Capítulo X

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AZULBERRIES

Día 52

—¿A dónde quieres ir, hija? —Me pregunta papá al adentrarnos en la ciudad.

—A Nevadulzor. —Sonrío, recordando mi lugar favorito para comer.

Él le indica la dirección al cochero sin replicar.

Le he dicho a mi padre que tenía una noticia importante para darle, una muy interesante y beneficiosa, por lo que su única respuesta fue:

«Las novedades se comparten con más disfrute cuando estás acompañado de un té y un exquisito postre».

Y henos aquí. Tomamos el primer trineo real disponible para introducirnos en Nevada.

El Trineo, custodiado por Guardias que van a caballo a cada lado del vehículo, se detiene en una calle específica. Instintivamente me coloco la capucha de mi capa, lo suficientemente gruesa para esconder mi rostro. Papá hace lo mismo; por cómo va vestido no parece el Rey regente, así que cumple con la función de pasar desapercibido, al igual que yo.

Salimos del Trineo sintiendo los copos de nieve caer en nuestras cabezas y hombros. Estamos en un callejón. Papá, con una señal de su mano, le ordena a los Guardias que pueden irse.

Cuando el vehículo está lejos de nosotros, mi padre me indica que caminemos hacia la luz del cielo invernal.

Al mezclarnos en el gentío veo que hay personas por doquier, caminando, hablando, riendo, entrando y saliendo de diversos establecimientos...En teoría, hacen que Nevada sea una ciudad muy concurrida.

En esta zona del estado no hallarás puestos de comida o vendedores andantes, y mucho menos ferias. Nos encontramos en la entrada a Nevada, el área más cercana al Castillo y por ende la más exclusiva.

Aquí no hay puestos, sino tiendas en donde las personas con grandes fuentes de dinero ofrecen vestimenta, calzado, joyas, perfumes, productos con múltiples utilidades y artículos para el hogar con precios extravagantes que solo las personas de alta alcurnia podrían comprar.

Esta parte de Nevada se resume en eso: vendedores y compradores dispuestos a gastar su dinero. No existe la clase media.

Caminamos unos minutos, discretos, y en poco tiempo nos detenemos frente a una lujosa tienda, donde un hombre uniformado como mesero nos abre la puerta de la mejor dulcería del Reino.

Papá y yo entramos, entregándole nuestras capas a una mujer que va igual de vestida que el hombre de la puerta. Ya no tenemos que refugiarnos de los campesinos, aunque ese término minimiza categóricamente su estatus.

—Sean bienvenidos a Nevadulzor, la casa de la Nieve y el azúcar. —Nos dice la camarera para desaparecer de nuestra vista.

Antes de elegir una mesa, una mujer alta y de brillante cabello azul, aparece desde el fondo de un pasillo y sonríe enormemente al ver a mi padre, aproximándose.

—Swen. —Ella lo abraza sin ninguna formalidad de por medio.

—Julseth. —Papá le corresponde dicha muestra de afecto, la cual no dura mucho.

Ahora sí, ella realiza una reverencia más dramática de lo necesario, acto que llama la atención de algunos comensales.

—Sabes que no es necesario. —Aclara mi padre.

—Pero lo es —Contrarresta ella—. No queremos que las personas presentes empiecen a esparcir rumores inapropiados.

Después de ese abrazo, lo encuentro como difícil.

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