🌺Capítulo 22.5🌺

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Liars, Painful Melody

Extra — Capítulo 22.5

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Crepus había terminado un día largo de trabajo, estaba más que exhausto. Desde muy joven había tomado las responsabilidades de su familia desde que su padre había muerto a causa de su enfermedad, su negocio no se levantaría sólo a su gloria de siempre si no había una mano firme que lo guiará. Sin embargo, el empezar a trabajar desde tan temprana edad al tener tan solo dieciséis años le estaba cobrando factura a sus ahora veintinueve.

Había estado en su oficina en la mañana, revisando cosas en la Sede del Ordo a mediodía, terminando algunos informes de impuestos en la Taberna en la tarde, y había asistido a una reunión de la nobleza en la noche; como odiaba estas últimas, tanta gente que olía a avaricia pura, socios que siempre trataban de encajar las garras en su negocio, mujeres interesadas que hacían lo posible para ganarse la atención del ahora viudo y joven magnate. Tenía el don de poder fingir a la perfección ante esos buitres.

Lo único que podía aliviar su cansancio y lo que siempre le hacía levantarse por las mañanas para seguir con su agitada vida eran esas tres cabecitas que ahora estaban descansando en sus habitaciones. Llegar de un día agotador y ser recibido por las dulces voces y los tiernos abrazos de sus hijos era lo que le hacía sentir que todo ese trabajo y estrés valía la pena.

Kaeya apenas llevaba unos pocos meses con ellos, pero poco a poco iba acoplandose a la vida de los Ragnvindr. Crepus se encargaba de que no le faltase nada, incluso a veces sentía que le ponía más atención al moreno que a los otros dos pequeños. Quería que su casa se volviera el hogar de ese pequeño e indefenso niño.

El pelirrojo ahora se hallaba en su habitación, la alcoba principal, terminando de quitarse parte de su ropa y solo dejar lo necesario para dormir. Estaba muy cansado, sus párpados comenzaban a pesarle y su cabeza latía con el dolor punzante de siempre. La Tormenta que ahora se escuchaba afuera de las ventanas no ayudaba en dejarle descansar.

Se sentó al borde de la enorme cama, dirigiendo sus ojos al otro extremo del lecho, lo que ahora volvió su expresión en una llena de nostalgia. Tantos años habían pasado desde la última vez que había compartido su sueño con la mujer que aún consideraba el amor de su vida. Esa idea a veces lo deprimia un poco.

—¡Papi!— la puerta se abrió, dejando pasar a la pequeña niña que rápidamente fue corriendo hasta donde estaba el mayor —¡Hay muchos relámpagos!, ¡Tengo miedo!

—Mi niña...— tomó a la pequeña entre sus brazos, sentandola sobre sus piernas, para ahora también ver como se acercaban sus otros dos retoños.

—Kaeya también tiene miedo, lo escuche llorar y fui a verlo, pero sigue asustado— explicó su heredero, trayendo de la mano al otro chico que se limpiaba sus ojito húmedo.

—Oh, Kaeya, tranquilo, no les va a pasar nada mis niños— habló, acariciando con delicadeza los cabellos azulados. Sintiendo como la menor se acurrucaba en su pecho al escuchar de nuevo otros estruendos del cielo.

Erika era muy pequeña, era obvio que tuviera miedo de la naturaleza y las tormentas; Kaeya seguramente relacionaba ese clima con el trauma de haber sido abandonado en pleno diluvio hace tan poco tiempo, por lo que era de esperar que su reacción fuera de pavor. Podía ser un niño muy maduro, pero seguía siendo eso, solo un niño. Podía intuir que incluso Diluc tenía miedo, pero como siempre se hacía el valiente, como todo hermano mayor.

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