Capítulo 13

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13


Sigo contemplando el techo de mi cabañita. Es lo más fascinante que he visto en mi vida. O eso debe parecer desde fuera, porque no he hecho otra cosa en toda la noche. Tan solo eso y repiquetear los dedos en mi abdomen.

Ah, y repasar cada momento de ayer una y otra vez.

Dura labor.

Mientras veo el reflejo de la luz de la mañana contra las vigas de la cabaña, puedo sentir el cosquilleo en los labios. Ese mismo que siento cada vez que me acuerdo del beso. No entiendo qué me pasa. Me he besado con mucha gente antes. Algunos mejores, otros peores. Algunos más memorables, otros que no recuerdo con mucho detalle. Pero, en este caso...

Suelto un suspiro.

Y con eso lo entendemos todo.

El carraspeo de la noruega me obliga a reaccionar. Está mirándome con los brazos en jarras. Ya lleva el uniforme puesto. Por su cara, parece impaciente.

—¿Ya es hora de trabajar? —pregunto, medio perdida.

Ella sigue mirándome fijamente, como si esperara una reacción. Tras otro suspiro, me incorporo y empiezo a quitarme el pijama. Satisfecha con su labor, la noruega sale de la cabaña para ir a desayunar.

Por supuesto, hoy me cuesta mucho centrarme. No ayuda que no vea a Stef en la hora del desayuno. O en el almuerzo. Tampoco veo a Davide o a Fabrizio, así que quizá estén todos juntos. Casi lo prefiero así. No sé qué podría ser peor, que Stef me sacara el tema del beso, que fingiera que no ha pasado... o que me diera uno más.

Si tengo que elegir, me quedo con la última opción. Aunque probablemente implosionaría antes incluso de disfrutarlo.

En cuanto una patata me da en la cara, reacciono y me centro en el resto de la mesa del almuerzo. Blanca, Miki y Thai me observan con curiosidad. Yara es la única que me habla, pero no entiendo nada de lo que me dice.

—¿Qué? —pregunto, parpadeando.

—¿Se puede saber qué te pasa? —inquiere Blanca—. Apenas has comido. Sé que no tiene buena pinta, pero se supone que a ti te gustan las cositas verdes, ¿no?

Pues sí. Sigo teniendo el menú vegetariano que me hacen cada día. Remuevo la pasta con el tenedor, todavía distraída.

—Estoy bien —aseguro de mientras.

—Está enamorada —bromea Miki.

Si tú supieras.

—De mí —añade Thai con una amplia sonrisa.

—Si tú supieras —se burla Blanca.

Thai va a protestar, pero su hermana le mete una patata en la boca para callarlo. Contento con el alimento, se limita a masticar y pronto olvida lo que iba a decir.

Puedo notar que Blanca me sigue mirando con curiosidad durante toda la comida, pero no vuelve a preguntar. A ver, podría contarle lo que pasó, pero... ¿se supone que debía pasar? Quiero decir, creo que no hay ningún inconveniente con que Stef me bese, no es mi jefe ni nada, pero... ¿podría meterse en un lío por mi culpa? ¿Y si su abuelo se entera y le echa del resort? Me cuesta imaginarme a Fabrizio enfadado, pero ¿quién sabe?

Así que permanezco en silencio durante toda la comida. Y prácticamente sigo igual durante todo el día, en todos mis turnos. Los niños del partido de voleibol, que normalmente me parecen lo más irritante del mundo, parecen desconfiados por mi falta de entusiasmo. Casi como si mi tranquilidad supusiera una amenaza.

Cartas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora