cαριтυℓσ 19

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«Bienvenida al invierno eterno, mocosa», dijo mientras entraba a la cabaña. Estaba bien cuidada y tenía fotos por todos lados; era preciosa.

—Sabes, nunca había traído a nadie aquí —empezó a hacer chocolate caliente.

—¿Quieres una taza, Ali? —dijo, ofreciéndome una taza de chocolate.

—Claro —dije mientras seguía mirando a mi alrededor.

Nos sentamos juntos a ver la nieve. Era extraño, pero muy bonito. No era común que nevara solo en un lugar, y eso lo hacía aún más mágico.

—Mocosa, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo mientras tomaba un poco de chocolate.

—Claro —dije mientras seguía admirando lo hermoso que era ese lugar. Se sentó a mi lado y yo puse mi cabeza en su hombro. El olor de su perfume era intenso; me agradaba mucho.

—¿Alguna vez has sentido que todo está en tu contra?

—¿Por qué? —dije, tomando un poco de chocolate.

—Tú curas mi corazón cuando ni siquiera tú lo dañaste. —Sonrió y me acarició la cabeza. —Eres como lo que necesitaba para poder levantarme completamente.

No sabía qué decir. Era extraño que Joshua dijera eso. No era habitual que se pusiera sentimental, pero era muy bonito.

De repente volvió a hablar.

—Ali, te quiero. —Sonrió y me miró—. Me siento seguro contigo.

—Y yo me siento segura contigo —dije, dándole un pequeño beso en la mejilla.

Fue gracioso ver cómo se sonrojaba. ¡Increíble! Joshua Jones tenía sentimientos. Después de un rato decidimos ir a mi casa. Mi madre estaba llamando; hacía algo de frío y al pararme se notó que su buzo, que yo llevaba puesto, me quedaba enorme.

—Qué tierna te ves, mocosa.

—Cállate, idiota —dije con cara enojada, aunque para él me veía el doble de tierna.

Cuando llegamos a mi casa, mi madre nos recibió. Se saludaron Joshua y ella como si se conocieran de toda la vida.

—Hola, señora Miller —dijo dándole un pequeño abrazo a mi madre.

—Joshua, ¡cuánto tiempo sin saber de ti! Pasen, pasen.

Giré los ojos en forma de drama.

—¿Cómo están? ¿Cómo les fue?

—Muy bien —respondimos casi al mismo tiempo.

—Me alegro mucho. Tengo espaguetis ¿quieren?

—Claro —dijimos ambos.

El espagueti de mi madre era lo mejor del mundo. Nos sentamos juntos a comer y empezaron mis dudas: ¿cómo se conocen? Estábamos comiendo y mi madre le preguntó a Joshua:

—Y cuéntame, Joshua, ¿cómo está tu madre? —dijo mientras comía.

—Muy bien, señora Miller. Estuvo muy enferma durante algunos días, pero ya está mejor.

—Me alegro mucho, Joshua.

Seguimos hablando y luego de un rato recogimos la mesa. Cuando íbamos a arreglar la cocina, mi madre dijo que ella la arreglaba. Salimos afuera y hablamos un poco; luego se despidió de mi madre y de mí. Fue extraño: cada vez que estaba con Joshua sentía algo más bonito.

𝓔𝓵 𝓲𝓷𝓿𝓲𝓮𝓻𝓷𝓸 𝓔𝓽𝓮𝓻𝓷𝓸Donde viven las historias. Descúbrelo ahora