Capítulo 26: Quédate

13 1 2
                                    


Después del momento emotivo del acantilado, Kellan me trajo a casa y desapareció sin decirme nada. El camino fue en silencio. Tampoco me sentía animada, como si mis fuerzas hubieran sido drenadas fuera de mí cuerpo. Evadí a Vlad. Para irme a la cama temprano. Pero en mi mente permaneció el rostro afectado de Kellan hasta el momento en el que me dormí.

Despertar a mitad de la noche ya es costumbre. La figura de Kellan en su habitual puesto me asalta, pero no hay sorpresa o molestia. Me estiro y enciendo la luz de la mesita sentándome en la orilla de la cama. Esto ya es rutina.

Espero un comentario sarcástico o la típica orden de que vuelva a dormir. Ninguna de las dos llega. Kellan gira el rostro de forma que quedas ocultas sus facciones para mí.

—No te oí llegar, Kellan —comento a medio bostezo.

En realidad, nunca lo hago. Su falta de reacción está poniéndome nerviosa.

—¿Te he dicho que mi nombre suena mejor cuando no lo pronuncias? —su voz sale ronca.

El presentimiento de que algo no está bien se instala en mi cerebro. Infecta mis fibras nerviosas como un virus. En cuestión de un parpadeo, estoy observando con detenimiento al chico de ojos grises.

Su postura no emana esa frialdad de siempre. Esa inalterable sensación que suele emanar su cuerpo no está ahí. Ni en su tono ni en su semblante oculto. Voy hacia él sin pensarlo, haciéndolo que se gire hacia mi tomándolo del hombro con cuidado.

Una punzada fría atraviesa mi pecho al ver su estado. Él no levanta la vista del suelo. No hay emociones surcando su rostro. Y eso solo agrega más sentimiento de pesar a mi pecho.

Tiene el labio inferior roto. Sangre seca se asoma desde el inicio de sus fosas nasales y no me extraña al ver la herida en el puente. El arañazo en su mejilla no parece querer parar de sangrar, al igual que el golpe en su frente.

Su chaqueta tiene el cierre de un lado desprendido, por la forma en la que hay hilos salidos, debieron ejercer una gran fuerza para arrancarlo. Su camiseta tiene manchas oscuras de sangre que se ha secado. Su cabello está alborotado y sus botas usualmente lustradas están empolvadas.

—¿Qué te pasó? —Mis manos se aferran al borde de su camiseta—. Kellan, ¿cómo puedo...?

Mi mente queda en blanco gracias al miedo que me aborda al imaginar que esto puede ser obra de Imperio y de que podría haber resultado peor.

—Ya te lo dije, no uses mi nombre. No te pertenece —contesta—. Vuelve a dormir.

Me toma de las muñecas con delicadeza, una que no lo había visto usar, y las retira de su ropa.

—Soy un Ascendido, esto se curará en menos de dos días.

—Necesitas ayuda médica —insisto.

—No, no la necesito.

Niego con la cabeza.

En silencio atravieso la habitación hacia mis cajones de ropa. Lo escucho preguntarme qué hago, pero no le contesto. Arrojo en su dirección la primera camiseta y pantalones que encuentro. Al usar ropa de talla grande, no dudo que le quedarán. También le lanzo una toalla que recojo del sesto de ropa limpia.

—Ve a bañarte —ordeno.

—¿Se te quemó el cerebro? —Mira las cosas que sostiene como si no entendiera qué son.

—Si manchas algo con tu sangre y Vladimir lo descubre vas a meterme en problemas —digo tratando de sonar dura—. Te bañas o te vas.

Sus ojos se entrecierran con una mirada que me hace escucharlos pronunciar una afirmación acerca de que he perdido la cordura. Me mantengo tan firme como puedo, tratando de que él no vea lo nerviosa que me siento en el interior.

Rojo AscenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora