Capítulo 4

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—Buenos días —murmuro—. Buongiorno.

Mientras saco las cajas del camión aparcado y las dejo junto a la puerta trasera de la cocina, sigo escuchando la voz robótica que suena a través de mis auriculares. Asiento con la cabeza, convencida, y repito las palabras mecanizadas. Pongo la pegatina en la caja que acabo de dejar, apunto el pedido y vuelta a empezar.

El trabajo más divertido de la historia.

—Hasta mañana —repito en voz baja—. A domani.

Vuelvo a subirme a la parte de atrás del camión para seguir recogiendo cajas. A veces recibo ayuda de los cocineros, pero como hoy han llegado muy poquitas podré apañarme sola.

Hoy se cumplen cuatro días desde que llegué, por cierto, y el sábado resulta ser el día en que menos trabajo tengo. No porque haya menos gente o menos cosas por hacer, sino porque casi nada entra dentro de mi jurisdicción, así que me encargo de cosas más pequeñas.

Como, por ejemplo, ayudar en la cocina. Y transportar las cajas de pedidos.

No me desagrada del todo. Es un trabajo muy automático y puedo dedicarme a ello mientras pienso en otras cosas, como por ejemplo las lecciones de italiano —de dudosa calidad— que he comprado por el módico precio de siete euros al mes.

Este mes es gratis, así que habrá que aprovecharlo al máximo y así no pago el próximo.

Mírala, qué lista.

—¿Qué es esto? —repito en un murmullo mientras recojo otra caja—. Chè... cos'è questo...? Joder, cómo se complican la vida.

Mientras la voz automática sigue su curso, yo dejo una de las últimas cajas en el montón. Los cocineros, cuando salen a recogerlas, me miran con extrañeza al oírme repetir palabras al aire.

—Esta semana —murmuro, apuntando el número de la caja—. Questa settim...

—¿Por qué hablas sola?

Levanto la cabeza, alarmada, y me encuentro con Blanca sentada encima de una de las cajas. Me tienta pedirle que se aparte para no aplastar el pedido, pero no parece que ella esté de humor.

Saco el móvil de entre las tetas para pausar el audio, a lo que Blanca enarca una ceja con interés.

—Interesante bolsillo.

—No hablaba sola —murmuro, escondiéndolo de nuevo—. Intento aprender italiano.

—Podrías pedirle ayuda a un italiano, ¿eh? Por aquí hay unos cuantos.

Desgraciadamente, mis referencias no son muy buenas; Fabrizio está todo el día ocupado, Davide me intimida, su mujer quiere pegarme y Stef... bueno, no sé si el problema es que me diría que no y se reiría en mi cara, o que me dijera que sí y luego fuera incapaz de concentrarme.

—Prefiero empezar con esto —concluyo.

Termino de ponerle la etiqueta a la caja y subo a por otra. Cuando salgo de un salto del camión, me encuentro a Blanca con la misma postura que antes, solo que ahora con el ceño fruncido. Sigo la dirección de su mirada.

Ah, se me ha olvidado una pequeña parte de mi mañana. ¡Hay una nueva voluntaria en el resort!

Y, por supuesto, la han metido en mi cabaña.

Ahora intenta decirlo con alegría.

Es una chica alta, rubia, de ojos azules y sonrisa radiante. Una noruega barra vikinga barra sexy de manual, vamos. Y no sé cómo se llama porque no habla nuestro idioma ni tampoco muestra ningún interés en aprenderlo. Simplemente, sonríe y consigue que los demás hagan todas las cosas que quiere.

Cartas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora