¿Qué hacemos?

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Era pasada la media tarde, el clima amenazaba con una tormenta así que lo más conveniente era no salir a menos que sea necesario. Era un lindo día para estar acurrucado en la cama mirando la tele y eso era precisamente lo que Julián estaba haciendo mientras esperaba la llegada de su novio, quien ya le había mandado un mensaje avisando que estaba a mitad de camino.

Cerró los ojos y su cabeza comenzó a divagar, haber rechazado la propuesta de convivir con Lisandro lo había dejado con un gusto amargo, estaba arrepentido. Él tenía ganas de despertar por las mañanas con su novio al lado. Entonces ¿Por qué se había negado? Porque era imbécil. En cualquier otro momento lo hubiera aceptado con mucho entusiasmo pero ese día la idea pareció agobiarlo.
Tenían que hablar, él tenía que darle explicaciones a Lisandro, no sabía cómo pero debía hacerlo lo antes posible porque recordaba la mirada decepcionada del defensor y su corazón dolía.

Unos minutos más tarde se escuchó el timbre y luego de corroborar que era su novio, Julián abrió la puerta con notoria confusión en su rostro pues, Licha tenía un juego de llaves.
—¿Te olvidaste las llaves? —preguntó al instante dándole un pico de bienvenida.

—No, te las dejé el otro día —contestó con simpleza y entró, dirigiéndose a la cocina para guardar lo que había comprado. Julián lo siguió.

—Ok... ¿ya se largó a llover? —soltó casi como si fuera una pregunta al aire, le había chocado la contestación del mayor porque lo hacía pensar que las cosas estaban realmente mal. ¿Lo estaban?

—Todavía no, por suerte me dejó venir, leí que iba a caer granizo.

—Sí... ¿Entraste tu auto al garaje? —Lisandro negó—. ¿Querés que lo entre?

—Me harías un favor —contestó con una leve sonrisa y le mostró una bolsa—. Voy a preparar pororó.

—Pururú —corrigió y agarró las llaves del auto ajeno.

Lisandro lo vio irse con una sonrisa enternecida, luego de unos segundos decidió buscar la olla pochoclera que habían comprado para prepararlos con caramelo. Se sentía algo cansado por los ejercicios de rehabilitación que había hecho pero, si tenía que ser honesto, el cansancio venía por otro lado. No sabía muy bien cómo debería seguir el rumbo de su relación, la charla que había tenido con Cristian lo hizo notar algunas cosas que no le gustaron. Él realmente ponía mucho de sí para tratar de que todo esté bien entre ellos. Quería claridad y compromiso porque eso era lo que él ofrecía.

...

Julián entró silbando al auto y cuando se acomodó para encenderlo, vio en los asientos traseros una bolsa que dejaba ver el traje que había usado Lisandro con su equipo días atrás. Le pareció extraño y recién en ese momento recordó que le había pedido que se lo pusiera para ir a verlo. ¿Se había olvidado o simplemente no tenía ganas de ponérselo? Con un leve suspiro e intuyendo que las cosas no estaban bien, entró el auto al garaje.

Cuando Julián volvió se dirigió hacia donde había un rico olor a azúcar, seguramente el pururú ya estaría listo. Al entrar a la cocina, efectivamente, Lisandro se encontraba sirviendo los mismos en un pote grande que tenían.

—¿Por dónde deberíamos empezar? —preguntó Julián con la voz apenas temblorosa. Lisandro lo miró e hizo un gesto que no llegó a ser sonrisa del todo.

—No sé, amor —contestó honestamente y señaló con su cabeza la puerta—. Vamos al sillón así hablamos tranquilos —propuso, dirigiéndose al mismo. Julián lo siguió sin protestar.

Una vez sentados Juli agarró un puñado de maíz y comenzó a comerlo con lentitud, dejando que la azúcar endulzara su boca. Lisandro lo imitó en silencio.

Lo que quieras //Julián Álvarez, Lisandro MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora