10. El Pilar de la Llama

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Pasó el tiempo y Saori subió de rango en el Cuerpo de Cazadores.

Acumuló victorias y valiosas experiencias en el campo de batalla, por lo que pronto se volvió una luchadora ágil y resistente, que se desarrollaba con habilidad en cualquier enfrentamiento.

El único frente que no había logrado dominar aún era el de su corazón. 

La relación con Sanemi era cambiante. A veces era fría. Distante y escueta. Tensa, cómo la cuerda de un shamisen demasiado tirante, que con cualquier roce puede cortarse. 

A veces dulce y cálida, tan cálida que la tensión entre ambos se sentía pulsátil y vivida, sobre todo cuando alguno de los dos volvía de una misión lejana, que los mantuvo alejados por varios días. 

Cómo si ninguno se animara a demostrar abiertamente cuánto había extrañado al otro. 

Saori, al igual que Sanemi Shinazugawa, se debatía entre soltarse o reprimirse. Ambos analizaban demasiado las opciones, ambos convivían con el miedo a perderlo todo nuevamente. 

Pero ninguno de los dos sabía lo que el otro pensaba. 

La soledad y el temor no suelen ser consejeros fiables, y muchas veces (demasiadas quizá en este caso) se esconden bajo la máscara del orgullo y utilizan las malas formas para ocultar una vulnerabilidad que ninguno estaba dispuesto a aceptar.

Por eso, últimamente las discusiones entre ambos escalaban demasiado rápido. 
Y a niveles poco agradables. 

Así que una mañana de lluvia, Saori Minamoto tocó fondo. 

Habían vuelto de una larga noche de cacería. Estaban hambrientos, cansados y heridos, por lo que el ánimo en general no era el mejor cuándo comenzaron a discutir nuevamente. Pero esta vez, ella se plantó, exigiéndole, exhausta de la situación, que aclare sus sentimientos hacia ella. Le dijo que estaba cansada de tirar y aflojar.

Por supuesto, no salió ni por asomo cómo Saori esperaba.

Ahora, sentada bajo la llovizna persistente, repasaba la situación con Sanemi una y otra vez...cómo si no se hubiera herido demasiado.

-¡Dime qué sientes!.- 

Hubo silencio. Un silencio que para Saori fue como si una mano invisible le hubiera estrujado el corazón.

- Sabes...lo intenté todo...ya estoy cansada.-
- Si estás cansada sabes dónde está la puerta. Lárgate y sácame de un problema. Ve a joderle la vida alguien más.- había dicho él, señalando la entrada de su casa, que es dónde estaban.

Saori se mordió los labios para no sollozar cuando recordó esa frase. Aún dolía cómo un puñado de sal en una herida abierta.

- No quisiste decir eso ¿verdad?- 
- Si. Quise. Lo dije total y completamente consciente.-

Lo siguiente fue la reacción más espontánea que había tenido en bastante tiempo: se acercó a él, tanto que las punta las narices casi se rozaron. Lo miró a los ojos y le dio una sonora bofetada. 
En sus oídos todavía podía escuchar el ruido y eso la hizo apretar los párpados, estaba horrorizada de haber reaccionado así…y podía jurar por la lluvia que ahora se escurría por sus sienes que Sanemi no la perdonaría jamás por haber hecho eso.

- Realmente no tienes corazón.- le susurró. 

Y se largó de allí, sin rumbo. 

Deambuló bajo la lluvia rato largo hasta que se dio cuenta que estaba muy cerca de la Finca de las Mariposas. 

Supuso que sería una buena idea ir a que le revisaran las costillas porque le dolían bastante luego de la noche de cacería. Quizá el demonio que habían derrotado la noche anterior le había fisurado alguna en uno de los golpes que le asestó.

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