Capítulo 15: Lo correcto

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Estoy de pie en la cocina con un vaso de agua casi vacío entre las manos que muevo para hacer girar el cristalino contenido. El lavabo a mis espaldas sirviéndome de apoyo.

No me siento preparada para irme a dormir, cuando desperté hace unos minutos Nueve no estaba en la habitación y no quiero que llegue mientras no estoy siendo consciente de su presencia.

La discusión me dejó alterada, no solo por su declaración, sino porque debí haberme defendido de alguna forma. No soy una persona callada ante una discusión.

—¿Cariño?, ¿qué haces despierta tan tarde? —pregunta la voz adormilada de Vlad.

Está parado en la entrada de la cocina, tallándose la cara con las manos. Me mira y sonríe de la misma forma amorosa que siempre lo ha hecho.

—Bajé por un vaso de agua. —Después de muéstraselo, lo dejo en el lavabo y me cruzo de brazos.

—¿Uno? —Se recarga en la isla frente a mí—. ¿Qué hay de ese?

Mis ojos siguen la dirección de los de él. Abro la boca balbuceando por lo bajo.

—Es por si me da más sede —excuso.

En realidad, es para Nueve, como artilugio para dejar las cosas en paz o algo parecido. En caso de que siga comportándose como un idiota siempre puedo azotárselo en la cara.

—Eres todo un caso, pequeña —se burla imitando mi postura de brazos.

—¿Pequeña? —digo con tono de reproche.

—Sí, pequeña. No importa que cumplas ochenta años, para mí siempre serás la pequeña de seis años que se escabullía hasta mi habitación para pedirme chocolate caliente en la madrugada para poder dormir. —Hace un gesto de pesar.

—Jamás hice eso.

—¡Mentirosa, claro que sí!

Se echa a reír cuando giro la cara con obstinación. Niego con la cabeza reprobando sus burlas, aunque en el fondo me alegra verlo reír, verlo así de relajado.

Cuando mamá murió, el abuelo enfermó por la tristeza y la siguió poco después, así que no lo recuerdo. La abuela una mujer a la que le importaba más llegar al fondo de su copa o al final de su cigarro que lo que sentían los demás.

Cuando tenía siete años, ella se volvió a casar, llevando a nuestra fría casa un par de parásitos que contaminaron las cosas y pudrieron el núcleo de nuestra ya fracturada familia. Su esposo siempre estaba robándole dinero, su hijastro no era mejor que él. Ambos llenaban la casa de gritos, peleando constantemente entre ellos o con la abuela.

Por eso es por lo que soy más cercana a Vladimir, fue el único que mostraba signos de ser un adulto normal, aunque siempre estaba melancólico. En cuanto salió de la academia militar, hicimos maletas y nos largamos de ese manicomio. Él no tenía idea de cómo hacerse cargo de una niña, pero siempre dio todo de sí mismo para darme lo que necesitara.

El infierno del que escapamos finalmente se consumió hasta hacerse cenizas dos años después de irnos. Según lo que dijeron, la abuela se quedó dormida mientras fumaba. Y los parásitos con los que vivía se quedaron con la herencia, sólo para malgastarla.

—¿Quieres chocolate caliente? —Vlad interrumpe mis pensamientos.

—Suena bien —acepto.

Vlad se pone a trabajar en la estufa, ignoro la cara de triunfo que me dedica cuando destapa la leche. Cuando todo está dispuesto sobre el fuego, se sienta en el suelo, usando la isla del centro de la cocina como respaldo. Estira las piernas hacia el frente y hace un gesto extraño cuando algún hueso de su cuerpo truena.

Rojo AscenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora