Capítulo VII

14 3 7
                                    

EFECTOS DE LA INCONSCIENCIA

Día 50.

Despertar con una insoportable migraña, un zumbido ensordecedor atormentando mis oídos y con la perspectiva alterada y tambaleante, es una costumbre que no quiero adoptar.

Me siento mareada, confundida, agotada y desubicada. Me incorporo con lentitud y deduzco que estoy en mi alcoba, recostada en mi cómoda cama.

Tengo que pestañear con fuerza para intentar enfocar mis alrededores. Desde mi punto de vista, todo se ve como si temblara y se sacudiera, lo que me dificulta obtener una visión clara.

—Por Osodo, finalmente despiertas...—Escucho una voz cargada de alivio, y, seguidamente, siento como el lado derecho de la cama se hunde y como unos brazos me envuelven con aprecio.

Alzo un poco la cabeza, vuelvo a pestañear y consigo —a medias— enfocar a Bruno.

Él está junto a mí, abrazándome, atesorándome.

—Bruno...—Susurro su nombre con la voz degastada.

—Shhhh, tranquila, ya estás aquí y es lo que importa. —Me dice para depositar un prolongado beso sobre mi cabeza.

—¿Cómo qué ya estoy aquí? ¿Es qué acaso me fui? —Mi voz suena átona y apagada, no entiendo porqué. De pronto, un pensamiento aclara mi incomprensión y miro a Bruno para confirmar mi sospecha—. ¿Cuánto tiempo estuve dormida?

—Edel, no es momento para darle importancia a ese detalle, tú solo tienes que...

—Bruno. Responde mi pregunta por favor.

Él suspira con amargura, sin ganas de contestarme.

—Es una orden. —Agrego después de unos segundos de silencio.

—No estabas dormida. Estabas inconsciente. —Responde finalmente.

Me observa con atención, esperando una reacción de mi parte. Trago saliva para refrescar mi garganta, pero no funciona, así que lanzo mi siguiente pregunta:

—¿Por cuánto tiempo?

—Deberías descansar, necesitamos...

—He hecho una pregunta y exijo una respuesta, Bruno. No moriré por lo que me digas.

Intensifico mi mirada y aumento la presión de ella para que no me haga esperar.

—Tú...Estuviste inconsciente durante tres días, Edelweiss. Han sido las 72 horas más desesperantes y preocupantes para todo el Reino. Tu familia, El Consejo, los caeruleanos, mi familia, yo, todos nosotros hemos permanecido en constantes plegarias, pidiéndole a las deidades en las que creemos qué te levantaran de tu reposo.

»Yo...—Su expresión cambia y se distingue la vergüenza—...Yo le pedí a Osodo, un dios de la mitología rojense cuya habilidad fue darle vida al viento, que te abriera los ojos y que hiciera contigo lo mismo que hizo para convertirse en una figura religiosa: le regaló fuerza, perseverancia e impulso al viento, para que nada ni nadie pudiera frenarlo. Desde entonces este ha sido imparable. Veo que...Sí escuchó mis plegarias después de todo.

—Oh Bruno...—Mis ojos están llorosos y mi voz sale muy ronca.

—Yo solo quería una oportunidad para escucharte decir cualquier tontería que incluyera tu típico e insoportable "...Príncipe Bruno". Deseaba oírte parlotear sobre cosas básicas y sobre cómo...

No lo dejo terminar. Con mis brazos rodeo su cuello y lo atraigo para formar un fuerte abrazo. Desde que comenzó a hablar se sembró en mí la creciente necesidad de abrazarlo, de agradecerle, de decirle que se merece a alguien que le haga competencia en el ámbito de la bondad. Y no sólo eso; él se merece a una persona que lo ame con la misma intensidad de la nieve al realizar su recorrido. Se merece a alguien dispuesto a hacer cualquier tipo de sacrificio para primordializar su felicidad. Se merece el diamante más brillante del mercado.

THE BLUE KINGDOMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora