XXXVIII

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Llegamos al antro en la Cadillac, entramos al estacionamiento del lugar y Tom se estaciona en un lugar del fondo, pues aunque es temprano todavía, el lugar ya está lleno. Apaga la camioneta pero no salimos de esta, más bien aprovecha para acercarse a mi cuello.

—Feliz cumpleaños, Bill.

—Feliz cumpleaños, Tom.

No resisto más su cercanía y lo rodeo por el cuello, sin intenciones de dejarlo ir, busco sus labios cuando siento su lengua en mi cuello, él lo nota y deja que atrape su labio inferior con mis dientes. Lo beso con desesperación, lo sabe y tampoco hace nada para apartarme de su lado. Entonces aprovecho por completo el poco tiempo que nos queda dentro de la camioneta porque durante toda la fiesta, no podré tocarlo ni besarlo, así que acaricio su rostro, rodeo su cuello y le beso hasta que se termine mi oxígeno, pero eso no es posible porque él es mi oxígeno.

—En la casa te daré mis regalos —dice al separarse de mí un poco y sonrío. —Déjame te pongo ésta cosa.

Me acomoda la máscara por delante y una vez en su lugar lo anuda por detrás con los dos listones que quedarán sobre mi pelo. La máscara es plateada. Cuando está bien sujeto, yo hago lo mismo con él. Su máscara y su ropa son del mismo color que lo que yo traigo puesto. Así decidimos venir, a juego porque era más que obvio para la ocasión.

—Listo.

—Vamos.

Mi reloj marca las siete con veinte minutos, bajamos de la camioneta y en cuanto entramos al antro, vemos que la capacidad del estacionamiento miente, pues fácilmente hay más personas que autos. Instantáneamente también perdemos el oído. La música está muy fuerte pero es electrónica así que no hay problema, hay muchas personas con las máscaras como Georg lo había planeado, todos los hombres vestían de tipo formal, pantalón formal y camisa o saco, se veían muy bien por las máscaras y las chicas, algunas con vestidos a la rodilla y otras a los muslos pero todas igual de ajustados al cuerpo. La iluminación me hace perder el piso, luces rojas, moradas, verdes, azules y amarillas, me encanta. Todo estaba genial, hasta los meseros llevan antifaces con destellos dorados y plateados, ellos deambulan de aquí para allá con charolas pequeñas por encima de todo el tumulto, repartiendo copas de alguna bebida alcohólica que desconozco.

—¡Hola! —Se acerca Georg, gritandonos por encima de la música. Él aún no tiene máscara—. ¡Vengan, para ustedes hay asientos especiales!

Lo seguimos hasta el pie de unas escaleras, las cuales son iluminadas por luces a la orilla de cada escalón. Al llegar arriba hay una puerta, él la abre y nos hace pasar. De inmediato recupero el oído. Tambien me impresiona un ventanal que da a la pista, es una especie de balcón, el cual tiene como principal atracción el aislamiento del sonido.

—¿¡Qué es esto, Hagen!? —le grita Tom a Georg con una clara sonrisa de confusión pero con impresión a la vez.

—Nada, aquí estarán solos, si quieren pueden bajar, pero está bien, no me des la gracias por pensar en esto, felicidades —responde para ambos. —Los invitados les dejarán sus regalos, en la mesa de allá, —agrega mientras señala hacia la barra del bar—, ya después de eso, adiós gente.

—Georg, creo que esto es demasiado. De cualquier forma no iba a servir que invitara a Ally si yo iba a estar aquí.

—No es necesario que se quede, pueden bajar, sólo approché este espacio y tienen servicio de cantina completa. No veo el problema.

A nuestras espaldas, está la cantina, no solo veo vodka en el estante de madera, alcanzo a ver vino, tequila, cervezas, wiski* y ron.

—Bueno, bajen ahora para dar la bienvenida a la asistencia.

In die NachtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora