7. Tanabata

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Saori se sentía rebosante de energía a pesar de que tenía aún la herida en el hombro y estaba bastante fresca.

Se miró al espejo de su cuarto, mientras se alistaba para salir. Estaba muy contenta y le importó poco cuando notó que el vendaje de la herida del hombro le abultaba la ropa por debajo y la yukata negra con pequeñas flores rojas y doradas que había comprado no le quedaba del todo bien por eso.

Así que se ató el obi, se dejó el cabello suelto, que le llegaba ya por la cadera. Delineó cuidadosamente sus ojos con negro, y se pintó los labios de un bello color vino. Y como detalle final se colocó un prendedor en el cabello, con forma de una pequeña libélula, sosteniendo un mechón del lado izquierdo.

Miró el accesorio con cierta nostalgia. No lo había usado hace años, y sin embargo aún estaba impecable, con sus pétalos nacarados intactos y un trío de campanillas en cascada que tintineaban sutilmente con el movimiento.

Era de su madre. Una herencia, la única junto con su naginata.

Antes de salir, se dio un último vistazo en el espejo, y sonrió. Se sintió bella. Había olvidado cuando fue la última vez que se arregló así, en su vida últimamente no hubo mucho espacio para la coquetería.

Sanemi esperaba afuera.

La noche era calurosa y el cielo estaba totalmente cubierto de estrellas. A lo lejos, podía escuchar le murmullo del festival, y hasta su nariz llegó el delicioso aroma a la carne asada y condimentada de los puestos de comida, haciendo que su estómago se impaciente.

Él, a diferencia de Saori, no se había producido tanto. Llevaba una yukata también, color verde muy oscuro, y un obi negro. Lo suficiente para ser socialmente aceptado.

Por eso cuando Saori abrió la puerta de la casa y salió, Sanemi se sorprendió.

Lo primero que se le vino a la mente fue la palabra 'radiante' y le pareció poco para describirla. Algo en ella emanaba luz, brillo, encanto, algo...distinto. Su forma de caminar, la mirada en sus ojos. La boca perfectamente dibujada, resaltando la forma tentadora de los labios.

Fue como si alguien le hubiera dado un puñetazo en la nuca, con mucha fuerza. Cómo si una ola gigantesca lo hubiera atravesado.

"¿Que había dicho yo? ¿'ya pasará el efecto de tener una mujer tan cerca'? Y una mierda." pensó. "Esta es la confirmación de que estoy jodidísimo"

Saori se acercó a él y le sonrió inocente.

Sanemi tuvo que tragar saliva y controlarse para no soltar algo de lo que probablemente se hubiera arrepentido luego. Sin embargo, sabía que estaba esperando un cumplido, algo que le diga que sí había notado el esfuerzo.

"Y puedes apostar que si lo he notado." Pensó, mientras la miraba disimuladamente yendo a su lado. Tenía toda su atención.

- Estás esperando que te diga algo y estoy teniendo problemas para encontrar la palabra correcta.- confesó él mientras caminaban.- Lo siento.-

Saori rió. Y esa risa le arrancó una sonrisa a Sanemi, aunque él se resistió.

-Tranquilo. No es necesario que digas nada. Sé que no eres muy expresivo.- dijo, siguiéndole el paso.- En todo este tiempo he aprendido alguna que otra cosa sobre ti.-

- ¿Por ejemplo?- Preguntó él mirándola levemente de costado. Tenía curiosidad.

- Te gustan los perros.- lanzó ella.- Más que los gatos u otro animal. Siempre los alimentas cuando vienen al dojo.-

- Si.- Asintió él.

Iban lentamente uno a la par del otro, rumbo a la calle donde se desarrollaba el Tanabata. Y Sanemi pudo notar que tenía las palmas humedecidas y el pulso levemente enloquecido.

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