferocidad de un bárbaro del norte -apuntó el sirviente, rompiendo el silencio.
   
-No tendrá que luchar contra mí. No presentaré batalla.
   
-Pero sois un glendruid -susurró el sirviente en voz muy baja para que su señor no pudiera escucharlo.
   
Sin embargo, Gulf sí lo hizo.
   
-¿Creéis que lo sabe? -preguntó Lhong después de unos minutos.
   
-¿A qué te refieres?
   
-A que nunca obtendrá herederos de vos.
   
Los claros ojos verdes de Gulf se clavaron en el viudo sajón que su padre había insistido en que tomara como sirviente personal.
   
-¿Te dedicas a escuchar y a difundir rumores entre los vasallos y campesinos? -inquirió el joven secamente.
   
-¿Los tendrá? -insistió el sirviente-. ¿Tendrá hijos varones de vos?
   
-No entiendo tu pregunta. -Gulf se obligó a sonreír-. ¿Cómo puedo saber con antelación el sexo de los hijos que aún no he tenido?
   
-Se dice que sois un brujo -señaló Lhong sin rodeos.
   
-El hecho de que sea glendruid no significa que sea un brujo.
   
-Eso no es lo que dice la gente.
   
-En estas tierras, la gente dice muchas cosas que son fruto únicamente de su imaginación -replicó Gulf-. Deberías saberlo. Hace ya un año que vives en Blackthorne.
   
El sirviente miró de reojo a su señor.
   
-La gente también dice la verdad en ocasiones.
   
-¿Y lo hace en este caso? ¿Me has visto hacer alguna vez algo fuera de lo común?
   
-Sois excepcionalmente hábil adiestrando halcones y sanando con pociones a base de hierbas -señaló Lhong.
   
-Te repito que no practico la brujería. Y a partir de ahora, te ruego que dejes de hablar de ello. Algunos podrían creer en la veracidad de tus palabras.
   
-Estoy seguro de que son ciertas -insistió el sirviente encogiéndose de hombros-. El pueblo temía a vuestra madre y no se equivocó al hacerlo.

Indomable. 🦅🖤  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora