Capítulo XIV

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(A continuación se describe el lugar en el que se desarrolla el capítulo, pero no puedes imaginarlo con la descripción puedes buscar en Google "Imágenes de un Hipódromo" ya que me base en esta estructura para crear este sitio)

LAS APUESTAS

El Hielódromo es, quizás, una de las estructuras más impresionantes que mis ojos han visualizado.

Visto desde el punto más alto, parece un circuito en forma de cero, sin nada importante que rellene su interior. Es solo un círculo que lo patinadores recorrerán. Pero, adirado desde mi posición en las tribunas superiores, nada podría compararlo.

La pista está hecha de nada más que hielo pulido que emana un brillo incesante y cegador, lo suficientemente potente para que lo espectadores podamos ver la competencia sin dificultades.

Hay dos espacios para el público: las tribunas superiores, lugar exclusivo para los más acaudalados, justo donde me encuentro con mi familia, y las triunas inferiores, es el área para las personas comunes, pero que son capaces de comprar la entrada.

Claro que los Payson no vamos a sentarnos en puestos rodeados de aristócratas. El dueño del Hielódromo apartó una línea de asientos privilegiados solo para nosotros. Desde esta altura no habrá nada que podamos pasar por alto durante la carrera.

—¿Estás lista, hija? —Papá se detiene a mi lado y llama mi atención cuando ve que no puedo dejar admirar las gradas y la pista.

Asiento con entusiasmo en respuesta a su pregunta.

Mi padre me explicó detalladamente como funcionan las apuestas: primero me presentarán mis opciones en una cartelera, luego podré elegir la que más me convenza y solo así apostar.

El debate del dinero será entre nosotros y los Fesh.

Esta será una noche interesante.

No he vuelto a hablar con Bruno. Lo miro de vez en cuando, porque no le guardo ningún rencor, pero no tengo ganas de entablar una conversación con él.

Papá y yo nos acercamos al lugar en el que los demás nos esperan. El sitio de apuestas es un edificio aparte, justo al lado de las tribunas y enfrente del Hielódromo.

Allí, hay diversos stands de tamaño grande. Cada uno corresponde a un jugador, representando su nombre y la marca que lo patrocina. Tras esos puestos, hay mujeres que atienden a los apostantes.

Nos detenemos frente a la cartelera de opciones que nuestros acompañantes analizan con precaución.

—¿Y bien? ¿Ya eligieron? —Les pregunta papá con casualidad.

—Yo seleccioné a Patín de Plata. —Comenta mi madre con despreocupación.

—¿Patrocinado por Viñedos Shewers? —Él enarca una de sus pobladas cejas luego de leer en el cartel.

—Así es. Los Shewers son una familia adinerada muy astuta y saben invertir como nadie más. Si patrocinan a ese muchacho es porque es bueno. Es la apuesta segura. —Explica con elegancia.

—Aburrida...—Murmura papá en mi oído y yo río un poco.

—¿Acaso el patrocinador es importante? —Cuestiona la Reina Brest con confusión.

—Desde luego —Responde Paris, como si la pregunta fuera indignante—. El patrocinador suele definir la clase de jugador. Si la marca es poco conocida ningún competidor con reputación recurrirá a un patrocinio así. Y, por el contrario, es poco probable que una agencia famosa contrate a un joven aparecido de la nada, a menos que este tenga talento, claro. Patín de Plata va por su tercera copa de hielo.

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