11. Abrazo

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Desde aquella mañana lluviosa, Saori había construido una amistad muy estrecha con Kyojuro Rengoku. Se habían vuelto confidentes mutuos y para ella fue una bocanada de aire fresco.

Exceptuando a Sanemi, y algún que otro cazador al azar con el que le haya tocado salir de misión, Saori no tenía mucho contacto con nadie.

Estaba su compañero en la Selección Final, Haruiko Kimura, a quien apreciaba mucho, pero no lo consideraba alguien a quien pudiera contarle lo que realmente sentía.
Kimura era divertido, atento y un excelente guerrero, pero no era ni la mitad de maduro que Rengoku.
Por lo que el papel de mejor amigo se lo terminó quedando el Pilar de la Llama, casi sin el menor esfuerzo.

El tiempo pasó.
Saori, ahora de rango Hinoto con varios meses de antigüedad en el mismo, pudo permitirse mudarse de la casa de Sanemi a una vivienda para ella sola (lo que en verdad no agradó al Pilar, pero supuso que ese momento llegaría eventualmente, y lo aceptó de mala gana). Y la relación inestable que tenían pasó a una un poco más madura.
Una dónde al menos no discutían cada dos por tres. Donde poco a poco, lentamente, todo fluía.

Finalmente su mundo pareció asentarse.

Pero las cosas pronto iban a sacudirse hasta los cimientos.

- No...- Susurró Saori, cuando su cuervo kasugai, Tegami, vino a darle la noticia de que Kyojuro Rengoku, el Pilar de la Llama, había muerto en una misión enfrentando a la Tercera Luna Creciente.

Estaba en la cocina de su casa, preparándose el desayuno. Y el plato que llevaba en la mano estalló contra una pared cuando lo arrojó, haciéndose añicos, regando tortilla de huevo y arroz blanco por todos lados. Tegami cacareó asustado y alzó el vuelo, posándose en un árbol del Jardín, a esperar que su dueña se calme.

Saori sintió que el corazón iba a explotar dentro de su pecho. Lloró desconsoladamente mientras se uniformó, mientras peinó su cabello en una coleta alta que le llegaba hasta la cadera. Y salió rumbo a la Finca.

Al llegar, pidió despedirse. Kocho le dijo que debía esperar, porque el cuerpo debía ser puesto en condiciones para entregarlo a la doliente familia.

"El único doliente debe ser Senjuro" pensó Saori, consciente de la situación tirante entre Rengoku Padre y el ahora fallecido hijo. Y se le estrujó el alma en una mezcla de dolor, tristeza y bronca, porque Kyojuro había muerto sin poder arreglar la relación con su progenitor.

Así que, rota, se sentó en el jardín, lejos de todo, y esperó.

Mientras veía el ir y venir de Cazadores y Pilares, notó algo. Había un niño, con un haori a cuadros verdes y negros, que se rehusó a irse a pesar de que Shinobu y otros médicos le dijeron que tenía que guardar reposo. Ese niño, que no debía tener más de 14 años, cruzó miradas con Saori una sola vez y a ella abrumó la tristeza que sus ojos rojizos emanaban. No tenía ni siquiera una chispa de vida en ellos, y Saori sintió pesar por su alma. Porque estaba innegablemente hundido en el dolor.
Lo sabía bien, porque ella se sentía igual.

Pasado un rato, Saori se escabulló dentro de la Finca, buscó a Shinobu nuevamente y le rogó que le permita verlo.
Ella accedió, aclarándole que sólo tenía 5 minutos para hacerlo.
Saori le agradeció profusamente, no esperó más y entró, cerrando la puerta detrás de ella.

El silencio de la habitación la abrumó. Lo vio allí, tendido sobre la cama, con el rostro limpio y el uniforme impecable. Claramente, quienes se encargaron de limpiarlo, habían puesto mucho amor en dejarlo presentable.

Ella se acercó cómo pudo, porque sus piernas parecían estar hechas de gelatina, y tomó su mano. Lo primero que notó fue que estaba fría, tan fría... que la sensación de esos dedos helados entrelazados con los suyos propios se grabó en su cerebro, cómo un cruel recordatorio de que no había vuelta atrás.

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