Capítulo 23: Cercanía

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Es extraño. Las cosas vuelven a la normalidad para la gente del refugio en cuestión de un suspiro. Hace nada estaban teniendo una mezcla de conmoción y enojo mientras nos escuchaban relatar nuestra aventura con el grupo de Escarlet. Ahora están siguiendo la cotidianidad.

Sostengo una de las puertas abatibles de la parte trasera de la cocina mientras un par de hombres meten un cuarteto de tanques de gas recién abastecido. Dejo la puerta cerrarse cuando ambos han entrado, alejándome unos pasos y estirando la espalda.

Así tan rápido como la gente volvió a la normalidad, me puse a ayudar a descargar la camioneta y a ayudar en otras cosas. Hace unas dos horas que regresamos y en ese tiempo no he parado de ir de un lugar a otro, con las manos llenas o con paso apresurado.

Estoy cansada. Estar ayudando me sirve para no pensar en nada, para sentirme útil. Aunque me tomo estos momentos para tratar de recolectar energía.

Algo cálido se enreda en mi muñeca y tira de ella con fuerza hacia el inicio del bosque, me lleva a rrastras hasta que mi espalda queda contra el tronco de un pino, escondida de la vista de quien pudiera salir de la cocina. Mis ojos sorprendidos miran a Nueve, o Kellan, mirar hacia el lugar del que me ha extraído.

Su mano aún se aferra a mí, permanece ahí hasta que su dueño queda satisfecho con la inspección visual que hacía del área y dirige sus orbes grises a mí.

—Ey, ¿había alguien contigo? —susurra, soltando mi muñeca.

—No —contesto en el mismo tono.

—Luces sorprendida.

—¿Tratas de matarme del susto? —Me cruzo de brazos

—No, no trataba de asustarte —murmura.

—Drei te envío a dormir. ¿Qué ocurre?

Pasa sus manos por su cabello y cierra los ojos inclinando el rostro hacia mí.

Su mano derecha está vendada, sé que le pusieron un apósito en la herida de sus costillas. Su ropa sucia ha sido reemplazada por una camiseta blanca y unos jeans grises. Su cabello está húmedo y las bolsas oscuras bajo sus ojos parecen peor que hace una hora.

Está limpio, parece cansado, no está herido de gravedad, pero hay algo en él que me hace sentir que no está bien. Es como si no concordara la imagen que proyecta ahora con la que he visto antes.

—No podía dormir —contesta aún con los ojos cerrados.

—¿Está todo bien?

Su respuesta es una extraña y diminuta mueca que hace con los labios.

—Seven está en el refugio, así que no puedo bajar la guardia. Tú tampoco deberías —aconseja.

Mi mano se mueve hasta tocar la marca en mi cuello, esa que él mismo hizo horas atrás.

—¿Por qué lo hiciste? —cuestiono.

Él abre los ojos y mira justo donde estoy señalando.

—No le gustan los juguetes que alguien ya ha roto —niega con la cabeza, es un movimiento vago—. No pases tiempo cerca de él. Es peligroso.

Por fin, sus ojos se encuentran con los míos. Lucen oscuros por la sombra del árbol, pero sé que son de un tono cristalino. Nos quedamos en silencio y mirándonos. Es claro que él tiene algo para decir, solo que parece no atreverse.

Separa los labios, pero vuelve a juntarlos sin soltar un sonido, niega con la cabeza, esta vez de forma firme. Da un paso hacia atrás, lo que me hace sentir que se ha roto la cercanía como si se hubiera alejado por varios metros.

Rojo AscenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora