🖤Capítulo 23🖤

306 51 7
                                    

  

Siguiendo la costumbre que había adquirido desde hacía tres días, cuando habían sido atacados durante la cacería, Mew observó sus tierras a la caída del sol desde la torre más alta de Blackthorne.
    
Aquella estratégica posición le permitía ver la espesa niebla que cubría el pantano y los ríos, las faldas de una montaña donde se perfilaban las siluetas de robles ya verdes, el oscuro perfil de las rocosas colinas donde empezaba a esconderse el sol, unas cuantas ovejas perdidas que eran perseguidas por perros para obligarlas a volver al redil, e incluso llegó a distinguir los últimos grupos dispersos de aves que bajaban en espiral hasta el pantano para poder descansar.
    
Pero no percibió ninguna señal de Kao Noppakao ni de sus hombres, a pesar de saber que se escondían en algún lugar de sus vastos dominios, agazapados a la espera de poder atacar la fortaleza.
    
De pronto, su concentración se rompió al escuchar unos pasos provenientes de la torre más cercana. Conocía muy bien ese sonido y no tuvo que volver la mirada para ver de quién se trataba.
    
-Bonita tarde -comentó Smith.
    
La única respuesta que recibió de Mew fue una maldición entre dientes.
    
-Puede que no sea tan bonita -se burló Smith.
    
El barón volvió a gruñir.
    
-De pésimo humor, ¿quizás? -sugirió irónicamente Smith.
    
Mew se limitó a dedicarle una peligrosa mirada de soslayo.
    
-Tengo nuevas noticias sobre tus caballeros -dijo entonces su hermano con voz grave, consiguiendo por fin la atención del barón.
    
-¿Dónde están?
    
-Si no hay más tormentas, a nueve días de aquí. Los caminos estaban tan llenos de barro que ha sido imposible empezar el viaje hasta hoy.
    
-¡Maldita sea! -siseó Mew entre dientes.
    
-Podrías ordenar a tu ejército que se adelantase, dejando que los sirvientes custodien los animales de carga.
    
-Sería una temeridad y lo sabes; tanto los sirvientes como mis bienes estarían indefensos ante los reevers.
    
-Ojalá hubiéramos encontrado ya a esos bastardos -deseó Smith apretando los puños.
    
-Kao nunca se arriesgará a que eso ocurra. Sus hombres no están bien adiestrados y es consiente de que perdería en una batalla a campo abierto.
    
-Jes también piensa como tú.
    
Al escuchar aquello, Mew se giró para mirar fijamente a su hermano.
    
-¿Ya ha vuelto?
    
Smith asintió.
    
-Ordénale que se presente ante mí.
    
Justo en ese momento, un hombre apareció en el umbral de la torre. Sus suaves botas de piel no hicieron ningún ruido al caminar sobre la piedra; fundirse con cualquier cosa que lo rodease era una de las extrañas habilidades de Jes, además de parecer calmado en cualquier ocasión por difícil que fuese.
    
-¿Has cenado? -le preguntó Mew.
    
-Sí -contestó Jes en voz baja-. Barón, no tengo mucho tiempo. Necesito estar de vuelta muy pronto en Carlysle Manor para ocuparme de mis rebaños.
    
Imaginarse a un guerrero tan temible como Jes cuidando de unas ovejas, hizo que los labios de Mew se elevaran en una sonrisa irónica.
    
-¿Te has enterado de algo nuevo?
    
-Sí. Los reevers están creciendo en número.
    
-¿Cuántos son ya?
    
-Ocho caballeros, doce escuderos y treinta siervos.
    
-¿De cuántas monturas  disponen?
   
-Tan sólo de dos corceles, pero en pocos días llegaran mejores caballos desde Escocia.
   
-¿Y qué me dices de las armas? -lo interrumpió Mew.
   
-Los caballeros están tan bien armados como nosotros; no son tan hábiles, pero los escoceses de Solway tienen sangre vikinga en las venas, y eso les convierte en enemigos a tener en cuenta.
   
