🖤Capítulo 27🖤

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Cuando finalmente los reevers permitieron que Gulf desmontara, se sentía dolorido y agarrotado a causa del brutal viaje. Exhausto, lanzó una mirada de soslayo a su alrededor y lo que vio hizo que su preocupación aumentara aún más.
    
Los rebeldes habían construido un torreón con un tosco patio en medio del bosque, y más de veinte hombres merodeaban a su alrededor. Sólo uno de ellos vestía la cara indumentaria propia de un caballero y era obvio que sus ropas de batalla habían visto días mejores. El resto no eran más que bandidos, cazadores furtivos y proscritos.
    
Varios guardianes se sentaban de brazos cruzados a lo largo de la irregular empalizada que rodeaba el patio. Pero nadie, a excepción del caballero, había estado entre los compañeros de Kao. Sucios y harapientos, lo único a lo que parecía que prestaban atención era a sus puñales y espadas, que brillaban a la luz de una hoguera que utilizaban tanto para calentarse como para cocinar.
    
Cuando Gulf se dirigió con pasos vacilantes hacia un roble y se dejó caer en su base, los hombres lo observaron con evidente lujuria o indiferencia animal. Sin embargo, ni los rebeldes, ni su propio cuerpo magullado, le preocupaban tanto como el sueño que le había sobrevenido aun estando medio despierto durante el extenuante viaje… un bebé recién nacido que se reía con un brillo de alegría en sus extraordinarios ojos grises.
   
Si lo que había soñado era cierto.
   
«Mew, ¿conocerás algún día a este bebé? Y si lo haces, ¿creerás que es tuyo?»
   
De pronto, una mano sacudió a Gulf con rudeza interrumpiendo sus pensamientos.
   
-Levántate, brujo, y sirve la cena a tus señores -le ordenó Lhong.
   
-¡Lhong! ¿Qué haces aquí? ¿Te han raptado a ti también?
   
El sirviente sonrió con amargura.
   
-No tengo ni una moneda de plata a mi nombre. ¿Por qué iba a raptarme nadie? -ironizó-. No, me uní a los reevers por propia voluntad.
   
-Debí imaginármelo. Tu codicia…
   
-Cuida tu lengua, brujo -le advirtió Lhong, al tiempo que abofeteaba a Gulf con fuerza-. He esperado mucho tiempo para esto. Mueve tu precioso trasero y sírvenos la cena, o te entregaré a Edmond el Cruel para que te instruya en tu nueva profesión.
   
Cuando volvió a golpear a Gulf, el hombre que iba vestido con cota de malla y que tenía mejor aspecto que los demás, se acercó y empujó a un lado a Lhong.
   
-A Vegas no le gustaría esto -dijo con calma el caballero-. Planea ser el primero en usar al brujo. No quiere ninguna marca en su cuerpo porque desea ser él quien se las haga. Se mostró muy claro sobre eso esta mañana. ¿Recuerdas?
   
El viudo apretó los labios formando una fina línea, pero no siguió golpeando al que había sido su señor. Lhong sabía muy bien qué planes tenía Vegas para el brujo glendruid. Había sido él mismo el que le había metido muchas de esas ideas en su limitada mente.
   
-¿Es así como correspondes a la hospitalidad que te ofreció Blackthorne? -preguntó Gulf, ajustándose el manto para protegerse de la húmeda niebla y de los lascivos ojos de los reevers-. ¿Con la traición?
   
-¿A qué hospitalidad te refieres? -se burló Lhong desdeñosamente-. Yo era el hijo del señor de un castillo tan grande como Blackthorne y fuí convertido en tu sirviente.
   
-Tu castillo cayó en manos de los normandos.
   
La ira tensó los rasgos ya tirantes de Lhong, y sus pálidos ojos centellearon como los de un animal al reflejar la luz de la hoguera.
   
-No fue una batalla justa -arguyó-. Tomaron el castillo por medio de la traición.
   
-Justa o injustamente, el resultado fue el mismo -replicó Gulf-. Tu familia y tu esposo fueron asesinados y a tí se te abandonó a merced de unos vecinos a los que no les iba mejor que a tí. Eras un viudo sin hijos ni hogar cuando Lord Kanawut te rescató, te dio una posición respetable y prometió encontrarte un esposo.
   
Los labios de Lhong formaron una mueca.
   
-Aunque primero, intentó dejar su simiente en mí.
   
Gulf tomó aire bruscamente.
   
-¿No lo sabías? Lord Kanawut intentó engendrar un hijo con todas las mujeres y donceles del castillo antes de dar su permiso para su matrimonio.
   
Aunque Gulf empezó a hablar, Lhong no le dio la oportunidad de hacerlo.
   
-Siempre decía que se casaría con la persona que consiguiera darle un heredero. Pero eso nunca ocurrió, porque, después de que su maldita esposa lo abandonara, se volvió impotente.
   
Un grito desde la linde del rudimentario campamento distrajo a Lhong. Vegas regresaba con provisiones de Carlysle Manor y todos, excepto el caballero y un harapiento cazador furtivo, se aglomeraron a su alrededor.
   
-¿Has traído cerveza? -gritó uno de los rebeldes.
   
-Sí -contestó Vegas mientras desmontaba.
   
Con una sonrisa de satisfacción, se acercó al fuego y se quitó el yelmo revelando la gruesa mata de cabello pelirrojo.
   
-¿Hay comida? -preguntó Lhong bruscamente.
   
-Carne, pan y queso.
   
-¿Por qué no has traído a alguna mujer o a algún doncel? -masculló otro reever.
   
-Nos prometieron que pronto nos enviarían a uno de los cocineros.
   
-¿Y por qué no más? -farfulló otro rebelde-. Un doncel no es suficiente para todos.
   
Gulf actuó como si no hubiese oído nada. Bajo el manto, sus manos protegieron instintivamente su vientre, sintiendo que un frío que nada tenía que ver con la humedad de la niebla se instalaba en su interior.
   
-¿Alguna noticia del bastardo normando? -inquirió Lhong.
   
La única respuesta del jefe de los reevers consistió en un encogimiento de hombros, pero sus ojos se iluminaron cuando vio a Gulf de pie, al otro lado de la hoguera.
   
-Ven aquí -le ordenó.
   
Con aparente calma, el joven rodeó el fuego y se detuvo junto a Vegas. La lasciva expresión de los ojos del hombre mientras lo estudiaba, hizo que a Gulf se le encogiera el estómago y que la bilis ascendiera hasta su garganta.
   
Intuyendo lo que se avecinaba, el rostro de Lhong mostró una extraña mezcla de ira y resignación. Todos conocían lo mucho que deseaba Vegas al señor del castillo de Blackthorne, y ésa había sido una de las razones que Lhong había esgrimido para alejarlo de Kao.
   
-Al menos, aguarda hasta mañana al anochecer -le pidió Lhong con impaciencia-. Deshonrarlo será mucho más satisfactorio cuando el bastardo de su esposo esté aquí para verlo.
   
Gulf se sintió invadido por las náuseas al escuchar aquellas terribles palabras y, a pesar del calor que irradiaba la fogata, el frío que sentía en su piel se intensificó y pareció llegar hasta su alma.
   
-¿Qué locura es ésa? -preguntó Gulf con dolorosa calma.
   
-No es ninguna locura -replicó Lhong-. Es una venganza contra el bastardo normando y el brujo glendruid que se ha convertido en su puto personal.
   
-¿Venganza, por qué?
   
No había curiosidad ni emoción en la voz de Gulf, tan sólo una extraña calma que pareció aislarlo de lo que lo rodeaba.
   
-Deberías haber dejado morir al normando cuando lo envenené -exclamó Lhong con violencia-. Entonces, yo habría podido convencer a Kao de que tomara el castillo y todo habría ido bien. Pero salvaste a ese bastardo y yo tendré mi venganza a pesar de tus interferencias.
   
-¿Dónde está Kao?
   
De nuevo, su voz sonó carente de emoción.
   
Lhong se encogió de hombros.
   
-Se fue al norte con sus caballeros y me alegro por ello. Los clanes de la frontera acabarán con la vida de ese traidor antes de que pueda disfrutar de los frutos de su traición.
   
-¿Él no es uno de vosotros?
   
-No -siseó Lhong-. No hay traidores entre nosotros. Excepto tú, brujo, y no estarás aquí por mucho tiempo.
   
La extraña calma del cautivo y su vacía mirada, provocó que los reevers se miraran entre sí con creciente inseguridad y que un nervioso murmullo empezara a extenderse entre ellos.
   
Sólo Lhong permaneció impasible ante los fríos ojos verdes de Gulf. La venganza que había buscado desde la derrota de su familia a manos de los normandos estaba finalmente a su alcance, y eso lo hacía feliz.
   
-Deja que te diga lo que te espera, traidor -le espetó el viudo con deleite-. Mañana al anochecer el bastardo de tu esposo pagará por tí tres veces tu peso en oro y gemas.
   
Un pequeño movimiento del cuerpo de Gulf provocó que las joyas que todavía llevaba emitieran su exquisita música, pero el sonido cesó casi antes de empezar.
   
-Una vez que el rescate esté en nuestro poder -continuó Lhong-, serás entregado a los reevers y dejaremos que tu esposo sea testigo de todo lo que te hagan. Cuando hayamos acabado de divertirnos con vosotros dos, lo mataremos.
   
Gulf guardó silencio.
   
-¿Eres demasiado estúpido para ser consciente del precio que vas a pagar por haberte puesto del lado de los normandos? -gritó Lhong, furioso-. Pronto sabrás lo que yo sufrí. ¡Te quedarás sin hogar! ¡Serás un viudo deshonrado y sin hijos!
   
Al ladear Gulf la cabeza, los diminutos cascabeles dorados que colgaban de su cuello repiquetearon. Fue el único sonido que se oyó durante varios segundos.
   
-Mew Suppasit no vendrá a rescatarme -afirmó finalmente Gulf con voz ausente, sin vida.
   
-Vendrá. Debe hacerlo. O tú morirás.
   
-Entonces, moriré. Mandad llamar a un sacerdote para que me confiese.
   
La seguridad en la voz de Gulf penetró por fin en la sensación de triunfo de Lhong, que se quedó mirándolo asombrado.
   
-¿Qué estás diciendo? -inquirió Vegas, acercándose tanto a él que el joven tuvo que echar la cabeza hacia atrás para poder ver su rostro-. Por supuesto que ese bastardo acudirá en tu rescate. Sin tí, perderá el castillo de Blackthorne.
   
-¿Y quién lo tomará? -preguntó Gulf rotundo-. Kao no lo hará. Y vosotros no disponéis de los hombres suficientes para hacerlo.
   
-Podemos -replicó Vegas-. Y lo haremos.
   
-Es una pena que yo esté muerto para entonces -se lamentó Gulf con ironía, retrocediendo para poder examinar el campamento-.  Disfrutaría viendo a este grupo de proscritos y desarrapados atacar el castillo de Blackthorne. Una vez que mi esposo deje de reír, os destripará y os dejará como carroña para los buitres.
   
-No habrá nadie a excepción de Max para organizar las defensas del castillo -lo interrumpió Lhong-. Está capacitado, pero no es rival para nosotros.
   
-Smith luchará con la misma fiereza y astucia que Mew.
   
-Smith no estará allí -intervino Vegas-. Le hicimos saber al barón que sólo podría acompañarle un caballero con el rescate.
   
Gulf asintió.
   
-Comprendo. Supongo que esperáis que ese caballero sea Smith, el hermano de mi esposo.
   
-Sí -asintió Vegas, sonriendo con satisfacción.
   
-Tu plan es matarlos a los dos.
   
-No había otra opción después de que ese maldito bastardo normando sobreviviera y empezara a idolatrarte… y tú a él -le espetó Vegas-. En esas circunstancias pronto habría un heredero y nosotros no tendríamos ninguna posibilidad de hacernos con el castillo de Blackthorne.
   
-Así que intentasteis matar a mi esposo durante la cacería -dedujo Gulf-. Pero escapamos.
   
-Escapasteis de Vegas -puntualizó Lhong-, pero no de mi trampa.
   
-Ah… Fuiste tú quien hizo enfermar a Tul para que yo me quedara.
   
-Fue un placer ver cómo ese puto vomitaba. Y fue un placer aún mayor ver la cara del bastardo normando cuando finalmente regresó y le dije que te habías escapado para reunirte con Kao Noppakao.
   
-Eso no ha sido muy inteligente por tu parte -afirmó Gulf en tono neutro.
   
Lhong sonrió.
   
-Tienes demasiadas ansias de venganza -continuó Gulf.
   
-¿Qué quieres decir?
   
-Mew nunca pagaría un rescate por alguien que se ha escapado con su amante.
   
Lhong se encogió de hombros.
   
-Al contrario. Eso hará que su deseo por perseguirte y castigarte sea aún mayor.
   
-Entonces, eras tú quien no dejaba de extender los rumores que decían que Kao y yo éramos amantes.
   
Aunque no había ningún tono interrogativo en la voz de Gulf, Lhong respondió, saboreando cada palabra.
   
-Sí. Disfruté mucho con los celos de ese maldito normando. Hiciste que cayera bajo tu hechizo, brujo. Y ahora lo pagarás.
   
La suave e inquietante risa de Gulf fue más efectiva que cualquier maldición. Los reevers se movieron con nerviosismo y miraron hacia la creciente oscuridad como si esperaran que surgieran fantasmas del húmedo suelo.
   
-Ah, mi pobre sirviente -se burló Gulf-. Será divertido ver cómo se frustran tus expectativas.
   
El frío desdén en la voz del que había sido su señor, fue como un látigo golpeando a Lhong.
   
-¿De qué estás hablando? -exigió saber.
   
-¿Mew Suppasit, cayendo bajo mi hechizo? -Gulf soltó una carcajada que apenas era humana, provocando que un escalofrío recorriese la espalda de los reevers-. Lhong, eres un completo estúpido.
   
Se dio la vuelta dando la espalda al que había sido su sirviente, y se enfrentó a los hombres que lo miraban sobrecogidos. Cuando habló, su voz se escuchó claramente a pesar de su inquietante calma.
   
-Escuchadme, reevers, lo único que desea Mew Suppasit es el señorío de Blackthorne, no a mí. Si me cubrió de joyas y pareció depender de cada una de mis sonrisas, fue porque planeó mi seducción paso a paso con el fin de que yo le diera un hijo. No en vano es el mejor estratega de toda Inglaterra.
   
Lhong empezó a hablar, pero guardó silencio ante un abrupto gesto de Vegas.
   
-¿Por qué pagaría mi esposo un rescate digno de un Rey por un doncel que cree que le es infiel y que, incluso si es fértil, no le dará un heredero varón? -siguió Gulf razonablemente-. Mew Suppasit me mantuvo a su lado porque sabía que los vasallos se habrían sublevado de no hacerlo.
   
-Mayor razón para que pague el rescate -intervino Lhong.
   
Una vez más, Gulf se rió, y una vez más, los reevers bajaron la mirada, deseando estar lejos de aquel joven que se enfrentaba a ellos aceptando con escalofriante calma su derrota… y su propia muerte.
   
-Eres muy codicioso -dijo Gulf volviéndose de nuevo hacia Lhong-, sin embargo, no has tenido en cuenta la codicia de los demás.
   
-Habla claro -le exigió el viudo.
   
-Tres veces mi peso en joyas y oro supone la ruina del castillo de Blackthorne.
   
-¡Sí!
   
-¿Quién paga a los caballeros para que protejan a los vasallos de gente como vosotros? -preguntó Gulf con falsa suavidad-. ¿Quién paga los impuestos que volverán a llenar las arcas del castillo para comprar caballeros? ¿Qué vidas se convertirán en un infierno si su señor se empobrece?
   
Un murmullo se extendió entre los rebeldes al comprender lo que el joven estaba tratando de decirles.
   
-Sí -asintió Gulf-. Los vasallos son los que pagan. Yo curo sus heridas y sienten afecto por mí, pero no dudarán ni un segundo si tienen que escoger entre sus hijos o yo.
   
-No lo escuchéis -intervino Lhong rápidamente-. Caeréis bajo su hechizo como…
   
Vegas dio un golpe al viudo para que callara con despreocupada brutalidad, y Gulf continuó hablando, sabiendo que seguramente recibiría el mismo trato en cualquier momento.
   
-Mientras estáis aquí y pensáis en el oro que nunca recibiréis, yo os aseguro que mi esposo está solicitando ahora mismo al arzobispo que anule nuestro matrimonio por mi
infidelidad. Pretendíais que pagara un rescate y, en realidad, le habéis concedido su mayor deseo: librarse de mí y de la carga que supongo.
   
Frunciendo el ceño, Vegas se pasó una mano nerviosa por el cabello.
   
-Una abadía debería ser suficiente incentivo para la anulación -siguió Gulf de forma implacable-. Pero para asegurarse, Mew probablemente también le ofrecerá una magnífica iglesia de piedra.
   
-¿De qué…?
   
Gulf continuó hablando sin dar a Vegas la oportunidad de plantear su pregunta.
   
-Antes de que mi carne se enfríe en mi tumba, Mew Suppasit estará casado con un hermoso y bello normando que le dará suficientes hijos como para mantener controlado todo el señorío de Blackthorne. Habéis cometido el mayor error de vuestras vidas, reevers. El castillo de Blackthorne es normando ahora, y sois vosotros y vuestra estúpida codicia los que lo habéis hecho posible.

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