🖤Capítulo 4🖤

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Un frío viento sopló a través del patio interior alzando faldas y capas, y arrastrando el humo de los fuegos de la cocina hacia el cielo gris. Aunque a Gulf normalmente le gustaba sentir la fresca brisa primaveral, perfumada con los primeros brotes de las plantas que empezaban a crecer, en ese momento estaba demasiado irritado para centrarse en nada que no fuese el nervioso guardabosque que permanecía de pie ante él.
   
-¿Qué quieres decir con que no habrá carne de venado? -preguntó el joven, con un tono inusualmente duro.
   
El guardabosque apartó la mirada y se retorció las manos, nervioso.
   
-La valla está tan deteriorada en algunos lugares que hasta una liebre podría saltarla. Los venados… han huido.
   
-¿Desde cuándo está la reserva de ciervos en semejante estado?
   
Sin dejar de mirarse los pies, el sirviente farfulló algo.
   
-No te oigo -le advirtió Gulf-. Y me gustaría que me miraras cuando me hables.
   
Gulf rara vez usaba un tono así con los vasallos del castillo; pero también era cierto que ellos rara vez le mentían.
   
-Yo… los vientos… bueno… -masculló el guardabosque.
   
Unos pálidos ojos azules suplicaron a Gulf, despertando la compasión en él muy a su pesar.
   
-¿Quién te dijo que me mintieras? -preguntó entonces el joven con suavidad.
   
Las manos del siervo, curtidas por las cuerdas de los arcos, las trampas y los cuchillos, suplicaron la misericordia de Gulf cuando confesó.
   
-El señor -susurró finalmente.
   
-Está demasiado débil para abandonar su lecho. ¿Acaso has estado en sus aposentos para recibir la orden de que me mintieras?
   
El guardabosque sacudió la cabeza con tanta fuerza que su grasiento cabello se agitó.
   
-No milord. Fue Sir Kao quien me lo ordenó.
   
Gulf se quedó inmóvil.
   
-¿Qué te dijo Kao?
   
-Nada de venados para el normando.
   
-Entiendo.
   
De hecho, lo entendía demasiado bien.
   
Por un momento se quedó paralizado. Se había alegrado al ver regresar a Kao de las Cruzadas, pues su primo Vegas Theerapanyakul, un sajón rebelde que se había quedado al mando de los reevers, no estaba interesado en mantener la paz con Henry. Lo cierto es que a Gulf tampoco le agradaba la idea de ser ofrecido a un desconocido caballero normando para mantener la paz en las tierras fronterizas del norte, pero aborrecía la idea de que se produjeran más derramamientos de sangre.
   
Las constantes presiones y ofensivas contra el Rey inglés, además de las batallas que se libraban entre sajones ambiciosos mientras los líderes como Kao se encontraban lejos participando en una Cruzada sagrada, habían agotado a los vasallos de la fortaleza, junto con sus campos y sus esperanzas de un futuro mejor.
   
Los siervos atribuían su mala fortuna a la venganza de una bruja glendruid por haber sido entregada al hombre equivocado. Gulf atribuía el deplorable estado de los campos al desinterés de su padre, un hombre obsesionado por frenar el avance de los ingleses casando a su hijo con Kao Noppakao, un caballero sin tierras, conocido como el Martillo escocés por su fiereza.
   
«Kao… no sucumbas a los reclamos de mi padre. Si lo haces nos invadirán las plagas, el hambre y la muerte». Pensó Gulf.
   
-¿Milord?
   
La voz del guardabosque sonaba insegura. Nunca había visto al hijo del señor tan cansado y ojeroso.
   
-Puedes irte -dijo Gulf finalmente-. Gracias por decirme la verdad, aunque casi llega demasiado tarde. Prepáralo todo para cazar a un ciervo. Lo necesitamos para el banquete de bodas.
   
El siervo hizo una pequeña reverencia, pero no se retiró.
   
-¿Hay algo más? -le preguntó el joven.
   
-Kao Noppakao -se limitó a responder el guardabosque.
   
-Él no es el señor del castillo de Blackthorne y jamás lo será. Soy yo el que da las órdenes y seguiré haciéndolo.
   
El hombre dirigió una mirada a los entrecerrados ojos verdes que lo observaban y decidió que era mejor dejar que los señores discutieran entre ellos. Él se iría a cazar, como le habían ordenado.
   
-Sí, milord.
   
El guardabosque atravesó con rapidez el patio interior hacia la torre de entrada, seguido por la mirada de Gulf; pero la pequeña satisfacción de ver cumplidas sus órdenes duró poco.
   
«Esta lucha debe acabar, -se dijo a sí mismo en silencio. -Si esto sigue así, no quedará nadie para enterrar a los muertos, ni nada que comer para sobrevivir. Un año más de malas cosechas y será el fin del castillo de Blackthorne».
   
Una cálida y resbaladiza caricia en sus tobillos lo distrajo. Cuando miró hacia abajo, Hazard le devolvió la mirada con felina intensidad.
   
-Todavía no puedo atenderte. Primero, debo hablar con Kao.
   
El gato se frotó contra él una vez más y se alejó en dirección al granero. Gulf le deseó suerte. Dudaba que hubiera suficiente grano en su interior para atraer a un ratón, alejándolo de la escasa comida de los rastrojos de los prados.
   
Abatido, se dirigió al castillo procurando mantener el cabello en su sitio a pesar del viento.

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