Mew sonrió ligeramente. Los soldados solían mofarse de que Jes estuviera tan orgulloso de sus antepasados nórdicos, aunque ninguno se atrevía a decir nada en su presencia.
   
-Los escuderos ya tienen edad para iniciarse en la batalla -siguió el caballero-. De hecho, algunos de ellos llevan varios años cometiendo asaltos.
   
Al oír un grito, Jes se giró con rapidez, haciendo que sus grises vestimentas de peregrino se elevasen por el brusco movimiento, y que sus claros ojos brillaran en busca de algún movimiento que viniese del patio inferior.
   
-Habrán vuelto a sorprender a Leaper robando pan -comentó Mew con calma-. Suele hacerlo a estas horas todos los días.
   
-¿Cuándo llegará el resto de vuestro ejército? -preguntó Jes sin rodeos.
   
-Dentro de nueve días; quizá más.
   
-Es demasiado tiempo. Los reevers pronto estarán preparados para atacar.
   
-Podemos aguantar -aseguró Smith-. El castillo podría resistir cualquier asedio.
   
-Primero atacarán al ejército que viene en nuestra ayuda y después vendrán por nosotros -reflexionó Mew en voz alta.
   
-Sí -convino Jes-. Ese es el plan de Kao; un hombre muy astuto, barón.
   
-Y ¿qué me dices de esos malditos reevers? ¿Aceptan que Kao  sea su jefe? -inquirió Mew con curiosidad.
   
-Los que aún piensan que su causa es noble sí, pero el resto seguiría a cualquiera que les ofreciera un baño de sangre, incluído Vegas Theerapanyakul.
   
-¿Ese hombre es tan peligroso como Kao?
   
-En absoluto. Kao es como vos, barón, un líder al que sus vasallos seguirían al mismo infierno; pero Vegas no es más que un cobarde.
   
Mew miró hacia los campos con aire pensativo, dejando que la tranquilidad de la tarde calmara sus inquietudes.
   
Lo necesitaba.
   
Compartía el lecho con Gulf desde que habían regresado del montículo sagrado y el joven se despertaba cada noche gritando de miedo. Cuando él le preguntaba qué le pasaba, la respuesta siempre era la misma.
   
-El peligro se cierne sobre nosotros.
   
-¿Qué tipo de peligro? ¿La peste? ¿Un asedio? ¿Veneno? ¿Emboscadas?
   
-No lo sé. ¡No lo sé! Sólo sé que un terrible peligro nos acecha y que cada noche se acerca más y más… Abrázame, Mew, abrázame. Temo por tu vida, milord, temo…
   
Mew trataba de calmarlo abrazándolo con ternura y acariciándole el cabello con suavidad, envolviéndolo en su calidez hasta que amanecía.
   
-Bien. -Mew sacudió la cabeza, intentando concentrarse en el momento presente-. Al menos ahora sé de qué peligro se trata. Puedes irte, Jes, gracias. Tu información ha sido inestimable, como siempre.
   
Smith esperó a que se dejaran de oír los casi imperceptibles pasos de Jes para hablar.
   
-¿A qué te referías con eso de que ya sabes de qué peligro se trata? -le preguntó a Mew con curiosidad.
   
-Mi esposo tiene pesadillas todas las noches, y hasta ahora no he entendido su significado.
   
-Al menos ya se ha entregado a tí y el peligro de que huya con Kao ha desaparecido -señaló Smith.
   
-Sí. -La voz de Mew estaba marcada por un profundo sentimiento de posesión-. Ahora es mío y nadie podrá arrebatármelo jamás. Pero nunca me habla de amor. Me habla de placer, de peligro, del cuidado del castillo, del jardín, de la primavera… pero nunca de amor.
   
«Ámame, pequeño halcón, sana esta tierra con nuestros hijos».
   
-No me lo explico, hermano, pero todos los habitantes de la fortaleza supieron lo que había ocurrido entre vosotros en el momento en que volvisteis de la cacería -dijo Smith con satisfacción, dándole una palmada a su hermano en la espalda-. La forma en que Gulf te miraba… Nunca lo había visto tan bello.
   
Mew no contestó.
   
Inmóvil, en silencio, dirigió la mirada hacia los lejanos y tranquilos campos hasta que la oscuridad permitió que la luna fuese visible.
   
Smith esperó a que su hermano volviese a dirigirse a él sin impacientarse. Había aguardado de aquel modo en muchas otras ocasiones después de que Jes presentara un informe, dándole a Mew el tiempo que necesitaba para establecer la estrategia a seguir.
   
-Creo… -dijo el barón finalmente-…que ya es hora de dar al diablo lo que se merece.
   
-¿Qué quieres decir?
   
-Lord Kanawut de Cumbriland debe tener un funeral adecuado.
   
Smith estaba demasiado desconcertado para poder hablar.
   
-Habrá música, actores y torneos -continuó Mew.
   
-Torneos -repitió Smith con voz teñida de incredulidad.
   
-Sí. Es hora de que Kao y sus reevers sepan a quién se están enfrentando.
   
Entre ellos se produjo un profundo silencio, seguido de un breve estallido de carcajadas.
   
-Un enfrentamiento sin derramamiento de sangre -dijo Smith con admiración-. Muy astuto. Pero también muy peligroso. ¿Qué ocurrirá si los reevers deciden mandar al infierno las justas y los torneos, y luchan en serio?
   
-Entonces, habrá guerra y correrá la sangre.
   
Lo que Mew no dijo fue que la sangre podría ser la suya. Retaría a Kao y aquel combate decidiría el futuro de Blackthorne. Sin embargo, era muy consciente de que el Martillo era un poderoso enemigo casi invencible con la Espada.
   
Tras una última mirada desde la torre, Mew se giró dando la espalda a la tierra por cuya posesión había luchado toda su vida, y al sueño de paz que siempre lo había eludido. Todo aquello permanecía al pasado y al futuro. En aquel instante sólo quería vivir el presente, volver a estar con su esposo, oler su único y especial aroma, acariciar su suave piel, hundirse hasta el fondo en el interior de su acogedor cuerpo…
   
Abandonó las almenas sin pronunciar palabra,  dirigiéndose a grandes pasos hacia los aposentos de Gulf. No se detuvo a llamar a la puerta; sabía que él estaría dentro, esperándolo.
   
Al verlo aparecer en el umbral, Lhong emitió un grito ahogado.
   
-Déjanos -le ordenó Mew.
   
El sirviente dejó caer el enjoyado peine con el que había cepillado el cabello de su señor, y obedeció con inusual rapidez. El señor de Blackthorne parecía furioso y sólo tenía ojos para su esposo.
   
Tan pronto como Lhong salió y Mew echó el pestillo de hierro, Gulf se levantó de la silla donde había estado sentado con una mirada preocupada. Las joyas de sus tobillos se agitaron y emitieron un dulce murmullo, sin embargo, Gulf apenas fue consciente del agradable sonido pues la intangible oscuridad que rodeaba a su esposo hizo que se le encogiera el corazón.
   
-¿Qué ocurre? -susurró.
   
Los plateados ojos de Mew estudiaron minuciosamente la frágil figura de su esposo. El largo cabello caoba caía libremente por su espalda. Una exquisita túnica de seda verde se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, resaltando la estrecha cintura y la curva de sus caderas. Y a modo de cinturón, llevaba varias cadenas de oro que emitían un dulce sonido cada vez que se movía.
   
Se acercó hasta Gulf despacio, y cuando extendió el brazo para atrapar un mechón de su cabello, su mano tembló por la feroz ansia de su corazón.
   
-Eres… increíblemente hermoso -dijo Mew en voz baja, cerrando los ojos y dejando escapar las sedosas hebras entre sus dedos-. Pero «hermoso» es una palabra que no alcanza a describir lo que significas para mí.
   
-Milord -insistió Gulf, cogiéndole la mano-. ¿Qué ocurre?
   
Mew abrió los ojos y lo miró como si quisiese grabar en su mente el elegante arco de sus cejas, el brillo de sus ojos color esmeralda, la cremosa textura de su piel, la elegancia de sus altos pómulos…
   
Con una ternura desgarradora, rozó sus suaves labios con el áspero dorso de sus dedos.
   
-He intentado alejarme pero no puedo -admitió en voz baja-. Te necesito, pequeño halcón. ¿Estás… mejor?
   
-¿Mejor?
   
-Cuando yacimos juntos en el montículo sagrado te hice daño. ¿Te has recuperado ya?
   
-Tú nunca me has hecho daño -aseguró Gulf con vehemencia.
   
-Te dolió mucho.
   
-Sólo sentí placer -susurró antes de besar los dedos llenos de cicatrices que acariciaban su boca, provocando que un sutil temblor atravesara el poderoso cuerpo del normando.
   
-¿Significa eso que vendrás a mí de buen grado? -preguntó Mew.
   
A Gulf le resultó imposible ocultar el anhelo que lo recorrió.
   
-Pensé que no me desearías tan pronto -confesó trémulo.
   
-¿Pronto? -repitió Mew asombrado, acariciando el agitado pulso que latía con fuerza en la delicada columna del cuello del joven-. Han pasado tres días.
   
-Lhong me dijo que un hombre necesita tiempo para volver a desear a su esposo.
   
Una extraña sonrisa distendió las severas líneas del rostro de Mew.
   
-Si el esposo en cuestión es Lhong -comentó irónico-, toda una vida no sería suficiente para despertar mi… digamos… interés. Pero si eres tú…
   
-¿Medio día? -aventuró Gulf.
   
El normando sonrió.
   
-Si eres tú, pequeño halcón, no haría falta ni media hora.
   
-¿Tan pronto? Ni siquiera tú podr…
   
El joven se ruborizó y su voz se apagó de pronto al escuchar sus propias palabras.
   
Mew rió, sintiendo que la fría oscuridad que había invadido su ánimo en la torre se desvanecía.
   
-Si no hubiese temido hacerte más daño del que te hice -le aseguró-, te hubiese hecho mío de nuevo, como mínimo, una vez más antes de abandonar los círculos de piedra.
   
Gulf lo miró asombrado.
   
-¿De verdad?
   
-Sí, de verdad. -Hizo una pausa y luego le preguntó con voz tensa-: ¿Es cierto lo que has dicho? ¿Te di placer?
   
El rubor se intensificó en los pómulos de Gulf, antes de asentir brevemente y bajar la cabeza.
   
Mew colocó la palma bajo su barbilla y lo obligó a levantarla.
   
-No te escondas de mí, pequeño halcón. Necesito saberlo.
   
Las oscuras pestañas se alzaron, revelando las verdes profundidades de los ojos del joven.
   
-¿Verdaderamente te di placer? -insistió Mew.
   
La resplandeciente plata de la mirada de Mew subyugó a Gulf, cuyos labios se abrieron para tomar aire entrecortadamente.
   
-Sí -admitió trémulo.
   
La mano del normando se hundió en el cabello del joven, atrayéndolo hacia sí para besarlo.
   
-¿Y yo? -preguntó Gulf contra sus labios.
   
-¿Qué quieres decir?
   
-¿Te di placer?
   
-Sí. -Lo besó brevemente-. Sí. -Volvió a besarlo-. Sí, sí, sí.
   
-¿Estás seguro? Tul dice que los hombres obtienen poco placer de un virgen.
   
-Olvídate de Tul -le dijo Mew, mordisqueando el carnoso labio inferior del joven con exquisito cuidado-. Sabe muy poco sobre vírgenes y menos sobre hombres.
   
Gulf miró a su esposo vacilante, preguntándose si estaba bromeando.
   
-Lamento discrepar, milord, pero yo diría que Tul sabe mucho sobre hombres.
   
-Si dudas de mis palabras, dame tu mano -lo retó.
   
El joven parpadeó.
   
-¿Cuál de ellas?
   
-Cualquiera servirá.
   
Gulf extendió su mano derecha. Mew la cogió y, sin vacilar, la colocó sobre su rígida erección. Gulf dejó escapar un pequeño sonido ahogado de asombro y Mew sonrió, instándolo a acercar aún más su mano guiando su palma a lo largo de su grueso miembro.
   
-Los hombres pueden mentir sobre muchas cosas. Pero no sobre esto. -Incluso amortiguada por las capas de tela, la caricia de Gulf fue suficiente para que la sangre de Mew retumbase como un trueno por todo su ser-. Mi cuerpo no puede mentir sobre el deseo.
   
El joven se ruborizó aún más, pero no apartó la mano.
   
-Nada en mi vida anterior me había preparado para el placer que me diste en el bosque -continuó Mew con voz áspera y ronca-. Sólo recordar lo que sentí al poseerte, al hacerte mío, al abrirme paso en tu interior, es suficiente para excitarme. Nadie te había tocado nunca y, sin embargo, me hechizaste, derramaste tu deseo entre nuestros cuerpos.
   
Con un ahogado gemido, Mew retiró la mano que lo atormentaba y la llevó a su boca para besarle los dedos.
   
-¿Me permitirás que te desvista?
   
-Por supuesto -respondió Gulf, dándose la vuelta para que pudiera alcanzar las cintas de su túnica-. Tienes derecho como espo…
   
-No -lo interrumpió Mew bruscamente-. Eres un glendruid. No tengo ningún derecho, a excepción de los que tú me concedas.
   
La tristeza atenazó de pronto la garganta del joven.
   
-¿Por eso me tratas con tanta ternura? ¿Porque soy un glendruid?
   
Los firmes dedos del normando se detuvieron sobre las cintas de la túnica color esmeralda.
   
-Te cortejaría de la misma forma en cualquier caso -afirmó Mew.
   
-¿De verdad lo harías? -inquirió Gulf, imprimiendo un matiz de ironía a su voz-. Ah, sí, se me olvidaba. Los hombres no pueden tener herederos si no consiguen dar placer a sus esposos.
   
Al escuchar sus palabras, Mew se limitó a encogerse de hombros.
   
-Yo no creo en esa superstición -aseveró tajante.
   
Las cintas se deslizaron por los ojales con un suave susurro.
   
-¿Crees que un doncel que no ha sentido placer puede concebir? -preguntó Gulf.
   
-Sé que puede.
   
Gulf giró la cabeza y lo miró por encima del hombro.
   
-¿Por qué estás tan seguro? ¿Forzaste alguna vez a algún doncel y concibió un hijo?
   
-¿Es ésa la opinión que tienes de mí? -La voz de Mew reflejaba claramente la tensión que lo dominaba.
   
Con un suspiro, Gulf volvió a darle la espalda.
   
-No -admitió -. Siento haber dicho eso. Sé que no obtienes ningún placer del dolor ajeno.
   
Durante unos instantes reinó un pesado silencio que pareció llenar la estancia.
   
-Hace tiempo -dijo al fin el normando en voz baja y controlada-, uno de mis caballeros encontró a un joven doncel sarraceno solo. Era virgen. Lo dejó tan desgarrado y ensangrentado por su brutal ataque que casi no pudimos salvarle la vida. Sé con certeza que el sarraceno no obtuvo ningún placer de él, sin embargo, concibió un hijo.
   
-¡Dios mío! Eso es muy injusto.
   
-También lo es nacer bastardo -apuntó Mew-. Pero mi hermano y yo nacimos como tales.
   
-Al igual que Kao Noppakao.
   
Una cinta atravesó rápidamente su ojal.
   
-¿Tienes inclinación por los bastardos, milord?

Indomable. 🦅🖤  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora