🖤Capítulo 3🖤

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De pie junto a la entrada de una estancia situada en el cuarto piso del castillo, Smith observaba a su hermano mayor con cautela. Mew había estado de un humor inestable desde que había regresado de las halconeras aquella mañana. Y la noticia de que su futuro esposo no iba a compartir la mesa con él hasta el banquete matrimonial, no había ayudado a calmarlo.
   
-Las dependencias de los donceles -comentó el barón irritado.

Con la capa negra sobre los hombros y las manos convertidas en puños, examinó detenidamente la austera habitación de piedra. Una fuerte corriente de aire provenía del desagüe que iba a parar al foso, y no había tapices ni paneles de madera que templaran el gélido ambiente. Aunque al menos, el cálido vaho procedente del agua caliente caldeaba la fría habitación.
   
-Maldita sea. ¿Por qué habrán puesto la única bañera que hay en toda la fortaleza en los aposentos de los donceles? -preguntó Mew, malhumorado.

-Lord Kanawut nunca ha estado más allá de Cumbriland -señaló Smith con calma-. No ha tenido la oportunidad de aprender y disfrutar de otras costumbres que no sean las suyas. Probablemente piense que el bañarse puede poner en peligro su virilidad.
   
-¿Es que ese hombre no ha hecho otra cosa que sembrar de bastardos la campiña mientras su mujer seguía viva?
   
Smith, sabiamente, no dijo nada.
   
-El muro del patio interior es más madera que piedra -siguió el barón-. Ha dejado que las armas se oxiden, los campos apenas están arados, los desagües son agujeros putrefactos, de los pastos quedan poco más que piedras, los estanques contienen más algas que agua y ni siquiera se ha previsto una madriguera con conejos para poner carne sobre la mesa durante el invierno.
   
-Los jardines están muy bien cuidados -apuntó Smith.
   
Mew emitió un sonido de disgusto.
   
-Y las dependencias de los halcones parecen limpias -continuó su hermano.
   
Fue un error mencionar las halconeras, ya que la expresión del barón se endureció salvajemente.
   
-La dejadez de Lord Kanawut no tiene sentido -gruñó-. ¡Tener tanto y utilizarlo tan mal!
   
Smith miró al escudero de Mew, que parecía atemorizado. No era un espectáculo agradable ver a su hermano tan furioso.
   
-¿Está todo preparado para el baño de tu señor? -le preguntó Smith.
   
El muchacho asintió con rapidez en respuesta.
   
-Entonces ve a buscar la cena. Y trae también varias jarras de cerveza, carne fría y queso. ¿Han preparado en la cocina un pudín decente ya?
   
-No lo sé, milord.
   
-Averígualo.
   
-Y encárgate también de encontrar a mi prometido -intervino Mew.
   
El chico abandonó la habitación con una velocidad indecorosa, olvidándose de colocar las cortinas que separaban la tina del resto de la estancia.
   
-Ha luchado contra los turcos con menos miedo -comentó Smith mientras corría las cortinas para evitar las corrientes de la puerta-. Has asustado al muchacho.
   
El sonido que emitió el barón no fue muy tranquilizador.
   
-¿Está enfermo el halcón peregrino que te ha regalado el Rey? -inquirió su hermano.
   
-No.
   
-¿Las halconeras estaban descuidadas?
   
-No.
   
-¿Quieres que llame a un doncel para que te atienda en el baño?
   
-¡Maldita sea, no! -exclamó Mew-. No necesito a ningún jovencito lloriqueando sobre mis cicatrices.
   
Cuando Smith volvió a hablar, su voz sonó tan dura como la de su hermano mayor.
   
-¿Te apetece entonces practicar con la espada y el escudo? -sugirió en voz baja-. Estaré encantado de hacerte los honores.
   
Al escuchar aquellas palabras, Mew se giró hacia su hermano y le dedicó una larga mirada evaluándole.
   
Durante un tenso momento Smith pensó que tendría la pelea que había sugerido, pero lo único que hizo el barón fue emitir un sonoro suspiro.
   
-Pareces enfadado, hermano.
   
-Sólo sigo tu ejemplo.
   
-Está bien. Me lo merezco. -Los labios de Mew esbozaron una sonrisa-. ¿Te ocuparías tú de mi baño? No le confiaría mis espaldas a nadie más en este lugar.
   
-Estaba a punto de decir lo mismo. No me gusta que tu prometido se esconda y que nuestro anfitrión esté «demasiado enfermo» para recibirte de manera adecuada.
   
El barón se quitó el valioso broche nórdico que sujetaba su capa y lanzó las pieles sobre un pequeño baúl que su hermano había llevado a la habitación, haciendo que las llamas de las velas titilaran en los candelabros.
   
Smith se acercó entonces a una mesa para oler el jabón que alguien había depositado allí.
   
-Especias. Y un toque de rosas, creo. -Miró a Mew de manera tranquila, intentando no mostrar su diversión.
   
-Acabaré oliendo como el harén de un sultán -ironizó su hermano.
   
Los ojos de Smith brillaron con burla, pero procuró no reír en voz alta.
   
Con rápidos movimientos, el barón dejó a un lado el resto de sus ropas, enterrando bajo ellas el pequeño baúl. Bajo la tenue luz, la larga cicatriz que atravesaba su musculoso brazo y su torso tenía un brillo nacarado. Después, se introdujo en la pequeña bañera amenazando con desbordarla, y emitió un sonido de placer cuando el agua caliente calmó el dolor que le producía una vieja herida.
   
-¿Jabón? -preguntó Smith con suavidad.
   
Mew extendió una mano, y un trozo de jabón con un olor familiar cayó sobre su palma. Frunciendo el ceño, comenzó a extender el jabón por su cabello castaño intentando recordar dónde había olido aquel aroma anteriormente.
   
-Ahora -ordenó-, explícame lo que quisiste decir cuando afirmaste que el señor de Blackthorne era víctima de una maldición.
   
-Su mujer era una bruja.
   
-He oído decir lo mismo de muchas mujeres.
   
Su hermano se rió secamente.
   
-Sí, pero Lady Kanya pertenecía a los glendruid.
   
El barón se quedó inmóvil por un instante.
   
-Glendruid…
   
-Son un clan celta -le explicó Smith-. Una especie de matriarcado, por lo que he oído.
   
Mew soltó un bufido antes de deslizarse en la tina hasta quedar completamente bajo el agua, aclarando la aromática espuma. Momentos después emergió con tal fuerza que salpicó la habitación, provocando que su hermano saltara a un lado entre maldiciones.
   
-Continúa -pidió Mew.
   
Sacudiendo el agua de su túnica con una mano, Smith utilizó la otra para poner más jabón en la palma de su hermano con la fuerza suficiente para demostrarle su desagrado por el remojón.
   
-La verdad es que no sé mucho más. Sólo he oído comentar que un hombre que toma por esposa a una mujer o a un doncel glendruid tendrá campos que prosperen, pastos exuberantes, vasallos trabajadores y obedientes, estanques rebosantes de peces, y…
   
-Una vida sexual inmejorable y la vida eterna -le interrumpió su hermano, mostrándose impaciente ante una superstición tan absurda como aquélla.
   
-Oh, ¿has hablado ya con Jes?
   
Mew le dedicó a Smith una mirada de advertencia, pero éste se limitó a sonreír ampliamente y a mirarlo divertido.
   
-¿Dónde está ese clan de celtas ignorantes? -preguntó el barón secamente-. ¿Al sur, quizás?
   
-Eso dicen algunos. -Smith se encogió de hombros-. Otros dicen que al norte. Algunos que al este.
   
-¿O al oeste? ¿En el mar, tal vez?
   
-Son personas, no peces.
   
-Eso sí que es un alivio.
   
Riéndose, Smith le tendió a su hermano un gran paño para que se sacara. Cuando Mew salió de la tina, el agua resbaló como riachuelos plateados por su cuerpo, cayó al suelo y se deslizó hasta alcanzar el desagüe que conducía al foso.
   
-El cuento de los glendruid acabará cuando instauremos la paz en estas tierras y haya herederos que se ocupen de ellas -afirmó el barón.
   
Smith sonrió levemente. Conocía bien la intención de su hermano de fundar una dinastía. En realidad, él pensaba hacer lo mismo.
   
-Ten cuidado con lo que dices en público sobre los glendruid antes de haber establecido tu poder -le advirtió-. Es una superstición muy arraigada en la población local. Y además… hay algo sobre esa leyenda que Jes no ha averiguado y que parece importante.
   
-Tendré en cuenta tu advertencia.
   
-Tu prometido es afortunado -comentó Smith-. No tendrá motivos para quejarse de su tratamiento cuando llegue el momento de tener herederos. Los donceles del harén estaban bien entrenados.
   
Por un instante, Mew pensó en meter a Kana en su alcoba, acariciar su hermoso cabello rojizo antes de abrir sus muslos y hacerlo suyo salvajemente. Sólo imaginar la escena hizo que su sangre ardiera.
   
-Para que una persona disfrute es necesario que esté predispuesto -señaló con irritación, intentando enfriar el calor de su sangre.
   
-Dudo que haya un doncel en este lugar que no esté deseando compartir tu lecho.
   
-Hay uno -dijo el barón secamente.
   
-Tu prometido.
   
Lord Gulf no era el doncel que Mew tenía en mente, pero guardó silencio y se limitó a secarse vigorosamente.
   
-Terminará sucumbiendo tarde o temprano -le aseguró Smith tras un momento-. Es un doncel noble; puede que no le agrade su deber, pero lo llevará a cabo. Y también está Tul…
   
-Sabes que sólo lo traje a él y a su compañero para que mis caballeros no causen problemas a las hijas o hijos donceles de mis vasallos.
   
-Lo sé. Sin embargo, soy el único que te cree.
   
Mew gruñó y continuó secándose con energía. La sola idea de que uno de sus hombres pudiera atacar a Kana hacía que la ira se desatara en su estómago.
   
-Advertiré de nuevo a mis hombres sobre que no deben acosar ni aprovecharse de las muchachas o muchachos que no se muestren dispuestos. -Su tono no admitía réplica-. En particular, a uno de cabello del color del fuego, piel suave y blanca, y ojos verdes.
   
Smith arqueó las cejas con muda sorpresa.
   
-Pensé que no te gustaban los donceles de piel clara.
   
-Deberías ver a éste -replicó Mew.
   
-Ese doncel ha debido causarte una gran impresión -comentó asombrado-. Y eso no es propio de ti.
   
El barón se encogió de hombros.
   
-Es un muchacho poco corriente. Está limpio, algo que no es muy normal por aquí, y tiene la dignidad de un príncipe a pesar de ser un campesino.
    
-Tú siempre has preferido a los maduros y dispuestos.
   
-Es cierto.
   
-¿Está él dispuesto?
   
La sonrisa que Mew le dedicó a su hermano hizo que Smith riera.
   
-Lo estará -afirmó-. Durante un instante tembló entre mis brazos. Tendré que seducirlo con cuidado, pero fue hecho para la pasión. No existirá el invierno para el hombre que lo posea. Él…
   
De pronto, dejó de hablar y se volvió al escuchar el sonido de unos pasos apresurados.
   
-Barón -le llamó el escudero desde el otro lado de los cortinajes.
   
-¿Qué ocurre? -preguntó Mew con impaciencia-. ¿Lo has encontrado?
   
-El sirviente personal de Lord Gulf desea hablar con vos. Es muy urgente, milord.
   
-Maldita sea -murmuró.
   
Se colocó el paño con el que había estado secándose alrededor de las caderas, cogió su capa y se la puso sobre los hombros para protegerse de las heladas corrientes de aire.
   
-¿Por qué será que los únicos donceles a los que puede encontrar mi escudero son los que no deseo ver en absoluto? -farfulló.
   
Smith abrió la boca e intentó hablar, pero Mew no había acabado.
   
-Por Dios, qué persona más fastidiosa… -dijo entre dientes.
   
-¿Es eso un sí, o un no, a la solicitud de audiencia de Lhong? -quiso saber Smith.
   
-Está bien, que entre -respondió el barón volviendo a hablar en un tono normal.
   
El sirviente debía de haber estado escuchando cerca, pues, al instante, hizo a un lado los cortinajes y entró. Al percatarse de la semidesnudes de Mew, no bajó los ojos, sino que lo miró con curiosidad.
   
-Habla -lo instó el barón con irritación-. ¿Dónde está tu señor?
   
-Lord Gulf se siente indispuesto y os suplica que no lo obliguéis a presentarse ante vos -respondió el sirviente con rapidez.
   
A pesar del evidente nerviosismo del viudo, Smith observó que los pálidos ojos del sirviente no podían apartarse de la piel de Mew que la capa dejaba al descubierto.
   
El barón examinó los pálidos rasgos y los finos labios del sirviente, y se preguntó por qué sus pensamientos se veían inundados de un doncel de cabello rojizo y ojos verdes que habían huido de él tan rápido como sus esbeltas y largas piernas se lo habían permitido. El simple hecho de recordarlo conseguía enfurecerlo.
   
«¿Por qué ha huido de una simple caricia?»
   
-¿Indispuesto has dicho? -dijo el barón finalmente-. Confío en que no sea nada serio.
   
-Su padre está enfermo. Eso es algo serio, ¿no creéis?
   
-Soy su futuro esposo. -Mew le dedicó una sonrisa irónica-. Eso también es algo serio, ¿no crees?
   
La fría sonrisa hizo que Lhong se estremeciera intranquilo bajo los gastados pliegues de su túnica de lana.
   
-Por supuesto, milord.
   
-Saluda a Lord Gulf de mi parte y transmítele mi apremiante deseo por conocerlo -añadió el barón. Después le dio la espalda al sirviente y se dirigió a Smith-: ¿Recuerdas lo que hablamos?
   
Smith vaciló, pero Mew alzó una ceja en muda advertencia.
   
Smith asintió con sequedad. Apartó a un lado las ropas que cubrían el pequeño arcón, lo abrió y sacó una pieza de joyería que descansaba sobre una brillante pila: era el regalo del barón para su reacio prometido.
   
-Entrégale esto a tu señor -le ordenó Mew a Lhong.
   
Obedeciendo a un gesto de su hermano, Smith avanzó y dejó caer un broche sobre la mano del viudo, que soltó un grito ahogado al sentir el peso del oro y ver la magnífica gema verde que adornaba la joya.
   
-¡Es del mismo color que los ojos de Lord Gulf!
   
Al instante, Mew pensó en el joven que había conocido en las halconeras y entrecerró los ojos al darse cuenta de lo sucedido. Kana era demasiado orgulloso y altivo para ser el hijo de un campesino. Si no hubiera estado cegado por su belleza y sus labios no hubiera tardado tanto en descubrir su verdadera identidad.
   
-¿Es ese color de ojos común entre los vasallos de Blackthorne? -preguntó Mew sin parecer interesado.
   
-No, milord. Nadie, a excepción de él y del anciano Mild, posee ese color de ojos. Es el distintivo de la sangre de los glendruid.
   
El barón entrecerró los ojos aún más.
   
Smith observaba inquieto a su hermano. Había visto anteriormente esa fría mirada en los instantes previos a unirse a una batalla. Sin embargo, allí no había enemigos armados ni cuernos de guerra instando a los caballeros a la guerra.
   
-Es un hermoso broche, milord -comentó Lhong-, un magnífico regalo que cualquier persona estaría orgulloso de lucir.
   
Los dedos del sirviente acariciaron la joya con una envidia que apenas era capaz de ocultar.
   
Mew miró entonces a su hermano y éste asintió levemente.
   
Sin pronunciar palabra, Smith se giró, se inclinó sobre el arcón una vez más y, durante un minuto o dos, rebuscó entre el contenido. El débil e inconfundible sonido de las monedas y las cadenas de oro rozándose unas con otras resonó como un melodioso susurro en medio del silencio.
   
Cuando encontró lo que buscaba, Smith lanzó un gruñido, se giró hacia su hermano y le mostró otro broche.
   
A un gesto afirmativo del barón, su hermano se acercó hasta Lhong, cogió una de sus manos y depositó la joya sobre su palma. No había ninguna piedra preciosa en aquel broche, pero su peso daba fe de su valor. Aturdido, el viudo levantó la mirada y se encontró con los fríos ojos plateados de Mew.
   
-Es para ti -confirmó el barón.
   
Lhong no podía salir de su asombro.
   
-Es evidente que los habitantes del castillo no han sido afortunados y que han sufrido la pérdida de muchos seres queridos -comentó Mew lo más amablemente que pudo al doncel cuyos pálidos ojos y fina sonrisa le habían desagradado desde el primer momento-. El viudo de un bravo caballero debería poseer joyas como ésa.
   
El sirviente cerró la mano alrededor del broche con tanta fuerza que uno de los bordes cortó visiblemente su piel.
   
-Gracias, barón -dijo con voz respetuosa mientras se inclinaba ante él sin perder detalle del contenido del arcón.
   
-No hay de qué. -Mew observó la dirección de la ávida mirada del sirviente, al igual que Smith, que cerró el arcón con un gesto despreocupado y dirigió a su hermano una entrecerrada mirada de desaprobación.
   
-¿Deseáis algo más, milord? -preguntó Lhong.
   
-No. Lo único que quiero es que lleves el broche a Lord Gulf en mi nombre y que le presentes mis respetos.
   
El sirviente salió apresuradamente, como si temiera que volvieran a llamarlo y le obligaran a devolver el broche. Smith esperó a estar seguro de que nadie podría oírle, y entonces se volvió hacia su hermano.
   
-Ahora todas las gentes del lugar sabrán lo que contienen los arcones que vieron introducir en el castillo -comentó en tono neutro.
   
-Es bueno que los vasallos sepan que su nuevo señor no les ahogará con impuestos y que podrá mantener un ejército que los proteja -señaló el barón.
   
-¿Y los futuros esposos? -sugirió Smith-. ¿También es bueno que ellos lo sepan?
   
-Especialmente, los futuros esposos -respondió Mew con violenta satisfacción-. Todavía no he conocido a una persona cuyos ojos no brillen ante la visión del oro.
   
-Siempre tan hábil.
   
El barón esbozó una leve sonrisa al pensar en el hermoso joven de ojos como esmeraldas que se había mostrado mucho más hábil que él en las halconeras.
   
-No siempre, Smith. Pero aprendo de mis errores. 🖤

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