Capítulo 1: Un sueño familiar

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<<Tres meses antes...>>

Nieve fresca se va acumulando a mi alrededor. Cubre la vegetación, la roca bajo mis pies y los altos pinos que tapan la luz del sol volviendo más frío el escenario en el que estoy. Cae sobe mi ropa, empapándome cuando se derrite al tacto.

Suspiro, es uno de esos suspiros pesados que sueltas cuando llevas mucho tiempo llorando, entrecortado y casi doloroso. De esa clase de exhalaciones que te sacuden el cuerpo entero y logran hacer que el temblar de tus manos desaparezca por un par de segundos.

Soy consciente de la voz llamándome, haciendo eco en la distancia como un llamado fantasmal que hasta al más valiente haría huir en dirección contraria.

Comienzo a caminar a paso lento pero firme hacia los árboles frente a mí. Cada paso hace crujir la nieve que se va endureciendo, por un rato, es lo único que escucho. Mis pasos y mi respiración condensándose en el aire me acompañan en una travesía que parece durar una vida entera.

Hace años que tengo el mismo sueño. Se presenta por lo menos una vez cada tanto, y siempre es igual. Siempre es tan vívido, real, y tan... extraño. Más que un sueño, se asimila a vivir un recuerdo reciente.

Sé de memoria dónde es que empieza, y sé dónde terminará. Hace tanto que vivo el mismo sueño que la voz ya me resulta demasiado familiar.

—Nira —suena claro y fuerte por sobre el viento que azota mi cabello contra mi cara.

Al levantar la vista... me detengo. Sí existe algo a lo que parece que nunca me acostumbraré, algo en este sueño que nunca me dejará de sorprender, eso es: verla. Tenerla cerca. La piel de mi ensueño se eriza, siento la boca seca por la impresión y mi andar se congela al instante en el que mis ojos captan su imagen.

He salido del espeso bosque, como lo hago cada vez que estoy aquí. Como siempre, ella me hace detener mi caminar hasta llegar al área plana de roca gris cercana a un acantilado que termina en una v, con la punta hacia la nada. El viento tiene sabor a sal y escucho las olas al fondo de la enorme roca, rompiéndose contra esta misma.

Frente a mí, ella permanece estática, con su belleza extraña y de apariencia etérea. Una mujer de piel más blanca que la nieve que cae sobre nosotras. Su cabello baila en la brisa, del mismo tono que la luz de la luna llena. Su delgado y delicado cuerpo está envuelto en un vestido rojo que es levantado por la brisa en un majestuoso espectáculo.

Toda ella es hipnotizante, desde su sola presencia hasta la forma intensa con la que me observa.

—Nira —susurra levantando una mano en mi dirección, invitándome a ir con ella.

Bajo el hechizo que me ha puesto, me acerco sin vacilar.

Sus ojos son del color de la sangre, enmarcados por pestañas de marfil, pero eso no evita que la mirada amorosa que me dedica no sea captada por cada fibra de mi ser. Sus labios forman una sonrisa delgada cuando me detengo a un paso de ella. Su mano extendida se aferra a mi mejilla con ternura, en una caricia que se siente maternal. O que al menos supongo que así debe sentirse una caricia de madre a hija.

Es posible que deba estar asustada por su apariencia imposible, por sus sangrientos ojos o por su completa falta de color en la piel de su cuerpo, pero no soy capaz de sentir temor. Lo único que siento al estar con ella es calma, protección y una especie de amor incondicional que emana de cada célula de su cuerpo.

No hay peligro. Con ella estoy a salvo.

—Es tiempo, Nira —repite, sin fin aparente.

Me envuelve en un abrazo delicado. Una de mis manos se aferra a ella, casi por instinto al sentir su calidez contra mi congelado cuerpo.

Rojo AscenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora