Capítulo 28: Ligera calma

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Me he cansado de tirar de los shorts playeros hacia abajo. No puedo obligarlos a cubrir más allá de la mitad de mis muslos sin comprometer mi cintura a sobresalir por el otro lado. El surf top me queda pegado, como una segunda piel. Eso tampoco me ayuda a sentirme cómoda.

Veo con envidia a Emy corretear con los niños en la orilla de la playa. Incluso Cinco va de un lado a otro sin camisa y sin que le importen lo vistosas que son sus cicatrices. Luego estoy yo, quien siente que le faltan capas de tela.

—¿Cómo me convenciste de esto, Kellan? —me quejo como por décima vez.

—¿Qué he dicho de usar mi nombre? No lo uses —gruñe—. Te cuide en medio de una pesadilla, esto es menos de lo que te mereces, ¿no crees? —Kellan me guiña un ojo. No hay coquetería en el gesto, solo burla.

—¿Eres así de rencoroso?

—No tienes idea de cuánto.

Se supone que hoy es un día en el que los del refugio disfrutan del aire libre, pero después de ayudar a los de la cocina a montar una especie de buffet, lo menos que quiero es gastar la poca energía que me queda. Claro, esto no parece importarle mucho a Kellan.

La zona de la playa a la que nos movemos nos deja con una vista impresionante del místico acantilado a la distancia. La brisa es agradable, no ruge con fuerza como en mis sueños e incluso hace algo de calor. La arena caldeada por la luz dorada se siente bien bajo mis pies, y el sonido de las olas calma mi interior.

Kellan me lleva hasta a una parte rocosa. Lo sigo a través de ella sin que me lo pida. La roca oscura se interna en el agua, lo suficiente como para darme una idea de que, si decido tirarme al agua; está tan profundo como para no alcanzar el fondo con los pies.

El oleaje está calmo, como para que sea seguro nadar. Aunque por las gotas que alcanzan mi rostro al romper las olas contra la roca, puedo saber que el agua está helada.

—Linda roca —comento al detenernos al final de esta.

—Esto no es lo que quería mostrarte. —Suspira—. A unos metros, dentro del agua, una parte del bosque quedó sumergida hace años. Es lo que quiero que veas; el bosque acuático.

Sus ojos buscan mi rostro. No tiene ninguna emoción reflejada en sus facciones, no hasta que parece adivinar lo que estoy por decir, entonces pone cara de aburrimiento.

—No sabes nadar —dice como si fuera algo malo.

—Nunca he sido intrépida, ¿está bien? —De pronto me siento avergonzada—. Entras en las casas sin ser detectado, tienes una increíble habilidad y eres bueno peleando, pero tampoco eres tan perfecto como para caminar sobre el agua.

La sonrisa ladine que esboza me invita a enojarme con él. Pero antes de soltarte un comentario, da un paso hacia atrás, fuera de las rocas. Sin caer al agua.

—No te escuché, ¿qué decías?

Bajo sus pies brilla el mismo carmesí que en sus ojos.

—Debí imaginarlo. —Me cruzo de brazos.

—Sí, sí que debiste.

Me invita a seguirlo con un movimiento de cabeza y una sonrisa triunfante.

—No estoy segura —niego dando un paso para atrás.

—Conmigo siempre estás segura —declara con repentina seriedad.

—Me amenazaste de muerte —le recuerdo.

—Míralo así: conmigo nada ni nadie te dañará. Pero la ecuación me excluye. Yo soy lo único de lo que no puedo protegerte —suelta lo último en un susurro ronco.

Rojo AscenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora