Parte 2

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Hace cinco meses que Tom y Tord comenzaron una relación extraña, sin palabras claras. No hicieron promesas, ni hablaron de lo que significaba. Simplemente dejaron que las cosas pasaran, como si hubieran estado esperando ese momento desde siempre sin atreverse a decirlo en voz alta.Desde fuera, todo parecía igual. Seguían peleando por tonterías, seguían evitándose en público. Pero cuando estaban solos, el ambiente se volvía distinto. Más tranquilo. Más real. Había un tipo de confianza que solo se construye con tiempo, paciencia y heridas compartidas.Al principio fue incómodo. Tom evitaba el tema, como si tuviera miedo de arruinarlo si lo nombraba. Tord, por su parte, trataba de no presionar. Se conformaba con los pequeños gestos: cuando Tom lo buscaba para fumar en la azotea, cuando se quedaba dormido a su lado sin decir una palabra, o cuando lo miraba como si, por un momento, se olvidara de todo el odio que alguna vez sintieron.Vivían en esa burbuja silenciosa, fingiendo que nada había cambiado, mientras todo dentro de ellos era diferente.

—¿De verdad no quieren venir, chicos? —la voz de Edd rompió el silencio desde el pasillo, con su entusiasmo habitual—. Es jueves, dos por uno en las entradas. Solo pagaríamos dos boletos.

Tom levantó la vista, sin moverse del sillón largo donde estaba sentado.

—No, gracias, Edd. Teníamos otros planes. Yo tengo una reunión en la editorial, y Tord dijo que tenía algo con su familia.

Edd frunció el ceño, dudoso.

—¿Su familia? No sabía que Tord tuviera familia cerca.

Tom encogió los hombros, cerrando el libro que sostenía.

—La familia no siempre está cerca, pero eso no cambia lo que es.

Edd los miró un momento, con algo de sospecha, y luego se fue junto a Matt.

Unos minutos más tarde, Tord apareció desde el baño, el cabello todavía húmedo y la camiseta pegada al cuerpo por el vapor de la ducha. Se detuvo al ver que Edd y Matt ya no estaban.

—¿Ya se fueron?

—Sí —respondió Tom, sin apartar la vista de la ventana.

—¿Te dijeron algo?

—Lo de siempre. Que no entienden por qué nunca salimos con ellos.

Tord se pasó la mano por el cuello, incómodo.

—Sigo pensando que podríamos haber ido. No habría pasado nada.

Tom lo miró, quizá por primera vez en todo el día.

—Tal vez. Pero preferí otra cosa.

—¿Qué cosa?

—Llevarte al lugar de malteadas que te gusta —dijo con naturalidad.

Tord alzó una ceja, sorprendido.

—¿Cómo sabes que me gusta?

Tom se levantó y tomó su abrigo del perchero.

—Pequeñas cosas que eh notado.

Tord sonrió, sin querer.

—Vas a pensar que soy un niño.

—Ya lo pienso —bromeó Tom, y abrió la puerta.

Tord lo siguió con el corazón latiendo un poco más rápido. No era por las malteadas ni la salida, era por la forma en que Tom lo miraba cuando creía que nadie más lo veía. Por esos momentos simples donde todo parecía estar bien, aunque solo fuera por un rato.

Tom, con la mirada fija en la carretera, dejó que su vista se deslizara por un instante hacia Tord, observándolo de reojo.

—¿Qué sucede? —preguntó con su tono tranquilo, esa calma que siempre parecía sostenerlo incluso en medio del caos—. Pareces muy pensativo.

Solo tú. (Tomtord)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora