Capítulo 12: La dama de la luna

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Tengo otro sueño que se repite. Más que un sueño, estoy casi convencida de que se trata de un recuerdo que intenta volver cada cierto tiempo. Es como una pequeña flama que se aferra a lo que resta de leña, a la espera de los nuevos troncos que están por llegar.

Empieza con la voz de una mujer que estoy segura de que he escuchado en algún momento, pero no recuerdo cuándo o de quién se trata. Un dulce tarareo, de tono cálido. Me arrulla y a la vez evoca un escenario nostálgico que comienzo a imaginar sin poder evitarlo.

Un castillo en ruinas en la orilla de un acantilado que es lamido por las olas tranquilas del mar, una noche en calma con la luna llena reinando en el cielo acompañada de estrellas que pintan un hermoso paisaje. Una mujer con lágrimas en el rostro se acerca a la orilla del acantilado, rogando con las manos unidas como si levantara una oración silenciosa.

La mujer ruega con lamentos de dolor hasta que obtiene la atención de la luna. Cuando el brillante pálido que reina en el cielo nocturno la mira, la mujer comienza a relatar su trágica historia. Necesita la protección de alguien, pero no tenía a nadie en su vida que pueda dársela, así que ha acudido a la luna para que esta le ayude a proteger a sus hijos del mal que los acecha, pues había escuchado que un dios vive en aquella luminosa roca.

Aquella madre desconsolada jamás pide por sí misma, su plegaria es únicamente para sus hijos, para que ellos estén a salvo.

La luna no puede entender el desesperado deseo de la mujer, pues el pálido astro jamás ha tenido que proteger a nadie. Jamás ha amado, jamás se ha interesado por nada. Incluso su noble tarea no logra captar del todo su entusiasmo. Tras miles de años de desempeñar el trabajo de acompañar los sueños de los humanos, también había sido testigo de las fechorías que se desarrollan bajo las sombras que su fría luz proyecta.

Entonces, sintió envidia. ¿Por qué aquella humana anhelaba algo con tanta fuerza?, ¿por qué podía sentir amor por alguien más que no fuera ella?, ¿por qué la luna no podía sentirse así?

Después de un largo letargo, su curiosidad estaba despertando.

<<¿Qué es tan valioso allá abajo como para que esta mujer me ruegue?>>. Medito la luna en silencio. <<¿Qué es tan maravilloso como para temer tanto a perderlo?>>.

—Está bien, voy a ayudarte con lo que me pides —dijo por primera vez la luna, dejando impresionada a la mujer.

La madre se sintió feliz por la respuesta. Así que fue por sus hijos con tal premura que la luna ni si quiera tuvo tiempo de seguir meditando qué es lo que haría para satisfacer a la mujer. En cuanto los dos cuerpos flacuchos que la madre abrazaba quedaron bañados por la pureza de su luz, la luna dejó de buscar una forma para complacer a la mujer.

<<Quería que protegiera a sus hijos a toda costa, ¿por qué cuestionaría mis métodos siempre y cuando los chiquillos estén a salvo?>>. Pensó la luna, casi desinteresadamente.

Su blanquecina luz se fijó en el hijo más pequeño, un niño que parecía apenas capaz de mantenerse erguido en sus débiles piernas. Por un momento, la luna vio en aquel niño la valía de sus propios hermanos. Astros que al igual que ella, tenían una tarea.

Se le ocurrió dotar al hijo con la capacidad y la fuerza para defenderse de todo y no importaba cuántos días pasara sin comer o dormir, sus fuerzas jamás menguarían. Pero ni eso podría salvarlo del destino sellado en las estrellas.

A la hija mayor, una linda, aunque escuálida doncella, no le prestó especial atención. Para ella ya había decidido un destino, pues la muchacha aún no tenía uno.

Por un momento, la luz blanca baño los ojos de la doncella, haciéndolos parecer pálidos y carentes de vida. Bajo el hechizo en el que la luna la había puesto, la joven se deshace del cálido abrazo de su madre y camina de forma adormilada hasta la orilla del acantilado. Y sin darle tiempo a su madre de reaccionar, se lanza al vacío.

Las olas engullen el cuerpo de la muchacha, y guardan quietud mientras un camino de plata brillosa se dibuja en la superficie.

La mujer, tras soltar un grito desgarrador, bajó por el costado del acantilado, sin importarle las heridas que su apresurada marcha dejaba en su cuerpo. Cuando por fin logró tocar el agua, vio una delicada cabeza emerger de la oscuridad en la que había desaparecido. Pero aquella no era su hija, aquella que salió con calma de las profundas aguas ya no se trataba de la hija que crío.

La joven brillaba como la misma luna. Su piel se había vuelto tan pálida que le daba un aire fantasmal, su cabello también había perdido todo rastro de color, pareciéndose al reflejo de la luna sobre el mar.

La mujer cayó de rodillas en cuanto su mirada y el de la joven que alguna vez fue su hija se cruzaron. Los ojos como esmeraldas que poseía su hija habían sido reemplazados por una mirada escalofriante, las joyas verdes ahora estaban bañadas del color de la sangre, encapsuladas y adornadas por pestañas del color de la nieve.

—¿Qué has hecho con mi hija? —cuestión la mujer con voz temblorosa.

—Está a salvo y lo estará por el resto de la eternidad. —Los ojos sangrientos de la joven se fueron al cielo, donde la luna aún reinaba en lo alto—. He intercambiado mi lugar con ella. Tus plegarías lograron despertar mi inamovible curiosidad, así que, a partir de ahora, me tomaré un tiempo para tratar de comprender qué es aquello que quieres proteger con tanto fervor. Me pediste que la protegiera, allá arriba ningún mal podrá alcanzarla.

La luna no pudo entender por qué la mujer parecía aún más triste que antes. Pero estaba segura de que con el suficiente tiempo que dedicaría a su travesía, quizás la comprendería. Quizás al pasar de los años, el solitario astro podría encontrar algo que deseara proteger al igual que aquella mujer.... algo por lo que derramaría las mismas lágrimas de dolor, algo por lo que incluso se vea dispuesta a dar su vida a cambio.

La historia siempre es cortada por un sollozo que eriza mi piel.

—Esto no es más que un cuento inventado para que las madres puedan dormir, Nira. —susurra la voz cálida—. No es más que eso, así que no le busque lógica, no busques respuesta, cariño. Solo vive mirando hacia adelante... solo mira a los que estará contigo desde hoy.

La voz se queda callada justo ahí, después de su advertencia.

Me despierto en la penumbra de mi habitación justo a tiempo para ver la puerta cerrarse, seguramente, por un Vladimir que ha hecho su rutina de monitoreo nocturna.

Me gustaría saber si a al preguntarle a mi tío de dónde he sacado tal historia, él me pudiera ayudar a saberlo. Pero en cuanto termino de quitarme las sábanas de encima, lista para ir a despertarlo... he olvidado por completo para qué quería ir tras él.

Se que, de nuevo, mi mente ha perdido un valioso recuerdo, pero no lo recuperaré hasta que lo crea olvidado irreparablemente.

Decido volver a poner mi cabeza sobre las almohadas tras soltar un suspiro.

<<¿Qué era eso urgente quería preguntar?, era importante, ¿cómo pude olvidarlo?>>, me recrimino.

La luz de la luna se filtra por mi ventana, dándole una ligera atmósfera de soledad a mi habitación. Lo que me hace pensar en que hay alguien más que debió sentirse solo, tanto como para hacer lo que hizo. Sin embargo, no sé en quién estoy pensando.

—No busques la lógica, Nira —me recuerdo—. No busques respuestas.

No me importa mucho haberlo olvidado. Sólo repito una y otra vez mi mantra:

—Si mis instintos no me dicen que lo haga... no lo haré. —Me hundo entre las sábanas, extrañando la calidez de alguien que no recuerdo. 

Rojo AscenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora