🖤Capítulo 10🖤

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Gulf respiró tan profundamente que los cristales glendruid que estaban engarzados en el cuello de la túnica destellaron y brillaron a la luz de las velas.
   
-Si entendieses mis razones no me juzgarías tan duramente -dijo en voz baja.
   
-Me limito a observar los hechos y a juzgar de manera objetiva.
   
-Si tan mala opinión tienes de mí, ¿por qué accediste a casarte conmigo?
   
Gulf supo la respuesta a su pregunta en el instante en que las palabras salieron de su boca.
   
-Por las tierras -se contestó a sí mismo.
   
-Y los herederos.
   
-Oh, sí. Los herederos.
   
-Al contrario que Lord Kanawut -remarcó Mew bruscamente-, no tengo ninguna intención de criar a los bastardos de otro hombre, ni de desperdigar los míos por la campiña.
   
El joven se dio la vuelta con tal rapidez que hizo que la delicada tela de su capa se elevara y arremolinara como si se tratara de niebla. Pero el normado extendió la mano que tenía libre y lo agarró del brazo antes de que pudiera alejarse.
   
-Te haré una pregunta mucho más directa, esposo: ¿estás engendrando el bastardo de Kao?
   
Gulf abrió la boca para hablar, pero no pudo articular palabra. Sabía que si hubiese estado en el lugar de Mew, él también habría sospechado, pero, aún así, le molestó la pregunta.
   
-No -contestó tembloroso, manteniendo el rostro vuelto hacia un lado.
   
Cuando recordó el duro trato que el joven había recibido en manos de Lord Kanawut, el barón movió sutilmente la mano que aferraba su brazo, transformando su gesto en una caricia que pretendía tranquilizarlo.
   
-No sientas temor por mí, pequeño -susurró-. Nunca he abusado de nadie.
   
Gulf levantó entonces bruscamente la cabeza, y una sola mirada al verde fuego de sus ojos bastó al normando para saber que no era el miedo lo que lo había hecho temblar.
   
Era la furia.
   
-Soy casto -afirmó Gulf con ira-. Nunca me ha tocado ningún hombre y, sin embargo, no has hecho más que insultarme.
   
Mew arqueó una ceja, y tiró con despreocupada y significativa fuerza la cota de malla sobre el respaldo de la silla. Los eslabones de metal vibraron cuando la prenda golpeó la madera.
   
Después, en medio de un tenso silencio, el normando estudió a su reticente esposo, que permanecía a su lado sólo porque él lo mantenía sujeto.
   
-Sólo he dicho la verdad -señaló Mew, tajante-. ¿Estaba tu madre embarazada cuando se casó?
   
-Sí, pero…
   
-¿Estuviste prometido a Kao Noppakao?
   
-Pero…
   
Implacable, el barón ignoró las vacilantes palabras de Gulf.
   
-¿Acaso me advertiste de lo que me esperaba en la iglesia?
   
Un estremecimiento recorrió el cuerpo del joven.
   
-No -reconoció Gulf en voz baja.
   
-¿Por qué? ¿Acaso fue el afecto que hay entre ese bastardo y tú lo que te impidió avisarme de que iba a ser asesinado?
   
La mano del brazo cautivo de Gulf se movió en un gesto de impotencia que acabó tan pronto como empezó.
   
-Habrías ahorcado a Kao -susurró-. Y yo no habría podido soportar ser el responsable de su muerte.
   
La boca del barón se endureció cuando escuchó la confirmación de lo que temía.
   
-Ahorcar a Kao hubiera supuesto la guerra -continuó Gulf- una guerra a la que los vasallos de Blackthorne no hubieran sobrevivido.
   
Mew gruñó.
   
-Mi pueblo… -La voz del joven se apagó en el instante en que un leve temblor atravesó su cuerpo. Estaba tan tenso que parecía a punto de romperse-. Mi pueblo necesita disfrutar de un tiempo de paz para poder ocuparse de sus hijos y sus cosechas. -Levantó la cabeza y se enfrentó a la dura mirada del normando-. Lo necesitan. ¿Puedes entender eso?
   
En silencio, Mew estudió los asombrosos ojos verdes del doncel que estaba frente a él, suplicando con arrogancia por las vidas de sus vasallos. No por la suya.

Ni por la de Kao.
   
Por la de sus vasallos.
   
-Sí -respondió finalmente-. Eso puedo entenderlo. Cualquiera que haya sufrido una guerra puede comprender el anhelo de la paz. Por esa razón regresé a Inglaterra. Para poder ocuparme de mis hijos y de mis tierras en paz.
   
El aire se escapó entre los labios de Gulf en un largo suspiro.
   
-¡Oh, Dios mío! -exclamó el joven-. Cuando te vi acariciar al halcón con tanta delicadeza, tuve la esperanza…
   
Su voz se debilitó uniéndose al suave susurro de las llamas en el hogar. Pero Mew, con unos dedos endurecidos por la batalla, obligó a Gulf a volver el rostro hacia él.
   
-¿De qué tuviste la esperanza? -preguntó.
   
-De que tú no fueses el diablo sediento de sangre que los rumores aseguraban que eras. Que hubiera bondad en ti. Que…
   
Las palabras del joven se vieron interrumpidas por la sensual presión que ejercía el pulgar de Mew al deslizarse por su labio inferior.
   
-Continúa -lo instó.
   
-No puedo pensar… cuando tú…
   
-¿Cuándo te hago esto? -inquirió, al tiempo que repetía la lenta caricia.
   
Gulf asintió levemente. Ese pequeño movimiento bastó para trasladar la caricia a su labio superior y Gulf abrió los ojos de par en par ante la inesperada sensación que lo recorrió. Sin pensarlo, intentó echarse hacia atrás, sólo para descubrir que el otro brazo de Mew lo rodeaba manteniéndolo cautivo

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