𝐗𝐈𝐕

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—¿Todavía sigues con vómito? —Preguntó Lukar, sentando sobre la cama de Kieran, posando su mano en la frente del príncipe para comprobar su temperatura—. No tienes fiebre.

—Vomité siete veces en lo que va del día —Se quejó, encogiendose en la cama—. Me arde la garganta y la boca, también me duele mucho el abdomen.

—¿Comiste algo raro?

—Solo le di un mordisco a una manzana que me trajo Amelié esta mañana —Susurró Kieran, cerrando sus ojos como si quisiera desaparecer en su almohada—. Pero no la comí... No me gustan.

—¿Nada más? —Insistió, temiendo por alguna enfermedad o malestar por haber comido algo en mal estado.

—Un poco del almuerzo de hoy antes de que lo entreguen, solo eso —Contestó, deseando que Lukar lo deje en paz.

—Al menos Heinrich te dejó quedarte en cama —Lukar suspiró con fastidio—. Es una pena que te estés perdiendo el almuerzo de hoy. Podrías haberte ganado a los reyes de Ledour.

—¿Ya empezó? —Murmuró, abriendo un poco sus ojos para observarlo—. Talvez pueda pasarme a saludar.

—Mejor descansa —Lukar le cerró los ojos con su mano, intentando molestarlo.

Sin mucho más que decir, salió de la habitación del príncipe, siendo envuelto en la atmósfera tensa que había dominado el castillo todo el día. Un sentimiento indescriptible flotaba en el aire, como si este fuera más denso y pesado, saturado de emociones que se entrelazaban y dificultaban la respiración.

El almuerzo del rey Heinrich con Draven Rutherberd y Rowena Fritzs, reyes de Ledour y padres de la princesa Luanne, seguramente había sido la causa del estrés en el ambiente. En todo el reino, incluso entre los sirvientes, reinaba la agitación y la preocupación por garantizar que todo saliera impecable, lo que aumentaba la ansiedad colectiva y sumía el ambiente en una atmósfera cargada de emociones negativas.

Para empeorar las cosas, el príncipe Kieran estaba enfermo, lo que lo dejaba incapacitado para asistir a la reunión donde se iba a sellar el pacto para su futuro matrimonio con la princesa. No obstante, Heinrich se encargó de asumir la responsabilidad y representarlo.

—Como les decía —Habló Heinrich, llevándose a la boca una cucharada de Rissoto, uno hecho exclusivo para él, sin cebolla—. Kieran será un rey impecable. Ha sido entrenado desde niño y es muy buen chico, tratará muy bien a su hija.

—Hemos escuchado mucho de él —Asintió Rowena, sintiendo un agrio sabor en su comida—. Todos dicen que es un chico maravilloso y bondadoso.

—¿Él es quien quiere abrir esos comedores en las ciudades vecinas? —Murmuró Draven, frunciendo el ceño al percibir un sabor raro.

—Sí, tiene un gran corazón —Heinrich sonrió, aparentemente orgulloso de la bondad de su hijo.

Hace dos meses, Kieran regresó al castillo después de una jornada completa en la ciudad de Ruzburg. No solo trajo consigo algunas compras, sino también unas ideas algo peculiares: quería contribuir al bienestar de las personas de su pueblo. Su primera iniciativa fue ordenar la construcción de comedores para aquellos que más lo necesitaban.

Heinrich no podía entender cual fue el detonante de esa decisión, pero eso era lo menos relevante. Lo importante era que Kieran había tomado una iniciativa y había demostrado preocupación por su reino. Para un príncipe, comenzar a actuar en beneficio de su pueblo representaba un gran avance, en especial si se trataba de Kieran.

La conversación de los reyes, sin Rubí presente en el almuerzo, se extendió por varios minutos, y las risas y charlas entre ellos lograron disipar el denso ambiente que se respiraba. Sin embargo, la burbuja de estrés seguía rondando fuera de la sala, y como si fuera un globo, estalló por dentro.

El rastro del heredero [+18] (En pausa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora