Capítulo 6

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—¿Sueles robar cosas en tu tiempo libre?

La pregunta me saca de mis cavilaciones. Hasta hace un momento me mantenía ocupada con las manos en las rodillas y la respiración en la garganta. Joder. Hacía mucho tiempo que no corría. Al final mi madre tiene razón con lo de que solo te arrepientes de no hacer ejercicio en los momentos más cruciales.

—No es robar —replico, todavía medio atragantada con mi propia respiración—. Voy a devolverlo, ¿vale? ¡Si nos lo hubiera vendido, ahora no tendríamos problemas!

Él parece poco convencido, pero decide no responder.

Sabia decisión.

Stef no parece tan cansado como yo, pero aun así ha necesitado parar un rato. Por suerte, estamos alejados de la calle de la joyería y no creo que nos encuentren con mucha facilidad. Además, si no me equivoco, antes hemos dejado el coche a la vuelta de la esquina. Qué ganas tengo de volver al resort.

Pasados unos segundos de silencio, mi jefe levanta la lupa —que sigue llevando en la mano— para inspeccionarla con curiosidad.

—¿Para esto tanto problema? —pregunta—. Podrías pedir una por internet.

—Me encantaría, pero estamos en medio de la nada y no me llegaría hasta la semana que viene. Y lo necesito en cuanto antes.

—¿Para qué?

—Para mis cosas.

—¿Qué cosas?

—Mira a quién le pica la curiosidad, ¿eh?

—Puedo tener un expediente criminal por tu culpa, creo que lo mínimo es saber el por qué.

Con media sonrisa, me acerco y le quito la lupa de la mano. Es menos pesada que la que solía usar en casa de mis padres y no parece de tan buena calidad, pero no creo que haya problemas. Me acerco el lente al ojo derecho para probar. Al otro lado, me encuentro la cara ampliada y malhumorada de Stef, que sigue esperando una respuesta.

—Mira qué vistas más bonitas tengo, jefe.

—Qué graciosa.

—Quiero hacerle un regalo a Bruno —explico, todavía con la lupa delante—. Y, como quiero ser su persona favorita, tengo que superar tu chaqueta con parches.

—¿Qué regalo vas a hacerle para necesitar todo eso?

—Los regalos son secretos, Stef. ¿Dónde estaría la gracia de la vida sin un poquito de misterio?

Pese a que es obvio que se muere de ganas de saber más, termina dando media vuelta para volver al coche. No me queda otra que seguirlo, aunque yo no tengo sus piernas de campeón atlético y me toca trotar tras él.

—Supongo que cuando devuelvas esa cosa me tocará acompañarte otra vez —comenta por el camino, de mal humor.

—Ahora dilo con una gran sonrisa.

—Debería haber insistido con que viniera Davide...

—No finjas que no te lo has pasado genial.

Igual no debería hablarle a mi jefe con estas confianzas, pero lo cierto es que no se lo toma tan mal como podría pensar en un principio. Puede que sea masoquista o algo así y le guste.

Stef espera a que yo deje las cosas en el asiento de atrás y después, una vez subidos los dos en el coche, arranca. Está tan silencioso como de costumbre, solo que en esta ocasión yo tampoco me molesto en iniciar una conversación. Intento encender la radio, pero pronto me doy cuenta de que no funciona. Él —que lo sabía— no dice nada y se limita a sonreír con suficiencia. Suspiro y me apoyo mejor en el asiento.

Cartas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora