XIV

147 27 3
                                    

No quería decírselo, pero me parecía ser más seguro ahora que hay cierto pretexto para hablarlo.

Al abrir la puerta me mira con cierto temor y nerviosismo, su habitación está iluminada y con varios pósters en la pared de sus artistas favoritos. Entro y él se sienta en el borde de su cama. Cierro la puerta detrás de mí y me quedo recargado en la puerta.

—Te escucho.

No sé si era el momento adecuado para decirlo, pero de algo estaba completamente seguro, ya no aguantaba más tenerlo en silencio.

—Bien, pero promete algo antes.

—¿Qué? —responde nervioso.

—Voy a decirte algo que estoy seguro no te va a gustar, pero necesito decírtelo ya o voy a explotar porque ya no puedo callarlo. Si es así y ya no me quieres ver después de que te lo diga, házme un favor, no te vayas, yo seré el deberá irse esta vez.

—¿De qué diablos hablas? —vuelve a responder de la misma manera.

—Debes prometerme que no me dirás nada, no me dirás ni una sola palabra porque yo ya lo sé, sé que estoy mal y que no debería sentir esto pero así es. Así que promételo.

—No entiendo nada, Tom.

—Sólo prometelo.

—No lo prometes, no lo diré.

Sé que estoy confundiendo aún más, pero debía estar seguro de que no iba a odiarme más de lo que me odiaba a mí. Al menos lo que no quería ver era una cara de rechazo, de disgusto y de asco cuando me mirara.

—De acuerdo. Pero no creo que vayas a decirme algo como para que ya no quiera verte.

—Creéme, si te lo digo es porque yo tampoco estoy en paz con esto.

—Bueno, dispara entonces. Ahora tengo curiosidad.

Su voz se tornó a que estaba disfrutando ahora el próximo cotilleo. Aún tenía esa mirada de miedo o más bien de preocupación, es cuando recuerdo que además de ser gemelos, hay también una cierta conexión, sí, yo podía sentir lo que él, incluso soñar y en ocasiones, enfermarme sin síntomas porque él las tendrá por mí. Es ahora cuando me doy cuenta que hay sentimientos ajenos en mí. Esa preocupación por ejemplo, jamás la había sentido, ni siquiera cuando entregué mi primer paquete de droga. Tampoco había sentido antes esa ansiedad por no tener total control en toda la situación, eso sólo pertenecía a Bill, y entonces apareció otro sentimiento, ese sí era mío, ese sentimiento de en lugar de explicar, decírselo todo con acciones para demostrarle lo que en realidad sentía. Él está más lejos de mí que al principio, se levantó de la cama en cuanto le pedí que prometiera no decirme nada, ahora estaba de pie junto a su closet, como si tratara de esconderse en ese rincón. Por lo tanto, cuando me mira acercame, baja la mirada, puedo entonces escuchar el latir de su corazón.

—Perdón si me alejé de ti, empezaba a sentir cosas y sabía que no era correcto —dije estando lo suficientemente cerca para abrazarlo, sin embargo él me esquivó y no pude más que mantenerme frente a él—. Y pasa que tengo miedo de que me rechaces porque sé lo que significa.

—¿De qué hablas, Tom?

—Promete no odiarme.

—No podría odiarte nunca.

—Tal vez lo hagas cuando me escuches.

—¿Escuchar qué? Sólo dilo.

—Es que...

En ese momento pasaron muchas cosas, tantas que si él no me hubiera tomado de los hombros, quizás me desmayaría. Ahora sentía la habitación muy caliente, su rostro estaba ahí, cerca del mío y su aroma penetraba cada uno de mis poros. Tomo un mechón de su pelo para ganar tiempo y que fuera un detalle más, lo pongo detrás de su oreja izquierda y él se escuda en mi cuello, como si estuviera correspondiendo cada acción de la forma en la que más pudiéramos hacerlo.

In die NachtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora