🖤Capítulo 18🖤

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A Smith le costó entender la causa de la desesperación de Gulf, pero cuando por fin lo hizo, tuvo que disimular una sonrisa triunfal y trató de tranquilizarlo.
   
-No, Gulf. Lo has salvado.
   
-¿Estás loco? ¿Es que no oyes esos balbuceos?
   
-Sí. Y nunca pensé que me gustaría tanto escuchar la lengua de mis enemigos.
   
Gulf lo miró temiendo que también él hubiera perdido el juicio.
   
-Está hablando en turco -dijo Smith soltando una carcajada de alivio.

Gulf sonrió con cierta indecisión mientras observaba al guerrero que tanto le recordaba a su esposo.
   
-¿Turco? -preguntó cuando Smith dejó de reírse-. ¡Así que lo que dice significa algo!
   
-Sí.
   
-¿Y qué dice?
   
Smith escuchó con atención, dudó un segundo, y luego lanzó a Gulf una mirada ligeramente divertida.
   
-Ehh… habla de los antepasados de cierto sultán.
   
-¿Los antepasados?
   
-En cierto sentido, sí. Burros, mandriles, cieno y… ehh… excrementos.
   
-No entiendo nada -estalló exasperado-. Tienes menos juicio que tu hermano.
   
Una sonrisa cruzó el rostro de Smith, aumentando su parecido con Mew y haciendo que el joven recordara cuánto temía no volver a ver jamás la sonrisa de su esposo. Llevaría con gusto los cascabeles y comería de su mano durante todo un año si con eso recuperaba la cordura y la salud.
   
-El sultán no se caracterizaba precisamente por su bondad- le explicó entonces el normando.
   
De pronto, un torrente de palabras procedente de la cama hizo que ambos centrasen su atención en el enfermo. Lo único que Gulf pudo entender fue el nombre de Smith, pero la clara angustia de su esposo no necesitaba de palabras para hacerse entender.
   
-Descansa, Mew. -Gulf se dirigió a él en un tono claro y calmado, mientras se sentaba a su lado y le cogía la mano con ternura-. Estás a salvo.
   
-¡Smith! Han capturado a Smith. -Aunque hablaba en voz baja, el lamento de Mew tenía la urgencia de un grito.
   
Smith tomó la mano libre de su hermano y la apretó, intentando transmitirle su fuerza.
   
-Estoy aquí -le tranquilizó-. Me rescataste de ese maldito agujero. Estoy a salvo, hermano, y tú también.
   
Mew gimió de nuevo, pero poco a poco, la calma se apoderó de su cuerpo.
   
-¿Qué pasó en Jerusalén?-preguntó Gulf en voz baja.
   
-Me capturaron junto a otros once hombres y nos entregaron a un sultán con un nombre que ninguno de nosotros sabía pronunciar. Era peor que el mismo diablo, pero Mew nos rescató.
   
-No debió resultarle fácil.
   
-No. -Hizo una pausa como si le costara hablar-. En absoluto.
   
Gulf observó con atención a Smith, presintiendo que algo oscuro y terrible se escondía tras sus palabras.
   
-¿Qué quieres decir?
   
-Al sultán no le interesábamos ni los otros once hombres ni yo. Solamente había un infiel cuyo valor quería poner a prueba.
   
-¿Mew? -susurró Gulf.
   
Smith hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
   
-Así es. Mew Suppasit.
   
-¿Qué ocurrió?
   
-Mi hermano se entregó al sultán a cambio de nosotros.
   
-¡Dios mío! -gimió asombrado.
   
-Dios no tenía mucho que ver con el sultán. No he conocido a nadie más cruel. -Guardó silencio un momento, y después continuó-: Hay hombres que disfrutan con las mujeres y los donceles. A algunos les gustan los niños. A otros les gusta hacer sufrir. Aquel hombre vivía para destruir a aquellos a los que consideraba más fuertes que él y había diseñado una asombrosa variedad de herramientas con ese propósito.
   
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Gulf.
   
-La mano que sostienes lleva la marca del sultán -siguió Smith-. Si tu matrimonio fuese normal, habrías visto muchas más cicatrices en el resto de su cuerpo.
   
Gulf bajó la vista y observó con detenimiento a su esposo. Su mano era más grande que la de él, más fuerte, encallecida por el uso de la espada; y, aun así, a pesar de todo, Mew lo había acariciado con una suavidad exquisita.
   
Despacio, Gulf trazó con las yemas de los dedos las cicatrices que marcaban el dorso de la mano de Mew. Cuando llegó a los dedos, dejó de respirar. Había visto suficientes accidentes con hachas o piedras como para reconocer las señales de dedos rotos que no habían sido adecuadamente curados. Y en cuanto a las uñas, todas presentaban signos de tortura. La penumbra en la que lo había mantenido cautivo y la sensualidad en la que lo había envuelto cada vez que estaban juntos, habían evitado que se diese cuenta de ello hasta aquel momento.
   
-Es lo mismo en la otra mano -dijo Smith-. Y, créeme, arrancarle las uñas fue lo menos doloroso que le hizo.
   
Gulf ahogó un grito de angustia y acarició la mano de su esposo con una ternura conmovedora, como si de esa forma pudiese eliminar las crueldades del pasado.
   
-¿Cómo consiguió Mew la libertad? -inquirió con un susurro ronco, después de unos minutos.
   
-Cuando se corrió la voz de lo que había ocurrido, se reunieron caballeros de todos los ejércitos a más de cien kilómetros a la redonda. Para cuando terminamos, no quedaba en pie ni una piedra de la ciudadela donde había estado prisionero.
   
-¿Qué fue del sultán?
   
-Estaba muerto cuando lo encontramos.
   
Una vez más, fue el tono de voz de Smith, más que sus palabras, lo que llamó la atención de Gulf.
   
-¿Cómo? -La fría sonrisa del normando hizo que el joven esperara la respuesta conteniendo la respiración y sintiendo que la sangre se congelaba en sus venas.
   
-Es difícil de saber. Cuando entramos en el palacio y rescatamos a Mew se produjo un gran revuelo. Mi hermano consiguió burlar la guardia del sultán, lo arrastró hasta las habitaciones de las mujeres y lo encerró allí. -Hizo una pausa significativa-. Todos sabíamos que a ese maldito sultán le gustaba disfrutar de su harén cuando no tenía nuevos infieles a los que torturar.
   
Smith observó la conmoción en el rostro de Gulf y sonrió de nuevo.
   
-Mi hermano es el mejor estratega que conozco -le explicó-. Sabía que nada de lo que pudiese hacer al sultán hubiera sido ni la mitad de cruel o imaginativo que el castigo impuesto por unas concubinas que habían sido torturadas durante años.
   
El silencio se impuso entre ellos mientras Mew se agitaba y gemía, maldiciendo en inglés y en turco contra un caballero llamado Pirapat.
   
-¿De quién habla? -preguntó Gulf, mirando a Smith.
   
-Pirapat era uno de nuestros caballeros. Un mal día conoció a Tul, el doncel normando que trajimos con nosotros. Al principio todo fue bien, pero a Tul le gustaba divertirse con otros hombres. Pirapat creyó que Mew era uno de ellos y nos condujo a una emboscada.
   
-¿Hirieron a mi esposo?
   
-Sí. Cuando se recuperó retó a Pirapat, lo mató y ofreció a Tul su protección para evitar que sus caballeros lucharan por él.
   
Los labios de Gulf se convirtieron en una fina línea al descubrir cómo aquel doncel había llegado a ser el amante de su esposo.
   
-¡Qué inteligente por parte de Mew! -señaló, mordaz-. Sacrificarse así por el honor de sus caballeros…
   
-La otra alternativa era venderlo a algún sultán; y eso no hubiera sido muy noble, ¿no crees?
   
-¿Y por qué no? -le rebatió-. Por lo que he podido ver, no creo que ese destino le hubiera desagradado.
   
-Deberías estarle agradecido. -La mirada de soslayo que Gulf le dirigió a Smith hizo que éste tuviera que esforzarse por no sonreír-. Sin Tul y, por supuesto, algunos otros donceles y mujeres, los hombres de mi hermano estarían sembrando el caos entre las reacias doncellas y donceles de la fortaleza. Los normandos no somos muy populares por aquí.
   
-Danos tiempo -adujo Gulf con sequedad-. Mew cuenta con un buen número de caballeros fornidos, atractivos y tozudos. Estoy seguro de que las doncellas y los donceles cederán pronto.
   
-¿Eso crees?
   
-¿Por qué no? A oscuras es imposible distinguir a los normandos de los escoceses o de los sajones.
   
Smith rió abiertamente.
   
-Harás de Mew un hombre feliz, Gulf. Le vendrá bien. Algo pareció morir en él en Tierra Santa.
   
Con una leve sonrisa, Gulf se dio la vuelta y vertió agua en el cuenco de metal. Cuando el borde metalizado rozó los labios de su esposo, éste se apartó sacudiendo la cabeza con impaciencia.
   
-Puede que mi hermano esté enfermo -comentó Smith con un ligero aire burlón-, pero no es estúpido. Estoy seguro de que preferiría recibir el líquido de tus labios.
   
El rubor tiñó las mejillas de Gulf mientras tomaba un trago de agua, se inclinaba sobre su esposo y le ofrecía la bebida de sus labios. No hubo necesidad de persuadirle para atraer su atención. En cuanto su boca rozó la de él, se volvió hacia Gulf con avidez y, hasta que no hubo bebido dos cuencos enteros, no volvió a estar inquieto y a delirar.
   
Aquella vez habló en inglés, pero Gulf hubiera deseado no entender lo que decía.
   
- … matanzas sin fin. James, muerto. El pequeño John, muerto. Ivar el Pagano, muerto. Stewart el Rojo…
   
Mientras Mew parecía recitar una extraña e inquietante letanía llena de sangre y muerte, Gulf le acariciaba el cabello dorado con ternura como si intentara apaciguar a un niño con fiebre.
   
Pero no era la fiebre lo que consumía a Mew, y tampoco era un niño. Era un hombre que había conocido la sangre derramada en la batalla, la confusión de las lanzas y los caballos de batalla entremezclándose con los hombres a pie, el lento desgaste de asedios y enfermedades hasta que los niños morían de inanición y las mujeres peleaban por un pedazo de comida.
   
El barón siguió recitando la lista de hambrientos, mutilados y muertos repetidamente hasta que Gulf pensó que gritaría si escuchaba un solo nombre más.
   
-¡Debe haber paz!
   
Por un momento, Gulf pensó que había sido él mismo quien había gritado, pero otro grito interrumpió sus pensamientos.
   
-¿Me oyes, hermano? ¡Debe haber paz!
   
-Sí -respondió Smith con claridad-. Tranquilo, traerás paz a tu tierra. Lo conseguirás.
   
Cuando Mew gritó de nuevo, Smith respondió de la misma forma, tratando de llegar más allá del delirio del veneno para que su hermano pudiera descansar.
   
El dolor que su esposo siempre ocultaba cuando tenía control sobre sí mismo, desgarró el corazón de Gulf, también atormentado por la maldición glendruid.
   
«Sea cual sea el motivo que le impulsa, Mew siempre me ha tratado con justicia y se ha mostrado tierno conmigo. Y a pesar de desear tanto un hijo, en vez de exigírmelo, trata de cautivarme. Podría haber dado muerte a todos los sajones de la fortaleza por traicionarlo, y aún así, se contuvo. Quiere la paz y no la guerra.

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