𝐗𝐗𝐈𝐕

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Las paredes musgosas y húmedas se extendían alrededor de Kieran, quien permanecía sentando en el sucio suelo de la presión, lejos de las demás celdas. Después de atravesar un estrecho y opresivo pasillo, había llegado finalmente a donde estaba encerrada su madre.

Las antorchas apenas arrojaban una luz débil sobre el oscuro calabozo, su brillo tenue apenas alcanzaba a iluminar las paredes húmedas y cubiertas de musgo. La luz casi apagada proyectaba sombras en el suelo, donde las siluetas apenas perceptibles de Kieran yacían inmóviles, el único signo de vida en aquel lugar desolado.

El aire denso, rancio y húmedo, se entremezclaba con el abrumador y asfixiante silencio que dominaba las celdas, solo interrumpido por el sonido de las cadenas de los demás prisioneros a lo lejos, los cuales de vez en cuando expresaban suaves quejas de angustia o sollozos.

A pesar del silencio que reinaba en su entorno, en la mente de Kieran resonaban gritos de agonía y sufrimiento, provenientes de su propia conciencia. Con la cabeza hundida entre las rodillas y apoyado contra la pared, abrazó sus piernas en un intento por calmar su mente.

ㅡKieran...

ㅡMamá ㅡRespondió, levantando ligeramente su cabeza para mirarla a través de los barrotes.

ㅡVienes todos los días a verme ㅡMurmuró, con un nudo en la gargantaㅡ. ¿Qué quieres de mi?

Kieran guardó silencio y volvió a hundir su rostro entre las rodillas, concentrándose en controlar su respiración para mantener la calma en su mente, una tarea que se había vuelto imposible desde aquel día.

Se sentía abrumado, incapaz de afrontar todo lo que tenía por delante. La avalancha de responsabilidades parecía haber caído sobre él de golpe, como si la falsa capa que lo protegía se hubiera desvanecido, dejándolo frente a la cruda realidad de sus acciones.

ㅡNada.

ㅡEres mi hijo, te conozco.

Kieran no respondió y bajó la mirada, clavándola en el suelo en un silencio denso. Después de unos breves segundos, se acercó a los barrotes, agachándose para quedar a la altura de Rubí, con ojos desesperados, buscando algún mínimo detalle para continuar guardándole resentimiento.

ㅡ¿Por qué no le cuentas nada a Heinrich? ㅡPreguntó, aferrándose a los barrotes, casi suplicando respuestasㅡ. ¿Por qué no le contaste sobre Rhogus? ¿Por qué no hablas de todo lo que te hice?

ㅡNo quiero seguir lastimándote ㅡRespondió Rubí, tratando de ponerse de pie y acercarse a su hijo, pero siendo detenida por las cadenas.

ㅡEso nunca te importó.

ㅡClaro que me importó, Kieran ㅡRubí lo miró afligida, sintiendo la necesidad de abrazarloㅡ. Cometí el error de poner a mi pueblo por encima de mi hijo...

ㅡNo mientas ㅡSusurró, apretando con fuerza los barrotes, esforzándose para no llorar.

ㅡConseguiste lo que querías ㅡRubí cambió de tema, sin poder soportar ver a su hijo en ese estadoㅡ. ¿Por qué estás tan mal?

ㅡNo estoy mal ㅡTartamudeó, haciendo todo el esfuerzo posible para no darle la razón rompiendo en llanto frente a ella.

ㅡSiempre gritabas cuando hablabas conmigo... Ahora tu alma ni siquiera tiene fuerzas para eso.

ㅡCállate ㅡSollozo Kieran, sintiendo como el arrepentimiento lo golpeaba desde dentro, dañando su corazón.

Rubí obedeció y guardó silencio, observando cómo Kieran volvía a sentarse en el suelo, esta vez dándole la espalda, como si deseara su presencia pero al mismo tiempo no quisiera sentirla.

El rastro del heredero [+18] (En pausa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora