🖤Capítulo 7🖤

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El olor a incienso y a perfume impregnaba el sacro silencio del edificio de madera. Los bancos resplandecían por la cera de abeja recién aplicada y una miríada de lenguas de luz se elevaba de las incontables velas.

Lujosos broches, collares, diademas, ceñidores y anillos destellaban como distantes estrellas por toda la iglesia.
   
Jefes de clanes escoceses, nobles sajones, aristócratas normandos y caballeros de toda índole se mezclaban con recelo, lanzándose miradas de desconfianza.
   
Los gélidos ojos grises de Mew catalogaron a los allí reunidos. Tal como había esperado, había espadas en abundancia, visibles bajo los mantos. Algunas empuñaduras lucían gemas engarzadas, denotando así el propósito ceremonial, y no militar, del arma. Sin embargo, también había espadas de acero como la suya, cuyo destino era matar.
   
A pesar de que la iglesia estaba atestada, nadie se situó cerca de Mew; ni siquiera el Joven de cabello rubio y ojos claros cuya vaporosa vestimenta escarlata y costosas joyas habían sido el centro de numerosas miradas.
   
Del barón normando irradiaba una actitud implacable y peligrosa, y sólo su hermano tuvo el valor suficiente para acercarse a él, conocedor de su tolerancia y paciencia.
   
-Todo está preparado, excepto el novio -murmuró Smith a la espalda de Mew de forma que nadie pudiera escucharles.
   
El barón hizo un gesto de asentimiento.
   
-¿Ha puesto alguna objeción el sacerdote?
   
-Protestó cuando coloqué a nuestros hombres en el coro. Pero yo le convencí de que no podía sentar a simples soldados con la nobleza.
   
El breve resumen de lo que, con toda seguridad, había supuesto una disputa acalorada, hizo que Mew sonriera.
   
-Los hombres de Kao están armados hasta los dientes -siguió Smith.
   
-Lo he visto.
   
-¿No vas a hacer nada al respecto?
   
-Los reevers son tan sólo un puñado de rebeldes harapientos.
   
-No es bueno subestimarlos -replicó Smith.
   
-Cuando Kao aparezca, ponte a su espalda y no te separes de él -gruñó Mew.
   
-¿Y qué pasa con Lord Kanawut? -objetó su hermano mirando hacia el primer banco, donde se encontraba el señor de Blackthorne envuelto en ostentosas ropas-. Un hombre con tanto odio es imprevisible.
   
-Desearía matarme, pero no tiene la fuerza suficiente -señaló Mew secamente-. Kao sí la tiene. Y no hay que olvidar que estuvo prometido a Lord Gulf.
   
Los ojos de Smith se empequeñecieron cuando lanzó una maldición que hubiera ruborizado al sacerdote de haberla escuchado.
   
-Si sigues maldiciendo así, tendrás que cumplir una penitencia -se burló Mew con una leve sonrisa-. Pero estoy de acuerdo contigo en lo que respecta a un hombre como Lord Kanawut, capaz de casar a sus propios hijos entre sí.
   
-Quizás el doncel no sea su hijo.
   
-Si es así, ¿por qué no lo ha expulsado del castillo y ha nombrado heredero a Kao? -adujo Mew-. Ningún hombre desea que sus tierras pasen a manos del esposo de un doncel que en realidad no es su hijo…
   
Las palabras del normando se vieron interrumpidas por el gran revuelo que se formó cuando apareció el novio en la puerta de la iglesia.

Bajo la tenue luz de las velas, Gulf parecía envuelto en una neblina plateada tan etérea como la luz de la luna. Justo entonces, apareció la silueta de un hombre de mayor corpulencia tras la frágil figura, bloqueando la escasa luz que ofrecía el cielo plagado de nubes.
   
-Cumple mis órdenes -susurró Mew.
   
Sin perder tiempo, Smith atravesó el gentío que llenaba la iglesia.
   
Ya que el heredero de Blackthorne no tenía ningún otro pariente directo que pudiera llevarlo al altar y entregar a Mew el zapato que simbolizaba que el novio pasaba de la posesión del padre a la del esposo, fue Kao Noppakao quien acompañó a Lord Gulf en lugar de Lord Kanawut.
   
Ver a aquel hombre, un simple señor feudal, caminando con su prometido aferrado a su brazo, produjo en Mew un violento sentimiento de rabia que nació en lo más profundo de sus entrañas. Semejante furia le sorprendió incluso a sí mismo porque nunca había sido un hombre posesivo. Sin embargo, algo en su interior le decía que él era el único hombre con derecho a estar cerca de Gulf, el único que podría respirar el aroma ligeramente almizclado de su piel, el único que se apoderaría de su alma.
   
Pero cuando vio los ojos de su prometido, se olvidó de la presencia de Kao, del sacerdote que estaba esperando en el altar, de las espadas enterradas en sus vainas a la espera de una sola palabra, y comprendió en ese mismo instante por qué los vasallos de Blackthorne Keep miraban a su señor con expresiones llenas de esperanza que transformaban por completo sus ajados rostros.
   
Mew jamás había visto un doncel tan hermoso. Caminaba orgulloso con la túnica lanzando destellos plateados y con unos ojos de un maravilloso color verde que parecían reflejar la esperanza de sus vasallos.
   
Un respetuoso silencio acompañó a Gulf mientras recorría lentamente el pasillo, pero él sólo era consciente del bello extranjero cuyo exuberante cuerpo, ataviado con costosas ropas, proclamaba lo mucho que Mew había pagado para acostarse con él. Sin embargo, Tul no se percató de la mirada del novio ya que sus ávidos ojos estaban fijos en el barón.
   
Gulf siguió la mirada del extranjero y contuvo la respiración. Relajado y satisfecho, Mew esperaba en la parte delantera de la iglesia, siguiendo el avance del novio hacia el altar con mirada penetrante. Iba vestido de negro, pero bajo su manto podían apreciarse breves destellos de luz.
   
Con una ligera sensación de asombro, Gulf se percató de que el barón llevaba puesta una cota de malla debajo del manto negro. La tensión que pudo percibir en el brazo de Kao, donde reposaba su mano, le confirmó que también él era consciente del inusual traje de boda del guerrero.
   
«¿Se convertirá la boda en una batalla?», pensó Gulf, preocupado, al tiempo que llegaba hasta su prometido.
   
Aquella pregunta lo consumió de tal forma que apenas pudo continuar la ceremonia. Como si de un sueño se tratara, se arrodilló, se levantó y volvió a arrodillarse dejando que los cantos gregorianos del coro lo inundaran, hasta que el sacerdote le dedicó una mirada severa:
   
-Repito, Lord Gulf Kanawut -lo instó el capellán, impaciente-, tenéis derecho a rechazar esta unión si así lo deseáis, puesto que el matrimonio es un sacramento al que se accede de forma voluntaria. ¿Aceptáis a Mew Suppasit como vuestro esposo ante los ojos de Dios y de estos hombres?
   
Gulf tragó saliva con dificultad, intentando que las palabras atravesaran su agarrotada garganta.
   
A su espalda, donde aguardaba Kao, comenzó a organizarse un gran revuelo que pronto se extendió a toda la multitud. Los susurros de la gente resonaban en la iglesia como si fueran espadas saliendo de sus vainas. El joven giró la cabeza para mirar al poderoso caballero normando que lo observaba como si tan sólo con desearlo pudiera hacer que saliera de sus labios un sí. Pero no pudo lograrlo.

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