Capítulo 11

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Si me paro a pensarlo, la situación es un poco surrealista. No sé en qué momento he pasado de sentarme en un rincón de la barra a ir de la manita con mi jefe. Aunque... técnicamente no es mi jefe, ¿no? Es el nieto de mi jefe. Si lo pienso así, quizá no sea tan raro.

Intento no mirar a Stef, aunque noto que camina muy cerca de mí. No ha hecho ningún ademán de entrelazar sus dedos con los míos, pero ha sido el primero en acercarse. Mi dedo índice tira suavemente de su dedo meñique, y ese es el único contacto entre nosotros. Aun así, las manos no dejan de sudarme y tengo una sensación muy rara en la parte baja del estómago.

Al final, no puedo seguir conteniéndome y echo una ojeada a mis espaldas. Stef camina tan cerca de mí como creía, pero no me está mirando. Observa al resto de voluntarios, todos ensimismados en sus conversaciones y juegos. Nadie nos presta atención, y creo que eso le calma un poco.

Debe notar que estoy mirando, porque se vuelve de forma inconsciente. Casi con la misma rapidez, yo vuelvo a mirar hacia delante.

Así, muy maduro todo.

—¿A esto os dedicáis cuando no estáis trabajando? —pregunta Stef entonces.

Supongo que es solo una forma de crear conversación porque habrá notado mi incomodidad.

—Los que somos divertidos, sí.

—Por eso a mí no suelen invitarme.

Creo que en otra ocasión me habría reído, pero ahora mismo estoy un poco tensa y tan solo puedo sacar una sonrisa.

Para entonces ya he sorteado a la mayoría de voluntarios y estamos junto a nuestro grupo de antes. Blanca, Yara y la noruega nos esperan con sus bebidas en las manos, y Miki todavía se está sentando. Menos mal que alguien se ha acordado de por qué habíamos ido al chiringuito desde el principio.

Él trae bebidas y tú traes a un italiano. Trato justo.

Carraspeo un poco, a lo que varios me miran. Miki el primero. Se queda con los ojos muy abiertos, sin saber cómo disimular. Yara sostiene la bebida delante de su boca pero no llega a beber. La noruega —que ya está más acostumbrada— sigue a lo suyo.

—Ya era hora —protesta Blanca, que es la única que no se ha enterado—. ¿Dónde has ido a por las bebidas? Por un momento pensaba que algún jefe amargado te había secuestr... ¡E-eh... hola, jefe!

El aludido, todavía de pie a mi lado, la contempla con los ojos entrecerrados.

—Yo también me alegro de verte, Blanca.

—Eso quería decir sí. Que es un placer verte. Como siempre.

Después de esa frase, Blanca me mira como si me pidiera explicaciones. No sé muy bien si debería dárselas, porque ni siquiera yo estoy muy segura de en qué momento ha pasado todo esto.

Aun así —y para que el silencio no siga alargándose—, tiro de Stef para sentarnos ambos en el hueco que queda en mi toalla. A estas alturas creo que los demás se han recuperado un poco de la impresión, porque siguen con sus cosas.

Vaya, la cosa está más tensa de lo que pensaba. Igual debería romper yo el hielo, porque no creo que ellos estén dispuestos a hacerlo.

—¿De qué estabais hablando antes de que llegáramos? —pregunto, tan casual como puedo.

Blanca echa una miradita furtiva a Stef, como si temiera un poco su reacción.

—Mmm... Queríamos volver a jugar a verdad o reto, pero...

Cartas de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora