26 - No es tu culpa

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Te dejaste olvidados en cada rincón de mi alma, trocitos de tu corazón...

Adiós Dulcinea I
Mago de Oz

Él estaba acercándose a tierra firme, por fin

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Él estaba acercándose a tierra firme, por fin.

Podía verlo desde la tabla.

Tenía que dejar que siguiera nadando, porque era lo que quería.

Me convencí de aceptar mi lugar. No el barco pirata, ese definitivamente no era a donde tenía que parar, y si era necesario saltar al agua, lo haría. El tiburón ya era lo de menos.

Nadie ha podido explorar las profundidades en su totalidad, así que, después del salto, tal vez podría encontrarme con Jack.


Septiembre 2003


Los golpes a la puerta me asustaron tanto, que los esfínteres de mi uretra me traicionaron en esa ocasión, y lo noté hasta que escuché la voz de Marina gritar mi nombre.

—¡Ya voy! —grité para levantarme con rapidez y cambiarme de ropa, tratando de ignorar el dolor de los golpes que marcaron mi cuerpo.

—¡No chingues, Natalia! —exclamó acercándose a mí, y comencé a llorar desesperadamente. Ella me abrazó sin pensarlo—. No, Natalia ¿Por qué no me buscaste?

—No sabía qué hacer —dije entre sollozos.

—Ese cabrón... Natalia. Te volvió a pegar el muy hijo de la chingada.

—No, ya déjalo así. No empeores las cosas, Marina.

—¿Empeorarlas? —cuestionó enojada—. ¿En serio? ¿Ya te viste en el espejo? Denúncialo, y que lo refundan en la pinche cárcel, por poco y no te deja cara ¡Mírate, por Dios!

—No puedo, nadie me va a creer.

—Yo te creo, y sé que Abel te va a creer también.

—Es que, Marina..., cuando era niña, a los diez años —comencé a relatar con un hilo de tristeza en mi voz—, uno de mis tíos entró a mi cuarto. Yo estaba dormida, y estaban tomando en la casa. Mientras mi mamá lidiaba a mi papá, él se metió a mi cuarto, y me... —en este punto, mi voz se quebró—. Me tocó..., me tocó y yo sabía lo que hacía. Sabía que estaba mal, le dije que me dejara, pero estaba borracho. No salió del cuarto, me tapó la boca y me acarició las piernas, entonces...

—Natalia —habló con más calma al ver que se me dificultó continuar—. ¿Él te...?

—No —negué llorando—. Entró Mario y después salió corriendo. Mi tío fue detrás de él, y me levanté a ponerle el seguro a la puerta. Cuando se lo dije a mis papás, no me creyeron. Mario ni siquiera mencionó nada, no me dio la razón, pero tampoco lo acusó.

—Es que, aun así, no te puedes callar, Natalia. Pudo matarte.

—Mario me...

—¿Él qué, Natalia?

Cuando la lluvia caiga | [+21] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora