Capítulo 17

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17


Stef, como de costumbre, camina dos pasos por delante. A veces se le olvida que yo no tengo sus patas de grulla y, por lo tanto, no puedo seguirle el ritmo. Especialmente con estos andares furiosos.

—¡Oye! —chillo por detrás—. ¡Frena un poco!

Pese a que hace como si no me hubiera oído, sí que ralentiza un poquitín. Es la viva imagen de la furia contenida: puños apretados, ceño fruncido y pasos largos. No me gustaría ser Mauro en estos momentos. Ahora... ¿ser la que vea cómo le da una paliza a Mauro? Eso sí que me gusta.

El héroe que no sabíamos que necesitábamos.

—No me puedo creer que haya intentado despedirte —masculla él—. A ti y a otras cuatro personas. ¡Sin avisar a nadie! Desde que volvió, supe que era una mala idea. Que la estábamos cagando. ¿Por qué nadie me escucha cuando digo que algo va a salir mal?

—Porque eres muy negativo. Pero, oye, en esto tenías razón.

Por su suspiro, deduzco que no he conseguido consolarlo demasiado.

Como va tan rápido, ya estamos llegando a la altura del chiringuito. Stef se sube de un salto y, aunque parece que va a seguir corriendo hasta su hermano, se detiene un momento para ofrecerme una mano. La acepto con una gran sonrisa que contrasta con su expresión.

Una vez en la plataforma, nos acercamos a la barra del chiringuito. Todavía hay una marabunta de voluntarios protestando. No solo los que han sido despedidos, sino también sus amigos e incluso algún que otro cliente porque todavía no han abierto el chiringuito y no se pude pedir su puñetera sangría.

Mauro se encuentra en medio del caos, pero nadie diría que le importe demasiado. Se ha apoyado en la barra con la espalda, mantiene la Ha torcida y su actitud, en general, es de quien no se arrepiente en absoluto de lo que ha provocado. Incluso diría que una parte retorcida y pequeña de su ser disfruta con ser el centro de atención, aunque sea al precio de que todo el mundo le odie.

Es un villano de Phineas y Ha.

En cuanto alguien se da cuenta de que Stef se está acercando, empiezan a volverse todas las cabezas de golpe. Empiezan los reclamos. Ni siquiera puedo entender la mayoría de los idiomas que están usando. Sin embargo, mientras que a Mauro parecen reclamarle, con Stef están más bien suplicando.

Su hermano mayor sonríe como si nos estuviera esperando.

—¡Stefano! —exclama—. Mucho estabas tardando.

—Pero ¿qué has hecho?

—Gestionar mi resort, como bien os dije que haría.

—¿Despidiendo a gente sin nuestro permiso?

—¿Qué te hace pensar que necesito el permiso de nadie?

—El abuelo se va a llevar una decepción.

—Bueno..., podré superarlo.

Stef murmura algo más, pero como es en italiano yo empiezo a perderme. Contemplo al resto de voluntarios con curiosidad. Algunos parecen más resignados que otros. Unos pocos siguen enfadados. La mayoría ya están empezando a mirar sus móviles, supongo que para asumir que van a tener que empezar a hacer muchas llamadas.

—Vamos —me dice Stef de pronto.

Como no sé de qué va absolutamente nada, decido seguirlo a ciegas. Tampoco es la primera vez. Y, por supuesto, Stef me lleva directo hacia las rocas. Una vez en ellas, se apoya con la espalda y se lleva un cigarrillo a los labios. Ni siquiera me ofrece. No sé si es porque se ha olvidado o si —sospecho que se trata de esta opción— por fin se ha dado cuenta del asco que me da.

Cartas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora