tristeza

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El sonido del teléfono cortó el silencio de mi habitación, sacándome bruscamente de mis pensamientos. Levanté la mirada de mi libro y corrí hacia la mesa donde había dejado mi teléfono. La pantalla brillaba con el nombre "Valentín".

—Hola, amor —dije con una sonrisa mientras contestaba la llamada.

—Hola, Daniela. ¿Cómo estás? —su voz sonaba cálida, reconfortante.

—Estoy bien, solo un poco cansada. ¿Y tú? —respondí, acomodandome en mi silla mientras mis pensamientos se calmaban ante su voz.

—Te extraño mucho, Dani. No puedo dejar de pensar en ti —sus palabras me hicieron sonreír aún más.

Cada vez que hablaba con Valentín, sentía como si el mundo entero desapareciera a mi alrededor. Sus palabras tenían el poder de calmar mi mente inquieta y llenar mi corazón de amor y esperanza. Él era mi ancla en medio de la tormenta que era mi vida.

—Yo también te extraño, Val. Más de lo que puedo expresar con palabras —confesé, dejando que mis emociones fluyeran libremente.

A veces me preguntaba cómo sería estar a su lado todo el tiempo, cómo sería tenerlo cerca para abrazarlo cuando lo necesitara, pero la distancia entre nosotros parecía insuperable en ocasiones.

—Dani, quiero que sepas que te amo con todo mi ser. Eres lo más importante en mi vida —su voz sonaba sincero, lleno de amor.

Mis ojos se humedecieron mientras escuchaba sus palabras. Saber que alguien me amaba de esa manera me daba fuerzas para seguir adelante, incluso en los momentos más oscuros.

—Yo también te amo, Valentín. Eres mi luz en la oscuridad —susurré, dejando que mis lágrimas de felicidad recorrieran mis mejillas.

Pero a medida que la conversación continuaba, una sombra se colaba en mis pensamientos. Era como si una nube oscura se cerniera sobre mí, recordándome la realidad de mi vida fuera de esta burbuja de amor y felicidad.

Cuando finalmente colgamos, me quedé sola en mi habitación, enfrentándome una vez más a mis demonios internos. La depresión que había estado luchando durante tanto tiempo amenazaba con consumirme de nuevo. Nadie más que mi familia sabía lo que realmente estaba pasando dentro de mí. La prensa solo veía la Daniela sonriente en eventos públicos, sin sospechar siquiera la tormenta que se agitaba en mi interior.

Me quedé mirando fijamente el techo, preguntándome si podría soportar otra noche de angustia y soledad. La tentación de rendirme y dejar que la oscuridad me consumiera era abrumadora, pero una voz en mi interior me instaba a seguir luchando, a aferrarme a la pequeña luz de esperanza que Valentín representaba para mí.

Sin darme cuenta ahora ya no estaba en mi cuarto.

Estoy sentada en el sofá de la sala de estar, con la mente tan llena de pensamientos turbios que apenas puedo concentrarme en nada más. El día ha sido una batalla constante contra la ansiedad, una lucha que a veces parece imposible de ganar. Mis músculos están tensos y mi respiración es superficial, como si el peso del mundo entero estuviera descansando sobre mis hombros.

Escucho el chirrido de la puerta al abrirse y levanto la mirada para ver a mi madre entrar, una bolsa de la farmacia en la mano. Me saluda con una sonrisa, pero puedo ver la preocupación en sus ojos mientras coloca los frascos de medicamentos sobre la mesa de café. Ansiolíticos. Antidepresivos. Una mezcla de píldoras destinadas a calmar mi mente agitada y aliviar mi angustia.

Miro los frascos con una mezcla de curiosidad y temor. ¿Qué pasaría si tomara todas esas pastillas de una vez? ¿Desaparecerían mis miedos, mis preocupaciones, en una neblina de medicación? La idea es tentadora, pero sé que no es la solución. No puedo dejar que la oscuridad gane.

Mi madre me ofrece un vaso de agua y las pastillas, y las tomo con manos temblorosas. Siento el peso de mi decisión mientras trago las píldoras, como si estuviera sellando mi destino con cada sorbo. Sé que los medicamentos pueden ser útiles, pero también sé que no son la respuesta definitiva a mis problemas.

A medida que el medicamento comienza a surtir efecto, me recuesto en el sofá, dejando que la calidez se propague por mi cuerpo. Pero en lugar de sentir alivio, siento una nueva oleada de preocupación. La realidad de mi situación me golpea con fuerza, recordándome que las pastillas no pueden resolverlo todo.

Pero a la vez si podrían , tal vez sería una escapatoria una escapatoria de todos los problemas.

Eso era..

Una forma de escapar.

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