Capítulo 5

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—¡Mierda!

—¡Sht!

—Mira, noruega puñetera, como vuelvas a mandarme a call...

—¡Shhhht!

Uf, hoy va a morir alguien.

Y espero ser yo.

La noruega vuelve a centrarse en su móvil, que es básicamente a lo único que se dedica cuando no está trabajando. Es todavía muy temprano y está enfadada porque mi alarma la ha despertado. No sé qué me ha dicho en su idioma, pero por el contexto deduzco que muy bueno no era.

En todo caso, ya no puede dormirse y está viendo vídeos de Tiktok. Los tiene puestos a todo volumen y me echa miraditas de reojo. Sabe que me molesta, la puñetera. Por eso lo hace pese a tener los auriculares justo al lado.

Sí, estoy teniendo unos primeros días de convivencia muy bonitos, como podréis comprobar.

Se te nota.

De verdad que no aprecias lo que tienes hasta que lo pierdes. Y yo he perdido el inmenso alivio de tener una cabañita para mí sola y no tener que compartirla con doña tiktoks.

Volviendo al presente..., no estoy teniendo una buena mañana. Está lloviznando y, por supuesto, me ha pillado en medio de mi sesión de yoga. En una postura ridícula, además, que no es que sea un dato muy importante pero, oye..., en la desgracia todo suma puntos. Cuando iba a subir los escaloncitos de la cabaña, me he tropezado con uno y he caído. Tengo un golpe en el codo que lo demuestra. Y luego, cuando por fin he entrado con mi querida compañera, me he dado cuenta de que anoche no puse el móvil a cargar y ahora no tengo batería. ¿Que puedo solucionarlo en dos segundos? Sí. ¿Que me jode igual? También.

Además, es un día raro. Como ha llovido, todo el mundo está en sus cabañas o en las zonas comunes, así que la mayoría de actividades han quedado suspendidas. Las mías entre ellas. Sin nada más que hacer, decido volver a la cabaña después de comer algo con los demás.

Por suerte, la noruega ha decidido ir a darse un paseo y puedo estar un rato sola. Se aprecia. Ahora ya solo me falta encontrar algo por hacer.

La primera alternativa es responder a la correspondencia de mi hermano, pero la descarto enseguida.

La segunda es pensar en un regalo para el pequeño Bruno, ya que me invitó a su cumpleaños y no quiero presentarme con las manos vacías. Esta alternativa me gusta más, así que me pongo a ello.

Media hora más tarde, llego a una sólida conclusión: necesito ayuda con una cosa. Y la primera persona a la que se me ocurre preguntarle es Blanca, que tiene un control absoluto sobre todo lo que ocurre en esta playa.

Y por eso nos gusta.

Por suerte, la encuentro junto con su hermano Thai, Miki, Yara, la noruega y unos cuantos voluntarios más. Aprovechando que ha dejado de llover y la playa sigue vacía, están todos nadando y disfrutando de la arena. Soy la única que sigue yendo con el uniforme del resort.

En cuanto me ve aparecer, Blanca sonríe ampliamente.

—¡La españolita! Ya pensábamos que no querías pasar el rato con nosotros. Thai te echaba de menos.

Su hermano está muy ocupado viendo a la noruega dentro del agua, así que ni siquiera la oye.

—Ya, seguro —concluyo—. Necesito saber una cosa.

Cartas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora