15 - Exclusividad

52 7 50
                                    

Al menos quédate solo esta noche, prometo no tocarte, estás segura...

Mi historia entre tus dedos
Gianluca Grignani

Los privilegios que Abel tenía en casa, los ganó cuando enfermé y anduve metida en problemas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los privilegios que Abel tenía en casa, los ganó cuando enfermé y anduve metida en problemas..., fue prácticamente mi niñero, así le decía Mario.

Al ver que lo hacía con gusto, y que muchas veces era el único que me contenía, mis papás comenzaron a recalcar el ángel que era mi Abel, y mal agradecida que era yo con él.

Tenían razón. Me habría gustado en ese momento corresponderle, de verdad que sí, pero además de no querer perderlo, tampoco quería truncar su camino.

Estaba estudiando arquitectura, y al ser demasiado inteligente, yo tenía la gran convicción de que llegaría muy lejos y muy alto. Decirle lo que sucedía, habría tumbado sus sueños y anhelos por querer ayudarme, porque conociéndolo, él lo habría dejado todo para buscar la manera de sacarme de allí y llevarme lejos, donde no pudieran encontrarme ni dañarme más.

No podía darle esa carga a él.

Tenía que ser yo la que lo hiciera posible eso, el valerme sola y buscar la salida de la mejor manera posible.

Tenía mis ahorros, así que el paso de salir por la puerta que tantas veces ofreció mi papá, estaba a tan solo semanas de lograrse.

Pensaba que nada podía arruinar eso.

Que ingenua fui.


Septiembre 2003


―¿Vas a decirme? ―preguntó Edgar en cuanto vio a los demás doblar la esquina.

―Ya lo dije.

—El otro día hablamos sobre el cambio de las personas cuando pasa el tiempo. Hace seis años que no nos veíamos, y me he dado cuenta de las cosas en ti que no han cambiado. Cosas que conozco perfectamente, Natalia. Una de ellas es cuando mientes. ¿Qué fue lo que realmente pasó?

Lo pensé un poco, pues no podía garantizar que, al decir la verdad, él se mantuviera quieto.

—Si te lo digo ¿prometes no hacer nada?

—No diré nada —prometió.

―No. Necesito saber que no harás nada ―aclaré preocupada por el riesgo que iba a tomar.

―Va. Me quedaré quieto. Lo prometo ―aseguró.

—Fue Mario... —Edgar tardó algunos segundos en carburar la información. Cuando por fin comprendió que no se trataba de una mentira más, mucho menos de una broma, frunció el ceño cerrando sus manos en un puño. Sin apegarse a su reciente promesa, dio un par de pasos para irse con la intención de buscar a Mario, pero lo detuve sujetándolo del brazo.

Cuando la lluvia caiga | [+21] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora