🖤Capítulo 16🖤

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A medida que pasaban los días, la promesa de Gulf de no desafiar a Mew se hacía más difícil de cumplir.
   
-Pero mi jardín… -protestó cuando vio que su esposo se dirigía a la puerta-. Debo…
   
-Mild se está ocupando de él -lo interrumpió, parándose un instante en el umbral-. Estaré de vuelta antes del mediodía.
   
Sin más, salió y cerró la puerta, dejándolo en medio de la oscuridad.
   
-¿Cuándo me dejarás libre? -gritó al oír el sonido de sus pasos alejándose.
   
-Cuando no pueda haber duda de que no estás esperando un hijo. Regresaré pronto, pequeño halcón. Mientras tanto recuerda la promesa que me hiciste.
   
Con un sonido de frustración, Gulf golpeó la puerta con su puño haciendo tintinear las joyas de sus muñecas.
   
-Recuerda tu promesa -repitió con indignación-. ¿Cómo puedo olvidarla? ¡Apenas he tenido otra cosa en qué pensar en los últimos tres días!
   
El barón Suppasit, dueño y señor de la fortaleza de Blackthorne, era el único contacto que Gulf tenía con el exterior. Siguiendo sus órdenes, nadie se acercaba a sus aposentos para hablar con él a través de la puerta o llevarle comida o bebida.
   
Mew entraba sin avisar, lo obsequiaba con una flor fresca o un canto pulido del río para añadir a su colección, y se quedaba un rato para charlar sobre el rápido progreso de su halcón peregrino, la situación de los campos, la restauración de la armería o la situación de los jardines.
   
A la hora de las comidas, hacía que Gulf se sentara sobre su regazo y le daba de comer con una paciencia que nunca variaba aunque Gulf se burlase de la reclusión, y, cuando llegaba la noche, lo llevaba hasta la gran cama con dosel y lo abrazaba hasta que se quedaba dormido.
   
Pero era el momento del baño el que Gulf más temía. El solo hecho de acordarse de Mew recostado contra la puerta, observándolo con sus brillantes ojos plateados mientras él se lavaba, lo hacía estremecer. Sin embargo, a pesar de toda la intimidad que habían compartido, de todos los bellos momentos vividos, su esposo seguía manteniendo un férreo autocontrol, tocándolo únicamente para alimentarlo y darle calor en el frío de la noche.
   
Por primera vez en su vida, Gulf deseó poder dominar el arte de la seducción. Entonces podría lograr que Mew ardiera de pasión, lo haría suyo por fin y talvez pudiese descubrir que todas sus sospechas sobre Kao eran infundadas.
   
Si pudiera seducirlo…
   
Era plenamente consciente de que su forzada reclusión debía acabar, pues acrecentaba el odio de los habitantes de Blackthorne hacia su nuevo señor. Cuando Boad había hablado con él la mañana después de la boda, lo había hecho en nombre de todos los vasallos.
   
«No permitiremos que vuestro esposo os haga daño. Podría sucederle un accidente mortal cuando salga a cazar».
   
El temor lo invadía al recordar las palabras de Boad. Si algo así llegara a pasar sería una catástrofe para el castillo… y para él. La venganza de Smith contra las gentes de la fortaleza sería rápida y despiadada. Y en cuanto a él… No podía soportar siquiera la idea de que algo malo pudiera ocurrirle a Mew.
   
Las joyas tintineaban en sus tobillos mientras recorría sus dependencias de un lado a otro, inquieto por el futuro.

Finalmente lo distrajo el sonido de voces provenientes del patio de armas y el estruendo producido por el entrechocar de espadas contra escudos.
   
El joven se aproximó a la ventana y abrió los postigos lo justo para no ser visto desde abajo. La abertura no era lo suficientemente grande como para permitir la entrada de la luz del sol, pero sí para observar lo que ocurría en el patio de armas.
   
Los soldados entrenaban bajo la atenta mirada del barón poniendo a punto sus habilidades guerreras con tanta violencia que, a pesar de ir protegidos con cota de malla y yelmo, solía haber heridos.
   
Lhong servía cerveza y animaba a sus favoritos, al igual que Tul. Incluso desde el difícil ángulo desde el que miraba, Gulf percibía claramente el sensual balanceo de las caderas del antiguo amante de Mew al acercarse a éste.
   
Con unos ojos fríos como el hielo, el joven observó que su esposo se inclinaba galante para escuchar algo que le decía Tul, para después echar la cabeza hacia atrás y reírse a carcajadas. Al ver aquello, Gulf sintió que un cuchillo atravesaba sus entrañas. Lo único que lo retraía de abrir los postigos de par en par y arrojar el contenido del orinal a la cabeza de Tul, era la certeza de que Mew no se había acostado con él últimamente, ya que había pasado la mayor parte del tiempo con su esposo y atendiendo las necesidades de la fortaleza.
   
Si Gulf era el prisionero de Mew, él era también el prisionero de Gulf. Aquel pensamiento caldeaba el corazón del joven de una extraña manera.
   
Las ardientes caricias de Mew sobre su sensible piel, contemplarlo cuando dormía, sentir la fiera mirada posesiva recorriendo su cuerpo cuando se desnudaba para su baño… No había duda de que la seducción de Mew estaba surtiendo efecto y que sus frágiles defensas se resquebrajan cada vez que Mew le sonreía o lo acariciaba con suavidad. Ser consciente de ello lo aterraba…

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