Capítulo IV (Segunda Parte)

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EL FUGITIVO

Fui al bosque a buscar mi bolso, ya que lo abandoné junto a un árbol. Estoy de vuelta a la Cabaña y no tengo idea de qué es lo que haré a continuación.

Abro la puerta y entro con una tranquilidad que se ve interrumpida por culpa de un respingo que suelto.

El joven está despierto. Y está sentado en el piso, en posición de indio, frente a la chimenea, con las manos extendidas hacia el fuego.

Veo que sí sobrevivió.

Él nota mi presencia y se gira cautelosamente. Sus ojos chocan con los míos y no me transmiten más nada que no sea inexpresividad.

No recordaba que las personas de Reino Amarillo fueran así...como él. Digo, posee un físico que podría hipnotizar a cualquiera. Y me gustaría decir que soy la excepción, pero estaría mintiendo.

Es entonces, cuando me habla.

—Gracias por ayudarme. Estoy eternamente endeudado contigo.

Su voz es muy profunda...y tan neutral a la vez. Es como si estuviera en una especie de trance.

Aclaro mi garganta y en un tono autoritario le digo:

—Como ya estás despierto y en mejores condiciones, será mejor que te vayas.

Él frunce el ceño.

—¿Me estás hechando?

—Te estoy pidiendo que te vayas de la mejor forma posible.

Ríe de una forma todavía más profunda que su voz. Trato de centrarme y ser lo más impenetrable posible.

—Ay Princesa...Eso de «ya que estás en mejores condiciones» es un error.

—Primero que nada, ¿Cómo sabes que soy la princesa? —Pregunto, pues el que me llamara así me ha dejado descolocada.

—Edelweiss, ¿No? La única chica en todo este reino en poseer un cabello como ese por obra de la naturaleza. Además, no saber quién eres me haría ser todo un inculto. Eres parte de la historia general, Princesa.

Enarco una ceja.

—¿Estás lesionado?

—Definitivamente, no.

Ahora frunzo el ceño.

—¿Y entonces por qué no te vas?

Él suspira y niega con su cabeza. Algo me dice que se está burlando de mí. Rubios.

—Me decepcionas, Princesa. Cualquiera con un poco de cerebro podría deducir que alguien como yo no puede, literalmente, respirar el mismo aire que tú.

—Por esa misma causa, no entiendo que haces aquí. —Me cruzo de brazos.

—Me temo que mi situación es un poco más complicada de lo que piensas.

Camino hasta un pequeño armario que hay en la entrada de la casa, saco de el un abrigo de lana, un pantalón, un par de guantes, un gorro de la misma tela, una gabardina y unas botas para el frío. Supongo que es suficiente cubrimiento para que pueda andar por ahí sin morir en el intento.

THE BLUE KINGDOMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora