XVI

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Seguimos sentados en la misma posición, nos dieron las tres de la tarde y para cuando llegó mamá con Gordon, los dos salimos disparados de la mesa a cada extremo de la cocina, pues la entrada de la casa tiene vista directa a la sala y a la cocina en línea recta. Los dos empezamos a darnos tareas distintas, él guardando la vajilla limpia y yo, tratando de hacerme parecer que limpiaba las superficies a conciencia.

—Llegamos, cariños.

—Sí, ma.

—Tom, ayúdame con esto.

Mi mamá trae en la mano una especie de planta colgante, la recibo rápidamente y ella sólo buscaba con la mirada en dónde atarla.

—¿Dónde la vas a poner, amor? —pregunta Gordon, de la misma manera en la que le preguntó las últimas tres semanas que traía la misma planta colgante, las mismas siete plantas con diferente estilo de maceta.

—Creo que junto a las otras. ¿Nos ayudas, cielo?

—Vamos a salir un rato, ma.

—Ah, bien —dice de una forma extraña—. Váyanse, entonces. Pero trata de no asustarle a nadie.

—¿Qué? —pregunto realmente confundido.

—Salgan y deja que Bill conozca a alguien.

—Ah. Eso.

Naturalmente no iba a pasar eso, dejar que Bill conociera gente. No, ¿para qué? Amigos podrá tener en la escuela, pero nada más. Punto. Bill es mío. Dios, esa frase cómo me gustó. Bill es mío.

Bill subió las escaleras primero y yo detrás de él, ambos a nuestra habitación respectivamente, después de unos minutos, casi una hora, salimos de casa vestidos y listos para una primera cita. Cabe resaltar que la ropa no hacía pensar en una primera cita. Los dos tenemos ropa cómoda, gorras y gafas de sol, no era común este clima en Alemania pero, había que aprovechar. Ambos subimos a la camioneta, teníamos que ir a un lugar lejos, quizás a un parque o a algún café, pero lejos de aquí para que nadie de la universidad nos viera juntos. Scotty sube a la camioneta en los asientos traseros y Bill a mi lado, a cargo de poner toda la música que él quisiera, por supuesto conecta su celular y suena In meinen Leben de Nena.

Llegamos al otro lado de Magdeburg, un parque enorme y fresco, al cruzar la calle hay una paletería, por lo que se me ocurre comprar helados y comerlos bajo un árbol.

—Voy por helados, elige el árbol y ahí nos sentaremos. ¿De acuerdo?

—Bien.

—Deja a Scotty que explore un poco.

—No me gustaría perderle la vista. Ve y te esperaremos de aquél lado.

—De acuerdo.

Bajamos de la Cadillac y yo voy directamente a comprar los helados. Conozco el sabor favorito de Bill, espero no haya cambiado. Compro dos conos grandes, uno de crema con zarzamora para mí, y otro de vainilla para él.

Entro al parque minutos después, lo veo sentado en un árbol grande, Scotty espera a su lado, echado a la sombra mientras Bill acaricia su pelaje y le rasca las orejas.

—¡Te acordaste! —dice elevando la voz cuando me recibe su helado.

—Claro.

Me siento a su lado, le quito la correa a Scotty y éste echa a correr como si aquello hubiera sido un permiso.

Estando ahí, a su lado, llegan a mi cabeza algunas dudas, inquietudes. Sentados sin decir nada, disfrutando el silencio, el aire, el sol, nuestros helados y, de repente, aparecían esas preguntas. Todos en la universidad me conocen, unos por la droga, otros simplemente por el club, y otras, la mayor parte de las chicas por mi forma de ser. En conclusión, todos me conocen por ser un tipo que le gustan las chicas bonitas, para todo el mundo soy heterosexual, y no sabría decir qué pasaría si un día me declaro lo contrario. Es decir, no tendría que hacerlo, no me importa lo que piensen de mí, pero me pregunto si será buena idea hacerlo, mi apellido y el de Bill son los mismos, aunque no vayamos en el mismo grupo, apuesto a que se darán cuenta de eso. Podría no ser ningún problema para mí, le reventaría las bolas a quienes se atrevan a decirnos algo, pero a él, no estoy seguro de cómo lo llevaría.

In die NachtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora