Capítulo 12:« El Amor De Mi Vida»

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Dalton Manuel Jons Olvera.

La cochera de los Maslow estaba hecha un desastre. Arreglarlo me llevaría demasiado tiempo lo que agradezco porque no quería ir a mi casa hasta la hora de dormir y trabajar con la señora Maggie es la mejor excusa que tengo, también es otra buena excusa para ver a cierta amargada.

Ugh, recordar su actitud de estos días me hace querer indagar el porqué esta así y no es bueno, porque se que lo que le pase no es mi maldito problema, no debo ni preguntarlo. 

Lo peor es que se que no es buena idea porque cuando me acerco esta modo: "No me jodas, Dalton" "Anda a comerte los mocos a otro lado, no quiero verte" "Déjame en paz" "Háblale a la mano" "Si quieres mantener la paz, no te me acerques" "Ni siquiera lo pienses" "Dalton, shhhh" mientras va por la casa con una especie de libro.

Evitaba cualquier contacto conmigo a como de lugar, ni siquiera me deja formular una maldita frase. Es que es una amargada, me cae mal.

Maldita Janneth.

Y le digo maldita no por lo idiota que es sino por lo que me hace sentir ella.

Me siento estúpido y frustrado por culpa de su existencia, es como si no pudiera sacarla de mi cabeza y me molesta.

 Me molesta que a penas abra mis ojos me pregunte si esta bien, me molesta que cuando estoy en la playa en mis noches de insomnio la busque con la mirada, me molesta que cada que veo a Sirius me acuerdo de lo mucho que le gustan los gatos, me molesta que cada que percibo un aroma a lavanda voltee a ver si es ella con insistencia, que cuando estoy escribiendo la mayor parte de mis versos vayan dedicados a ella de forma indirecta, que cuando estoy en su casa espero verla con ansias, que cuando esta cerca solo pienso en hablarle, incluso que cuando estoy dormido aparezca de pronto en mis sueños.

¿Qué clase de brujería me a hecho ella que no puedo sacarla de mi cabeza?

En cada segundo sus ojos extrañamente cafés claros vienen a mi mente en bucle y no me parece justo que esto solo me pase a mi.

Debería odiarla como ella me odia a mi, pero estoy aquí amándola incluso cuando ella me manda a comer alpiste cada que tiene la oportunidad.

Ella me confunde definitivamente.

Me confunde porque dice odiarme y aun así me ha besado y dejado besarla más de una vez, dice odiarme y aun así noto que me mira cuando según yo no la veo, dice odiarme y aun así hace el esfuerzo por recordarme incluso cuando le hace mal.

En conclusión, yo se que en el fondo me ama.

Pensar en la posibilidad de que ella me ama me hace sonreír. Deduzco que tengo las mejillas rojas pues siento como mi cara me arde. 

Deja de ilusionarte solo, Dalton.

— ¿Todo bien, Dalton? 

Me cubro la cara al instante en que veo entrar al señor Ben en la cochera y escucho su risa a lo lejos. Siempre se burla de mi este señor.

— No sé para qué te cubres el rostro si tus orejas te delatan — me pone una mano en el hombro transmitiéndome la confianza para bajar las manos aun avergonzado — ¿Quién es ella?

— ¿Por qué deduce que es un ella?

— Entonces, ¿es un él? — enarca una ceja y noto que no puede evitar reírse, reírse de mi.

— Le voy a aplicar la ley del hielo, señor, si sigue así.

Niego con la cabeza, sigo acomodando las cajas y limpiando el polvo con la esperanza de que se vaya pronto, pero se muy bien que no lo hará. Este señor es chismoso.

El aroma a nuestros recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora