Con un solo objetivo en mente, el pequeño animal de pelaje blanco, ojos grises y hocico adornado con una tierna naricita negra, comenzó a correr esquivando la mesa que servía de base a un jarrón tan antiguo como la muralla china, haciendo que trastabillara peligrosamente. Saltando sobre uno de los sillones de cuero, fue a parar justo en medio de la alfombra hecha a mano traída directo desde las exóticas tierras del otro lado del mar.
Poco le importó al muy travieso el desastre que estaba ocasionando, saltando de sillón en sillón, se revolcó sobre el fino cuero, mordiendo los cojines los destrozó causando una lluvia de plumas de ganso. Después de un buen rato de juegos, decidió que había que probar qué tan hábil era. Regresando nuevamente al pie de la escalera, le apostó a que podía saltar el sillón grande y la mesa del café, ambos al mismo tiempo.
Con esa idea en mente, dejó en libertad sus patas. Corriendo la distancia que lo separaba del recibidor, se preparó para el gran salto. Jaemin cerró los ojos, la sensación era increíble. Lástima que el aterrizaje no lo fuera tanto. Cayendo de patas del otro lado, trató de usar las garras para frenar, cosa que no funcionó tan bien como imaginó. La gran chimenea fue quien paró el derrape.
Un grito perruno se dejó escuchar al dar contra el muro interno de la chimenea. Una gran nube de ceniza, pedazos sueltos de leña y del relleno de los cojines, inundó el ambiente del recibidor. El jarrón chino se estrelló contra el duro suelo de mármol.
Antes que Jaemin pudiera salir de la chimenea, vio dos altas figuras que de pie frente suyo le miraban como si estuvieran a punto de zurrarle el culo.
-Más te vale que tengas una buena explicación para esto -La voz de Johnny prometía las torturas del infierno.
Gimiendo como cachorro herido, trató de apelar a la compasión de los dos vampiros. El inmaculado pelaje blanco estaba cubierto de la suciedad de la chimenea, un perro callejero tenía mejor pinta que él en ese momento.
-Ni siquiera lo intentes -Jeno tomó por la piel del cuello al lobo, de la misma manera que una madre sostiene a un cachorro-, Renjun y Donghyuck duermen profundamente, así que nadie va a venir a salvarte ahora.
Con la cola entre las patas, Jaemin fue llevado hasta su habitación.
-Estás castigado -habló el Patriarca-. No saldrás de aquí hasta que yo personalmente te lo ordene.
Jaemin invocó su forma humana.
-¿Por cuánto tiempo será eso? -preguntó sin preocuparse por estar desnudo-. Tengo que ir a la universidad. Tengo que presentar un anteproyecto.
-Lo hubieras pensado antes de hacer semejante desastre -sentenció el patriarca.
Una vez cerrada la puerta del baño se duchó tratando de sacarse de encima las plumas y el polvo de la ceniza. Regresando al dormitorio se sentó sobre la cama. Enfurruñado a más no poder, se metió entre las mantas. Bien era cierto que no se comportaba así desde que era una pequeña bola de pelo, pero eso no ameritaba que lo castigaran como si todavía fuera un cachorro de leche.
-Esto no es justo -se acostó cubriéndose con las mantas-. Soy un hombre y no pueden castigarme como si todavía fuera un niño.
Una idea hizo que lo molesto se fuera como una nube negra en un cielo despejado. Apenas se levantaran los vampiros más jóvenes, les diría lo que el Patriarca y Jeno le hicieron. Por algo dicen que la venganza es una perra. Ellos sí que entenderían que lo sucedido en el recibidor solo fue un evento desafortunado. La idea de ver a los mayores retorcerse por la furia de sus parejas, era algo para levantarle el ánimo a cualquiera.
Después de tanto ejercicio dormir fue fácil, así que sin proponérselo acabó deslizándose al mundo de los sueños. Lobo y hombre, ambos ocupando un mismo espacio, dos naturaleza compartiendo una sola alma. En el mundo de los sueños para Jaemin era difícil definirse como uno u otro, era simplemente él, sin dobleces ni complicaciones.